Acapulco

Acapulco ayer y hoy desde su arquitectura

Desde las casitas de Las Brisas hasta las legendarias fiestas en el Baby’O, pocos destinos de playa en el mundo pueden presumir una historia como ésta.

POR: Diego Ávila

Pocos recuerdan que, mucho antes de convertirse en una de las playas más cotizadas del mundo, Acapulco ya había sido un destino, pero no de turistas ni de jetsetters, sino de navegantes.

Gracias a las características geográficas de su amplia bahía, este puerto fue el único autorizado por la Corona española para comerciar directamente con Asia desde los virreinatos americanos y así, una vez al año, por tres siglos, el famoso Galeón de Manila llegó a sus aguas cargado de biombos, marfiles, sedas, especias y muchos otros artículos de lujo del Lejano Oriente que enloquecieron a los novohispanos de los siglos XVI al XIX.

El Hotel Plaza, uno de los primeros grandes proyectos hoteleros de la bahía.

Cuando el último galeón levó anclas y partió, la bahía quedó olvidada por prácticamente un siglo, uno en el que, curiosamente, la idea que hasta entonces se había tenido de la playa como un lugar insalubre, sucio y de trabajo cambió.

De hecho, y mientras los últimos galeones navegaban hacia Acapulco, en Inglaterra comenzaron a circular novedosos estudios médicos que hablaban de las propiedades medicinales del agua del mar y las virtudes que estar junto a él tenían para la salud.

No pasó entonces mucho tiempo para que las clases altas europeas comenzaran a hacer viajes de placer al mar. Cuando Acapulco fue redescubierto, por ahí de los años veinte del siglo pasado, no fue ya por comerciantes o exploradores, sino por viajeros.

Pescadores deportivos e intrépidos turistas reemplazaron así a los marineros y a los corsarios, y las aguas tropicales del antiguo puerto, que por siglos se asociaron con enfermedades (no es casualidad que nadie hubiera querido vivir en las costas durante el virreinato), comenzaron a vincularse con el moderno concepto del leisure.

La costera Miguel Alemán, en los años sesenta.

El origen del mito

La inauguración de la carretera 95, en 1931, conectó a Acapulco con Ciudad de México y entonces los turistas comenzaron a llegar en automóviles, mientras que los primeros hoteles, como Los Flamingos y El Mirador, abrieron sus puertas para hospedarlos.

No obstante, y lejos de Costa Diamante, Puerto Marqués e Icacos, la primera zona en desarrollarse turísticamente fue la de Caleta y Caletilla, pues, más allá de las playas, dio la casualidad de que los acantilados de La Quebrada guardaban un curioso parecido con el paisaje de la Riviera francesa, que por aquellos años, y desde finales del siglo XIX, ya se había posicionado, de la mano de la reina Victoria y sus visitas a Niza, como el destino turístico de sol y playa más famoso y deseado del mundo.

Una arquitectura marina

Los primeros hoteles fueron enclavados en esos peñascos que tanto recordaban al Mediterráneo y Acapulco surgió entonces como un destino que ofrecía muchas de las cualidades de la Riviera: sol, aguas de un azul intenso, playa y una pintoresca orografía.

Más aún, y cuando el estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo imposible vacacionar en Europa, el puerto guerrerense se convirtió en la mejor opción, especialmente para los estadounidenses acaudalados que ya tenían el hábito de vacacionar en el Viejo Continente.

La actriz Rita Hayworth fue una de las muchas celebridades que solían visitar el puerto.

El viaje en auto desde Ciudad de México implicaba hacer paradas en Cuernavaca y Taxco, lo cual representaba también una oportunidad para explorar estos típicos pueblos mexicanos, y de paso comprar joyería de Spratling. Aunque, por otro lado, aquellos con un avión privado podían aterrizar en una rudimentaria (y algo riesgosa) pista en las inmediaciones de la playa de Hornos.

Otros hoteles, como el Casablanca, el Boca Chica (donde se hospedó Rita Hayworth mientras filmaba La dama de Shanghái) o el Américas fueron construidos sobre los peñascos y las estrellas de Hollywood comenzaron a frecuentar el puerto, que desde los años cuarenta se había consolidado ya como el patio de recreo de los ricos y famosos.

Entre las celebridades y los turistas también comenzaron a llegar arquitectos y diseñadores contratados con la misión de crear edificios y mobiliario acorde con la modernidad que parecía, finalmente, haber llegado a México de la mano del auge económico de esos años.

El hotel Boca Chica, construido en la década de los años 50, es un ícono de la bahía.

Modernidad en el trópico

El reto consistía en inventar una modernidad tropical, un concepto que sonaba casi como un oxímoron, puesto que la idea de lo moderno se asociaba únicamente con las más bien frías geografías de Europa occidental y el noreste estadounidense.

Por fortuna, para esos años el arquitecto austriaco Richard Neutra, afincado en Los Ángeles, ya había construido varias casas en el sur de California, en las que integraba la arquitectura moderna con un paisaje sinuoso, soleado y caluroso.

La fórmula resultaría ganadora para Acapulco y numerosas residencias y hoteles, construidos en un estilo moderno, fueron poco a poco llenando la zona de Las Playas.

Para la segunda mitad de los años cuarenta, y mientras su popularidad subía como la espuma, el puerto contaría además con un poderoso aliado: el entonces presidente de México, Miguel Alemán.

La playa Caleta, un clásico que se convirtió en uno de los sitios más populares de la ciudad.

El mandatario era un visitante asiduo (y fan declarado) del destino, así que no dudó en usar su influencia para mejorar su infraestructura y oferta. La avenida costera fue inaugurada en 1949 y entonces las inversiones fluyeron libremente a lo largo de toda la bahía.

Llegaron así las primeras torres hoteleras en los años cincuenta, como el Club de Pesca, de Mario Pani, y El Presidente, de Juan Sordo Madaleno, quien aprovechó el único macizo rocoso de la bahía para proyectar una torre con amplios ventanales que además estaba acompañada por una escultura de Mathias Goeritz y un club nocturno de playa de Félix Candela.

Mario Pani fue también el encargado de proyectar el aeropuerto (que recibió su primer vuelo en 1951), el club de yates y varios hoteles más, mientras que Jorge Madrigal Solchaga y Francisco Artigas, famoso por sus casas en el Pedregal de San Ángel, fueron los consentidos para diseñar residencias particulares.

Todo el mundo quería ser moderno, y todos soñaban con vacacionar en Acapulco. Incluso la infraestructura de salud y la religiosa, como la Unidad Clínica-Hospital del puerto y la capilla de La Paz, fueron diseñadas apegándose a las líneas modernas, que para entonces ya eran parte integral del estilo Acapulco.

El destino de las celebrities

Con los turistas llegando y el dinero fluyendo a manos llenas hacia el puerto, el encanto mediterráneo de los riscos pasó a un segundo plano y otras zonas comenzaron a ser desarrolladas; el único requisito era tener acceso (y una buena vista) hacia el mar.

Las Brisas y su colección de casitas detonaron el crecimiento del fraccionamiento homónimo, mientras que, en el lejano camino hacia Barra Vieja, el Pierre Marqués, con sus jardines diseñados por Luis Barragán y mobiliario de Clara Porset, abriría las puertas de lo que después sería Acapulco Diamante.

Los Kennedy, Elizabeth Taylor, Mick Jagger, Roman Polanski, John Lennon, Yoko Ono, Gloria Gaynor, John Wayne, Frank Sinatra…, la lista de celebridades y políticos que frecuentaban el puerto, ya fuera para vacacionar, pasar su luna de miel o asistir a la Reseña Mundial de los Festivales Cinematográficos (un festival de cine que, entre 1958 y 1969, se celebró en Acapulco), era prácticamente interminable y quizá no quede mejor registro de este momento que la película Fun in Acapulco, estelarizada por Elvis Presley y estrenada en 1963.

El Hotel Pierre Marques en su época dorada.

Durante el día, bañarse en el mar, pasear en un yate, nadar en una alberca y asolearse. Durante la noche, cenar y salir de fiesta a una renombrada discoteca. Al día siguiente, repetir. La fórmula de las vacaciones de sol y playa había llegado para quedarse, y el gobierno no dudaría en buscar replicar el éxito acapulqueño en otras partes del país: Cancún, Ixtapa, Los Cabos o Huatulco, por ejemplo.

La idea negativa que por muchos siglos se tuvo sobre estar junto al mar había desaparecido por completo y prácticamente no había alguien que no soñase con pasar unas vacaciones en la playa. Después de todo, y como dice Elvis en su canción sobre Acapulco: This is no time for siesta, this is time for fun.

 
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