Más allá de Morelos: Las otras rutas de conventos en México

De Yucatán a Michoacán, existen varias rutas de conventos en México. Todos fueron construidos en el siglo XVI y sobreviven como ejemplos de la ‘conquista espiritual’.

08 Mar 2022
Más allá de Morelos: Las otras rutas de conventos en México

Desde su inscripción a la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1994, los Primeros Monasterios del siglo XVI en las faldas del Popocatepetl (mejor conocidos como la Ruta de los Conventos de Morelos) se ha consolidado como una de las principales atracciones para los viajeros de la zona centro del país. De Yecapixtla a Atlatlahucan, y de Oaxtepec a Tlayacapan, los once complejos religiosos morelenses que fueron reconocidos como Patrimonio de la Humanidad atraen a numerosos visitantes cada año. La razón es obvia. Con casi 500 años de antigüedad, estos conventos-fortaleza se levantan como pequeños castillos compuestos por enormes atrios, capillas abiertas, bóvedas, claustros, almenas y torres que cuentan la fascinante historia de la evangelización de América y el sincretismo entre las culturas indígenas mesoamericanas y el cristianismo. Sin embargo, y más allá de Morelos, el país resguarda (muchos) más ejemplos de este tipo de edificios. 

Más allá de Morelos

Tres años después de la caída de Mexico-Tenochtitlan, en 1524, un grupo de doce frailes franciscanos arribó al territorio que ya comenzaba a ser llamado como Nueva España. Con su llegada, inició el proceso que el historiador Robert Ricard bautizó como Conquista Espiritual. A los franciscanos siguieron los dominicos, que empezaron a llegar hacia 1526, y siete años después, arribaron los agustinos. Prestos y dispuestos a convertir al cristianismo a los habitantes del Nuevo Mundo, los misioneros buscaron ubicarse cerca de los principales núcleos de población indígena e incluso se aliaron con caciques locales y encomenderos. Los franciscanos se establecieron entonces en los territorios de los actuales estados de Hidalgo, Puebla, Michoacán y Yucatán, los dominicos hicieron lo propio en Chiapas, Oaxaca y Puebla, y los agustinos en Oaxaca, Guerrero y la Huasteca. 

Una vez establecidos, y de manera similar a las modernas compañías internacionales que establecen oficinas y headquarters regionales en sus diferentes mercados, los frailes comandaron la edificación de conventos. Además de ofrecerles un lugar donde vivir, estos complejos también albergaban todo lo necesario para apoyar (y administrar) la labor de evangelización: enormes capillas que permitiesen bautizar en masa, muros cubiertos de murales que ilustrasen conceptos cristianos específicos como el infierno, y huertas donde pudieran cultivar árboles frutales y hortalizas recién llegados de Europa.

Iglesia y ex-convento de San Nicolás Tolentino en Actopan, Hidalgo.

Casi medio milenio después, algunos de estos conventos han quedado escondidos en pequeñas poblaciones con apenas pocos miles de habitantes (como Metztitlán o Molango), mientras que otros se han convertido en referencias en sus respectivas ciudades (como Cuernavaca o San Cristóbal). Sin embargo, y entre sus austeros espacios y el imperdible olor a humedad, estos antiguos complejos levantados hace siglos por esos osados frailes siguen en pie, y son la excusa perfecta para escaparse de la ciudad y hacer un road trip hasta el corazón del México del siglo XVI. 

Detalle de uno de los murales del ex-convento de Ixmiquilpan, elaborados por indígenas y famosos por representar los conflictos entre los otomíes y los chichimecas.

Hidalgo

A la llegada de los españoles, la región de los valles y llanos del actual estado de Hidalgo era una de las zonas más densamente pobladas de México, pues era ahí donde se asentaban los principales núcleos de población otomí. De este modo, los franciscanos iniciaron una intensa campaña de evangelización en la zona desde 1527, cuando mandaron construir los grandes conventos de San Francisco en Tepeapulco, y de San José en Tula. Antes de que terminara el siglo, edificaron 11 grandes conventos (Tepeapulco, Tula, Apan, Zempoala, Tulancingo, Tlahuelilpan, Atotonilco de Tula, Huichapan, Alfajayucan, Tepeji y Tepetitlán), a los que hay que sumar otros doce que levantaron los agustinos (Atotonilco el Grande, Molango, Metztitlán, Epazoyucan, Acatlán, Huejutla, Singuilucan, Tezontepec, Actopan, Ixmiquilpan, Tlachinol y San Bartolo Tutotepec). 

Ex-convento de los Santos Reyes en Metztitlan, Hidalgo.

Los frescos del ex-convento de Ixmiquilpan se encuentran entre los mejor conservados de todo el virreinato. Foto: Abdeel Yañez

De estos 23 complejos, mención en especial merecen los de Metztitlán, Ixmiquilpan y Actopan. Estos dos últimos resguardan algunos de los mejor conservados (y más impresionantes) ejemplos de pintura mural novohispana de todo México, mientras que la fachada del de Metztitlán, con su estilo plateresco, es probablemente la más soberbia de todas.

Yucatán

Si bien su desarrollo virreinal fue completamente diferente al del resto de la Nueva España, la península de Yucatán también experimentó una intensa campaña de evangelización durante el siglo XVI, pues los españoles rápidamente identificaron que este territorio estaba densamente poblado por los mayas. El vigor evangelizador fue tal, que Mérida es la única ciudad en México cuya catedral fue construida en su totalidad en el siglo XVI, pero más allá de la capital, grandes conventos también fueron erigidos a lo ancho de la península.

Los de Valladolid e Izamal (ridículamente fotogénicos con sus muros rosados y amarillos) son bien conocidos, pero la ruta se compone por los de Tecoh, Tekit, Teabo, Mama, Oxkutzkab, Ticul, Muna y Umán, con sus grandes arcos góticos. Mención aparte merece Maní, que en su tiempo albergó el mayor de los cacicazgos mayas, y que por lo mismo fue el lugar elegido por los franciscanos para levantar, en 1549, el primer conjunto conventual permanente de toda la península. Es interesante notar también que varios de estos conventos se encuentran a una altura mayor que el resto de los edificios que los rodean, y esto se debe a que fueron construidos sobre antiguas pirámides. 

Interior del convento de Maní. Foto: Sebastián Crespo / Fomento Cultural Banamex

Iglesia del antiguo convento de Nuestra Señora de la Asunción de Muna. Foto: Edgar David López.

Oaxaca

Hogar ancestral de los zapotecos y los mixtecos, los frailes mendicantes no tardaron en percatarse de la importancia cultural y demográfica de los valles centrales de Oaxaca. Y aunque pueda parecer difícil apartarse de los alrededores de la capital oaxaqueña, la zona de la mixteca resguarda algunos de los complejos conventuales más impresionantes de México. 

El convento de Santo Domingo de Oaxaca nos da una pista sobre el importante papel que tuvieron los dominicos en esa región, y más allá de este, los frailes de esta orden construyeron varios complejos en la mixteca, en las localidades de Asunción Nochixtlán, Tlaxiaco, Tamazulapam del Progeso, Yanhuitlán, Coixtlahuaca, y Teposcolula. Estos tres últimos son los más conocidos (e imponentes) de todos, pues combinan elementos propios del gótico con gigantescas capillas abiertas y retablos barrocos que fueron añadidos posteriormente. 

La capilla abierta del gran convento de San Pedro y San Pablo Teposcolula es una de las más grandes del país.

Interior de la iglesia de Santo Domingo Yanhuitlán.

Chiapas

Aunque cuando se trata de rutas virreinales, el Camino Real de Tierra Adentro suele acaparar las miradas, al sur de la Nueva España existió otra que ha quedado un poco olvidada: el Camino Real de Guatemala; que enlazaba Oaxaca con la capitanía general de Guatemala, y el cual fue trazado sobre antiguos caminos de comunicación prehispánica. Los dominicos aprovecharon esta vía, y de sus conventos en la Mixteca prosiguieron para evangelizar también la región de los altos de Chiapas, con su enorme población de tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales y zoques, entre otros. 

Exterior del templo de Santo Domingo de Comitán, Chiapas. Foto: Herbe Sosa

El primer convento dominico fue levantado en 1546 en Zinacantán, y le siguieron otros en Ciudad Real (actual San Cristóbal de las Casas), Copanaguastla, Tecpatán, Chiapa de Indios (actual Chiapa de Corzo), Comitán y Oxolotlán. Lamentablemente, y debido a los temblores que ocurren de manera frecuente en esta zona, ninguna de las construcciones originales sobrevive íntegra. En algunos casos, como en Copanaguastla, sólo sobreviven las ruinas, mientras que en otros, como en Comitán y San Cristóbal, cuentan con adiciones de siglos posteriores o fueron prácticamente rehechos en su totalidad.

El ex-convento de Santo Domingo de San Cristóbal de Las Casas ha sido adecuado para albergar al museo de textiles del mundo maya.

Michoacán

Después de la caída de Tenochtitlan, los españoles fijaron su mirada sobre el otro gran imperio mesoamericano: el purépecha. Los conquistadores entraron a Tzintzuntzan en 1522, y tres años después llegaron los primeros misioneros franciscanos al actual territorio michoacano, que establecieron un primer convento consagrado a San Pedro y San Pablo en la localidad de Zinapécuaro en 1530. 

Les siguieron los de Uruapan, Valladolid (actual Morelia), Zacapu, Tarecuato (levantado sobre una pirámide cuyos escalones son aún visibles), Erongarícuaro y Tzintzuntzan. Además, y aunque se encuentren en Guanajuato, también podemos contar a los conventos de Acámbaro y Yuriria, cuya hermosa fachada plateresca compite con la de Los Reyes Metztitlán. Los complejos conventuales michoacanos, y gracias a los bosques que cubren la región, tienen la característica de utilizar mucha madera. Si uno presta atención, es también posible encontrar numerosos círculos y motivos florales decorativos en estos edificios, y los cuales se dicen que son símbolos de antiguas deidades purépechas.

Convento de San Agustín. Yuriria, Guanajuato.

convento tarecuato

Detalle de los escalones del ex-convento del convento de San Francisco de Tarecuato.

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