Durante el siglo XVII el proyecto de colonización y cristianización de América ya se había consolidado y extensas zonas del continente funcionaban perfectamente como parte del imperio español. Sin embargo, existían ciertas regiones americanas que permanecían ajenas a la religión y al control de la corona. Territorios que eran de difícil acceso, cuya población se componía por indígenas nómadas que no eran fáciles de mantener en núcleos urbanos.
Estos sitios se encontraban en el noroeste de la Nueva España y en la región amazónica de Bolivia. Y a pesar de los esfuerzos, no habían podido ser ni evangelizadas ni integrados a la economía. Tras numerosos fracasos para ocuparlas, la monarquía Ibérico decidió en el siglo XVII probar una nueva técnica: encargar su colonización (y cristianización) a los jesuitas.
Experimentos en el río de la Plata
Los jesuitas habían arribado al territorio paraguayo de Guairá desde 1588 con la misión de cristianizar a los indígenas y de protegerlos del sistema de encomienda que habían establecido los conquistadores. En ese momento la provincia paraguaria era una de las regiones más australes del virreinato del Perú, y escapaba a casi cualquier control de parte de las autoridades hispánicas. De esta manera, y con la autorización del rey Felipe III de España, se les concedió a los jesuitas el permiso para establecerse ahí.
Los jesuitas pensaban que cristianizar no tenía que ser sinónimo de europeizar, y decidieron probar un método en el cual se pudieran preservar las costumbres de los indígenas. La primera misión fue fundada en 1609 y llevó el nombre de San Ignacio Guazú, pronto este modelo se hizo por demás exitoso y extendió por otras partes del territorio.
Las pequeñas ciudades jesuitas del Paraguay
Cada misión se componía por un emplazamiento urbano que era llamado reducción. Se trataba de ciudades miniatura que funcionaban según las órdenes de los padres jesuitas y estaban pobladas por indígenas. Su diseño urbano estaba pensado en torno un templo que ocupaba la posición central y espiritual de todas las construcciones. A su lado se diseñaba una plaza a partir de la cual se trazaban las calles, anchas y simétricas.
En los alrededores de la iglesia se encontraba la residencia de los padres jesuitas y de los caciques guaranís. Mientras que el resto de las casas de los indígenas se construían calles de sesenta metros cuadrados. Los jesuitas enseñaban oficios a los indígenas, por los que en el área había también huertos, plantaciones de yerba mate, un cementerio, una cárcel y diversos talleres donde se producían todos los bienes necesarios para la comunidad.
Cristianizar sin occidentalizar
Aunque la arquitectura de las misiones varió según la época, en cada recinto se puede ver una singular combinación de detalles cristianos y guaranís. Las misiones representan un proceso de aculturación que nunca antes había sido visto, ya que algunos de los elementos que hay en las construcciones son griegos, barrocos, románticos y a la vez profundamente indígenas.
Muchas costumbres guaranís fueron también preservadas e incluso fomentadas dentro de las misiones. Los jesuitas buscaron integrar elementos de la cultura indígena dentro de sus catecismos, por otro lado utilizaron mucho la música y las obras de teatro. Además, y al darse cuenta que los indígenas vivían cerca de la naturaleza y solían reverenciar a los animales, los religiosos buscaron hacer asociaciones entre los santos y diversas criaturas (San Lucas como vaca y san juan como águila).
Se establecieron cerca de treinta misiones en el territorio del río de la Plata. Sin embargo, la mayoría se encuentran en los actuales territorios de Argentina y Brasil, mientras que sólo siete se localizan en el territorio actual de Paraguay. Éstas son San Ignacio Guazú, Santa María de Fe, Santa Rosa, Santiago, San Cosme y San Damián, Itapúa, Jesús de Tavarangue y la Santísima Trinidad de Paraná. sin duda la mejor preservada, ya que fue fundada en 1706 y es la más grande de todas.
De a misiones evangelizadoras a ser amenaza real
Debido a que eran comunidades autónomas que producían todo lo que necesitaban y que funcionaban de manera independiente, no pasó mucho tiempo para que la Corona Española las considerara una amenaza a su poder. Tras la expulsión de la orden en 1767, las misiones del Paraguay empezaron a decaer rápidamente hasta quedar abandonadas.
Las que perduran hoy en día son zonas arqueológicas, sobreviven como testigos de un proceso de cristianización único que permitió a los indígenas preservar elementos de su cultura tradicional.
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Cada misión se encuentra separada al menos 10 kilómetros de la siguiente y cuenta con una área de amortiguamiento.