Hay vacaciones de las que necesitas tomar unas vacaciones. Vuelos largos, caminatas extensas, líneas de espera en museos y restaurantes. Esos viajes, que si bien son enriquecedores, también te pueden agotar. Y luego están los getaways, a los que vas a descansar en toda la extensión de la palabra. Fines de semana en los que puedes desconectarte del mundo y perder la noción del tiempo entre siestas en la hamaca, cervezas frías bajo el sol y eternidades dentro de la alberca. Días cuando no hay nada que hacer más que admirar el paisaje y dejar que tu cuerpo se haga uno mismo con el agua hasta que se te arruguen las yemas de los dedos. Para eso está Terrestre, la última adición de Grupo Habita a su portafolio de hoteles.
Son 45 minutos en avión rumbo a Puerto Escondido, saliendo del aeropuerto de Ciudad de México. El aterrizaje es un espectáculo visual: sobrevolar el mar y ver desde arriba la playa donde vas a pasar tus próximas horas de sol, entre montañas tupidas de árboles. Un paisaje digno de Jurassic Park, al que lo único que le hace falta es la música de John Williams de fondo para ponerte la piel chinita.
Luego, un trayecto de 40 minutos por carretera: de un lado, casas con techos de palma y palmeras, y del otro, la laguna de Manialtepec, de donde se desborda la vegetación de manglar. Una vuelta a la izquierda, un camino de terracería, un sembradío de papayas y unas vaquitas que pastan bajo el rayo del sol. Hay que pasar los viejos conocidos, como Casa Wabi o el Hotel Escondido, y entonces llega la novedad: Terrestre. Una obra de Alberto Kalach y su equipo de Taller de Arquitectura X (TAX) que opera 100 % con energía solar y convive en matrimonio perfecto con el entorno. Las 14 villas de concreto, madera y tabique se conectan mediante caminos de arena y la vegetación con el restaurante y el spa. En el centro de la propiedad hay un carril de nado con agua salada, rodeado de camastros y más vegetación. Bastan un par de horas para entender que aquí menos es más.
En las habitaciones no hay televisión. En su lugar hay una colección de libros y novelas para tomar prestados durante tu estancia. Está la cama, una pequeña sala de estar y unas puertas de madera corredizas que te permiten admirar el paisaje y conectar con la naturaleza mientras estás acostado en la cama. La ducha, casi al aire libre, es una gozada (puntos extras por la presión del agua y la temperatura). Y en la parte de arriba de la habitación hay una terraza con un camastro, una hamaca y una pequeña alberca privada.
El hotel está planeado para que los huéspedes sincronicen su día con el ciclo del sol. Mi recomendación: despertar al alba, correr o caminar en la playa, que está a unos cuantos de pasos de la habitación, volver al hotel por el desayuno y pasar el resto del día alternando los chapuzones entre la alberca de la habitación, el carril de nado y el mar. A media tarde vale la pena tomar alguna de las bicicletas disponibles en el hotel para visitar cualquiera de las propiedades vecinas: Casa Wabi, el Hotel Escondido o un bar de mezcales que también se encuentra cerca. La clave aquí es que realmente te sentirás cerca del entorno, de la vegetación, de la arena y el agua, pero en ningún momento tendrás que renunciar a la comodidad.
Lo más difícil de esta escapada será regresar.