Oaxaca de Juárez

Celebración en Oaxaca: bodas, calendas y muchas, muchas flores

Su riqueza gastronómica y cultural hacen de éste el destino perfecto para festejar.

POR: Florencia Molfino

Hace ya varios años asistí a una boda en Oaxaca. En Santo Domingo: un coro entonó piezas de Bach y de Schubert y el ex convento dejó en claro su supremacía acústica sobre cualquier otro recinto−, pero lo que más quedó grabado en mi memoria −seamos sinceros− fue la fiesta en, precisamente, el Jardín Etnobotánico: la iluminación sobre los cactus, la cena exquisita, las margaritas echas de mezcal y naranja.

Un tiempo después regresé a otra boda en el mismo sitio: esta vez no hubo coro, la ceremonia en Santo Domingo fue de día y breve: los recién casados tenían prisa por pasar al jardín, pero antes disfrutamos la procesión de la calenda que visitó a los novios.

De nuevo, entre plantas peligrosamente puntiagudas y litros de mezcal, una banda que tocaba covers y platillos oaxaqueños tradicionales, Oaxaca se convirtió en el epicentro de las celebraciones de unión más memorables.

Pese a no estar ubicada cerca de Ciudad de México, prácticamente no hay quien se resista a una boda en Oaxaca.

Es raro que alguien ponga pretextos laborales o familiares. La mayoría aparta la fecha sin chistar y es posible que se emocione de antemano con la expectativa del viaje, antes, durante y después de la boda: el único pretexto para perderse en Oaxaca es el deseo de ir.

Una fiesta en Oaxaca no está completa sin la música de las marimbas y el espectáculo único de las calendas, con sus característicos “monos”, figuras enormes elaboradas en carrizo y papel, y vestidos con trajes típicos de la región, rodeados por las célebres chinas oaxaqueñas.

Foto: Maureen M. Evans

Las flores

Cada detalle de las chinas oaxaqueñas está lleno de significado. Si las viste en la celebración patronal o en una boda, es más que seguro que hayas caído bajo el efecto hipnótico de sus movimientos, guiados por la tambora, el trombón y la chirimía (instrumento de viento tradicional de la zona).

Su gracia no se reduce a la belleza de sus trajes ni a la efusividad de sus sonrisas: son los arreglos florales que sostienen sobre sus cabezas en pesadas canastas y su estruendosa combinación con los trajes que, en movimiento, multiplican las posibilidades del color en formas impensadas.

El pueblo se reúne a su alrededor y siguen sus pasos con un atole o un mezcal en mano, hasta llegar al ex convento de Santo Domingo. Las bodas oaxaqueñas no pueden prescindir de las calendas, esta celebración que pasó del ritual religioso heredado por los misioneros dominicos del siglo XVI a convertirse en un símbolo de la cultura oaxaqueña.

Y sí, cada detalle cuenta algo; las flores llevan símbolos religiosos o los representan: a veces una M en alusión a la virgen, otras una cruz, pero también guirnaldas y arreglos nacidos de las tradiciones zapotecas.

Foto: Maureen M. Evans

Oaxaca es un estado florido: hay más de 700 especies vegetales que dan flores, muchas de las cuales pueden observarse caminando un día cualquiera por la ciudad: los guacayanes de amarillo intenso y los rosas; las jacarandas contrastando en morado; el coquito, con su aspecto puntiagudo; el framboyán de hojas rojísimas y acampanadas.

¿Cómo podría integrarse en este universo un arreglo floral de una boda sin caer en lo obvio, sin faltar a la tradición, sin repetirse con el colorido exterior? Alberto Arango y Ramiro Guerrero me acompañan en un recorrido virtual por el universo del diseño en las bodas.

Flores Cosmos, su emprendimiento que lleva ya un recorrido de años, está más emparentado con la instalación artística que con el concepto tradicional de los arreglos florales: enormes cascadas de piso a techo de palma, flores y hojas frescas, jardines invertidos que flotan sobre las mesas o los rincones saturados por una diversidad abrumadora de helechos (cabe decir que esta planta es abundante en Oaxaca, contra toda suposición).

Hablo con ellos porque, pese a que han participado −en sus palabras− en más bodas en Ciudad de México (donde tienen su estudio) que en otras partes de la república, su experiencia en Oaxaca resulta reveladora para los neófitos.

“No diría que el Jardín Etnobotánico es el venue ideal para una boda”, dice Alberto, pero aclara: “No desde el punto de vista de los arreglos florales”.

Foto: Maureen M. Evans

Como Flores Cosmos trabaja no con base en tendencias sino en gustos, peculiaridades de sus clientes, emociones y cuestiones prácticas (como la fecha de la boda y el lugar) para desarrollar conceptos estéticos que acompañen a la pareja en la celebración, la libertad de experimentar se ve acotada en un sitio que por su naturaleza de jardín botánico no puede permitir el ingreso de cualquier especie vegetal: el riesgo de “contaminación” es demasiado alto.

La fascinación

Oaxaca es una ciudad compacta y compleja, pero de apariencia pueblerina y simple. Estas palabras de Clarice Lispector la describen a la perfección: “No se equivoquen: la sencillez sólo se logra a través del trabajo duro”.

Las apariencias podrían hacer sospechar erróneamente que es un pueblo mágico disfrazado de color para los turistas; los turistas podrían confundir ese mismo aspecto con cierto folclor indígena creado por una tradición inmutable; los indígenas ven su ciudad completamente transformada.

Ya lo dijo Toledo en su momento: “Conocí el istmo de Oaxaca cuando las mujeres se bañaban desnudas en el río. Los trajes y las fiestas, los mercados, el zapoteco hablado por todas partes. Tenía cinco años y era el paraíso, un México diferente. Pero todo eso desapareció”.
Oaxaca entonces es un caleidoscopio no sólo de colores y tradiciones, sino también de interpretaciones, tiempos y espacios.

Y en su capital, Oaxaca de Juárez, la multiplicidad de esta ciudad, con aparente sencillez, salpicada de tiendas de grandes artesanos y galerías de arte, mezcalerías y restaurantes, no es otra cosa que una posibilidad.

Foto: Maureen M. Evans

Es quizá esta posibilidad, en la que caben todas las lecturas e impresiones, lo que la vuelve tan perfecta para la celebración. Que levante la mano quien no encuentre siempre un pretexto para volver. Y celebrar allí. Y querer regresar por más.

Regresar, incluso, para casarse o, al menos, para ver cómo lo hacen otros en medio de alguno de sus muchos venues, desde espacios majestuosos, aunque de apariencia ruinosa, como Proyecto Murguía, hasta improvisados bajo la sombra de los árboles.

En la tradición zapoteca, lo importante es honrar las partes y éstas están configuradas por todo lo que rodea a los novios: el creador (en el que tengan fe), sus ancestros y su comunidad, representados por el chamán que oficia la ceremonia.

A su vez, ellos se harán mutuas ofrendas: no se trata de un simple regalo, sino de una promesa de vida materializada en un objeto.

A cielo abierto

Oaxaca conserva templos del siglo XV que son muestras perfectas de la arquitectura religiosa europea en pleno sincretismo con la indígena.

Y lo que más destaca de ellos es el concepto de capilla abierta: para evangelizar a los pueblos originarios, los misioneros se vieron en la necesidad de crear espacios a cielo abierto, dado que los primeros no estaban acostumbrados a los ritos religiosos en el encierro de una capilla tradicional.

Los ritos locales también se realizaron por siglos en la vastedad del espacio abierto.

Quizá por eso, en Oaxaca los venues preferidos por los novios son los que emulan esa sensación, pese a estar contenidos entre paredes: desde el Jardín Etnobotánico y Proyecto Murguía hasta Fábrica Patio y Cardenal Oaxaca, por mencionar los más conocidos.

Quienes prefieren una ceremonia más íntima suelen elegir espacios como el restaurante del hotel Casa Oaxaca o Criollo de Enrique Olvera.

Foto: Maureen M. Evans

A la posibilidad de celebrar de una forma cercana con los amigos y la familia se suma la experiencia gastronómica.

En Casa Oaxaca, el menú creado por el chef Alejandro Ruiz, con carnes de libre pastoreo e ingredientes orgánicos, se ha ganado su reputación con una recreación contemporánea de los clásicos del estado, de donde él es originario.

Criollo, por su lado, hace lo propio utilizando sólo ingredientes locales y de temporada, y su chef, Luis Arellano (quien anteriormente trabajó en Casa Oaxaca), utiliza técnicas de la cocina tradicional oaxaqueña.

El resultado son exquisiteces como las tostadas con requesón y chapulines, el agua de maíz y la barbacoa de res enchilada. A pocos minutos de la capital oaxaqueña se abren nuevas posibilidades.

El Centro Cultural ex Hacienda San José, en San José Hidalgo, Atzompa, con su estilo decimonónico restaurado con un toque contemporáneo y sus múltiples espacios, como el Patio de las Terrazas y el Patio Central, es perfecto para una celebración a lo grande: puede recibir a unos 500 invitados.

Hacienda Los Dorantes, en Santa María del Tule, mantiene viva una tradición de dos siglos y en sus enormes jardines se han celebrado bodas inmensas (puede recibir hasta 1,000 invitados).

Por último, no está de más decir que, en Oaxaca, el principal venue es Oaxaca mismo: podrías celebrar en plena Mixteca, frente a un campo de agaves y bajo la sombra de los árboles, y, sin duda, se trataría de la ceremonia más memorable de tu vida. Como en todo, lo esencial aquí es el espíritu que rodea el espacio.

 
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