Si alguien dice “ciudad de los canales”, es imposible no pensar en Venecia. Localizada a la mitad de su laguna, y famosa por sus góndolas y calles de agua, esta urbe italiana ha monopolizado este término por siglos. Sin embargo, al otro extremo de Europa, se encuentra otro enclave marítimo que desde hace siglos se consolidó como uno de los puntos más importantes del Mar del Norte: Hamburgo.
Si gracias a su armada y a su flota que comerciaba con Constantinopla, Dalmacia, Chipre y Alejandría, Venecia se convirtió en “la amante del Mediterráneo”, Hamburgo fue uno de los puertos más importantes de la Liga Hanseática: una alianza comercial que reunió a casi 200 ciudades en Europa del norte entre los siglos XIV y XVII. Aunque la “Reina de la Liga” fue Lübeck, también en territorio alemán, Hamburgo se consolidó como uno de sus principales núcleos.
Una ciudad de comerciantes y cisnes
Aunque es una ciudad histórica y fue fundada desde el siglo IX por órdenes del emperador Carlomagno, la cara de Hamburgo es bastante moderna. En 1284, un devastador incendio destruyó todas las casas de la ciudad salvo una, y desde entonces, el fuego se convirtió en una amenaza constante: las llamas devoraron la ciudad repetidamente en 1750, en 1842 y en 1906. Asimismo, durante la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos destruyeron más del 70% de sus edificios. A pesar de esto, Hamburgo y su puerto se recuperaron continuamente, y continuaron creciendo y expandiéndose gracias al comercio.
Relacionado con lo anterior, existe una leyenda que dice que la ciudad será libre y hanseática, siempre y cuando haya cisnes viviendo en el río Alster (uno de los dos que la atraviesan). Incluso, desde 1664 se expidió una ley que prohibe lastimarlos, cazarlos, e incluso insultarlos. Hoy en día, es de hecho el ayuntamiento mismo quien se encarga de su cuidado.
Los almacenes que se volvieron Patrimonio Mundial
Si bien el centro histórico hamburgués conserva algunas construcciones clásicas como el ayuntamiento, las iglesias de San Nicolás y San Miguel, o un par de conjuntos residenciales del siglo XVII, el verdadero corazón de la ciudad es el Speicherstadt. Construido entre 1885 y 1927, el nombre de este distrito literalmente significa “ciudad de almacenes” y es un complejo de depósitos donde los navíos que llegaban al puerto alemán solían descargar su mercancía. Mide más de un kilómetro de largo y todos fueron construidos con ladrillo rojo.
Con el tiempo, los barcos (y sus contenedores) se hicieron más grandes y ya no les fue posible utilizar el Speicherstadt, por lo que los antiguos almacenes se convirtieron en museos y oficinas. Sin embargo, el valor histórico, arquitectónico y cultural de este distrito atravesado por canales y puentes, le valió que la UNESCO lo designara como como Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Conciertos, cultura y mucha agua
Como consecuencia del descubrimiento de América y el auge de los imperios mercantiles de Inglaterra y los Países Bajos, la Liga Hanseatica perdió importancia y fue decayendo poco a poco. Sin embargo, y a diferencia de otras ciudades como Lübeck o Visby, Hamburgo pudo mantener su preeminencia y hoy se mantiene como uno de los principales centros económicos de Alemania. A finales del siglo XIX, de aquí salieron cinco millones de emigrantes europeos hacia a América, a los Estados Unidos, pero también a Brasil y a la Argentina.
El puerto es un centro cultural que alberga las oficinas de numerosos periódicos y revistas y es la ciudad con mayor cantidad de consulados en el mundo, sólo después de Nueva York y Hong Kong. Desde 2017, es además la sede de la Elbphilharmonie: la sala de conciertos más vanguardista del país. El despacho suizo Herzog & de Meuron adaptó un antiguo almacén de inconfundible ladrillo hamburgués con un anexo de cristal que hace eco de los navíos que alguna vez entraron por el Elba hasta esta ciudad.
Así, y ya sea que se vaya a escuchar un concierto, a correr a las orillas del río Alster, o al típico mercado de pescado de los domingos por la mañana, en Hamburgo, nunca se está demasiado lejos del agua.
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