La experiencia inicia con el silbato que se escucha a lo lejos. Un silbato que muchos solo han escuchado en películas, en otros países o en otros tiempos, porque en México es poca la gente que aguarda la llegada de un tren de este tipo. Hoy por hoy, las opciones de viajar en este medio de transporte se limitan a uno, a este, que espero con impaciencia en la estación El Fuerte, en Sinaloa: el Chepe.
Una primera impresión que enamora
Desde que aparece en el horizonte, el Chepe Express luce flamante. Procedente de Los Mochis, donde inicia la ruta –o termina, para quienes vienen de Chihuahua–, el ferrocarril por fin se detiene frente a nosotros. Aunque hayan sido solo unos minutos en la estación, la espera siempre eleva las expectativas y acrecienta el ánimo.
De los vagones veo descender sobrecargos con su atuendo clásico, todos muy elegantes, atentos y eficaces al momento de coordinar el abordaje. Veo el reloj y pasan apenas unos minutos de las 10:00 de la mañana. Todo indica que saldremos a tiempo hacia la siguiente estación en esta ruta que desde 1961 conecta al Pacífico con Chihuahua. Un trayecto fabuloso, lleno de paisajes capaces de robar el aliento y que, a lo largo de los años, ha adquirido una fama más que merecida.
Una experiencia completa
Llevamos dos horas de camino y el paisaje allá afuera es cada vez más atractivo. Para apreciarlo al máximo, he dejado mi asiento para irme al último vagón, el coche terraza, sin lugar a dudas, la mejor opción para que los pasajeros saquen al fotógrafo que llevan dentro, ya que cuenta con ventanas abatibles y un área lounge, una barra de snacks y bebidas para aderezar el viaje; en pocas palabras, este vagón tiene todo para hacer crecer la experiencia a bordo del tren.
Aunque es todavía temprano, he cedido a la tentación de pedir una Rosa de Chihuahua, un coctel a base de sotol (un destilado cuya denominación de origen recae en Coahuila, Durango y Chihuahua), con infusión de flor de jamaica, frambuesa y agua de rosas, que nunca había probado. Admiro los paisajes que me rodean, nunca he visto algo parecido y, de a ratos, me siento pequeño frente a tal grandeza.
Lamento que solo falten dos horas para llegar a mi destino. La estoy pasando tan bien a bordo que me acerco a uno de los sobrecargos para preguntarle: “¿No podríamos ir un poco más despacio, para seguir disfrutando del viaje?” Ríe con mi ocurrencia, pero no parece sorprendido. Estoy seguro de que no soy el primero que le pregunta algo así.
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