Campeche se siente como un remanso de paz en medio de la locura. La capital campechana es relativamente pequeña y seguramente esto influye mucho, pero si nos quedamos nada más con su centro histórico, rodeado por su espectacular muralla, ese sentimiento de aislamiento se incrementa. Aquí adentro, el tiempo parece ir más lento: no hay prisa para llegar a ningún lado.
En Campeche, las tardes se pasan siempre en el malecón para disfrutar de la brisa del mar.
Declarada Patrimonio de la Humanidad en el 2000, la hermosa ciudad amurallada puede recordar a Cartagena, o al viejo San Juan, pero la realidad es que ésta fue la primera ciudad amurallada de América. Cada uno de sus baluartes se ha rescatado, hay desde un museo hasta un jardín botánico, por lo que recomendamos dedicarle una mañana entera a caminar por la muralla, haciendo paradas en los distintos bastiones y aprovechar también la vistas que se aprecian desde lo alto.
A la hora de la comida, mejor preferir pescados y mariscos. Un clásico de siempre es La Pigua: y lo mejor sería pedir un pámpano, unos camarones o un delicioso Pan de Cazón.
En los alrededores de la ciudad, hay dos visitas imperdibles: Calakmul y Edzná, dos importantes sitios arqueológicos mayas, pero no tan turísticos como los vecinos de Quintana Roo y Yucatán. Aquí hay muy pocos visitantes y eso permite que las ruinas se puedan disfrutar sin prisa. De vuelta a la ciudad se puede hacer una parada en Hacienda Uayamón, una grandiosa construcción del siglo XVIII que ahora es un espectacular hotel de lujo.
En Campeche, las tardes se pasan siempre en el malecón para disfrutar de la brisa del mar. Aquí es donde se reúne la ciudad entera para despedir el día. La vida nocturna de la ciudad es muy tranquila, pero una buena opción para la noche es visitar el hotel Puerta Campeche y aprovechar la terraza que tiene sobre un trozo de la muralla.