Entre pames, jonaces y el barroco: la Sierra Gorda
Llena de montañas, bosques, cuevas y sótanos, pero también de templos, música y fiestas, la Sierra Gorda de Querétaro conserva un patrimonio que refleja una enorme riqueza cultural, pero que también cuenta una historia de conquista y resistencia.
POR: Diego Ávila \ FOTO: Diego Ávila
Aunque Querétaro se encuentra en pleno centro de México, la Sierra Gorda, que de hecho ocupa un tercio del territorio queretano, se siente lejos. Esta región, en la que los primeros vehículos automotores entraron apenas en los años 40, fue alguna vez una de las más inaccesibles del país, hasta que, en 1967, la carretera pavimentada que unió San Juan del Río con Xilitla (y que de paso comunicó a la Sierra con el exterior) fue inaugurada. Hasta entonces, el trayecto requería de varios días de viaje, y no es de extrañar que, por siglos, las montañas hayan permanecido como un territorio inexplorado y exótico.
Esta misma cualidad hizo que la Sierra se convirtiera en un refugio de pames, teeneks, jonaces, y otros grupos étnicos que suelen ser catalogados como chichimecas. Más relacionados con la Huasteca que con el centro de México, estos indígenas resistieron por siglos los intentos de colonización, y de paso dieron origen a algunas de las manifestaciones culturales más interesantes del país, tales como la colección de cinco misiones que, en 2003, fueron nombradas como Patrimonio Mundial por la UNESCO.
La frontera inconquistable
Al igual que el resto de las regiones del entonces virreinato de la Nueva España, la Sierra Gorda fue el objeto de diferentes campañas de conquista (militar y espiritual) desde el siglo XVI; pero para el XVIII, prácticamente todas habían fracasado. Gracias a su complicada geografía, los cerros, barrancas, ríos y cuevas de la Sierra se habían convertido en un bastión de resistencia de los indígenas de la zona ante el avance de los españoles y sus aliados. Los caminos, pueblos y misiones de los colonos eran frecuentemente asaltados, y el fin de la guerra chichimeca en 1598 no significó en absoluto el final de los problemas.
Para mediados del XVIII, poco había cambiado. Doscientos años de gobierno virreinal habían hecho poca cosa en la región, y mientras que Querétaro, Zacatecas y San Luis Potosí –con sus respectivas dosis de plazas, edificios administrativos, hermosas iglesias barrocas, y palacios nobiliarios– eran ya ciudades novohispanas hechas y derechas, la Sierra había permanecido como un ‘manchón de gentilidad’, o lo que es lo mismo, como una zona plenamente indígena donde la Corona Española tenía poco (o ningún) control.
Mestizaje de iglesias y canciones
La situación demandaba una solución inminente, y el elegido para la tarea fue el mallorquín fray Junípero Serra. El fraile llegó a la Sierra Gorda en 1750, y ese mismo año inició la construcción de la misión de Santiago de Jalpan. El plan era simple: involucrar a los indígenas de la zona en todos los aspectos de la liturgia, incluida la construcción de los templos y su dirección. A la misión de Jalpan le siguieron así otras cuatro: San Miguel Concá, San Francisco del Valle de Tilaco, Santa María del Agua de Landa, y Nuestra Señora de la Luz de Tancoyol. Y aunque a primera vista, los cinco templos puedan parecer idénticos entre sí, hay que observar sus fachadas con atención para descubrir que la frase ‘Dios está en los detalles’, nunca ha sido más cierta que aquí.
Si bien las obras de construcción de las misiones estuvieron dirigidas por los frailes, su decoración corrió a cargo de los pames (también conocidos como xi’úi), que cubrieron entonces sus fachadas con elaboradas figuras de argamasa en las que combinaron los símbolos de su cultura con los que les enseñaban los franciscanos. Santos, vírgenes y plantas de vid se encontraron entonces conviviendo con flores, conejos, jaguares, mazorcas y águilas bicéfalas; creando así algunos de los ejemplos más sobresalientes de arte barroco mestizo en el continente americano.
Además, los sonetos, líricas, canciones y décimas espinelas que tanto frailes y soldados, como comerciantes y mineros cantaban a su paso por la región, fueron poco a poco adoptadas por los nativos, sentando las bases de lo que con el tiempo sería el huapango arribeño, un género de son que sigue sonando con fuerza entre los poblados de la Sierra.
De Querétaro a California: un modelo a seguir
20 años después de la llegada de fray Junípero, se podía afirmar que su plan había funcionado. Las pequeñas iglesias habían formado comunidades a su alrededor, y la paz parecía haber llegado a la Sierra Gorda. El éxito queretano fue tal, que se decidió replicar el modelo para colonizar otras áreas del virreinato que hasta ese momento habían sido imposibles de meter en cintura, como las Californias. Así que cuando los jesuitas (que hasta entonces habían sido los encargados de evangelizar esa región) fueron expulsados de todos los territorios españoles en 1767, fray Junípero fue llamado a continuar su tarea, pero ahora en los lejanos terrenos californianos, donde participó en la fundación de algunas misiones que, con el tiempo, se convertirían en algunas de las ciudades más importantes del estado dorado, como San Francisco, San Diego y Santa Bárbara.
Sin los frailes, las misiones queretanas entraron en un periodo de decadencia y la inestabilidad regresó a la región. Numerosos alzamientos, uno tras otro, se sucedieron durante el resto del siglo XVIII y el XIX, y la región no conocería la paz sino hasta después de la Revolución. Hoy en día, entre las cinco misiones franciscanas y las notas de los huapangos que suenan en las fiestas, pasando por los instrumentos musicales y las artesanías que se pueden encontrar en los mercados típicos, la Sierra sigue resguardando varios ejemplos de uno de los intercambios culturales más profundos en la historia de México.
Qué ver
Antes de adentrarse en la Sierra para visitar las cinco misiones, es buena idea comenzar con el Museo Histórico de la Sierra Gorda. Ubicado en pleno centro de Jalpan de Serra, este pequeño, pero completísimo museo regional, es ideal para adentrarse en la historia de una región que, aunque parece cercana, es bastante desconocida.
A pocos pasos del Museo Histórico de la Sierra Gorda, se encuentra la nueva Casa de las Artesanías de Jalpan, un pequeño y encantador espacio que expone el rico patrimonio artesanal de la región y que va desde la alfarería hasta la cestería y los textiles.
Como en buena parte de los pueblos en México, varias de las mayores festividades de los pueblos de la Sierra Gorda van de la mano del calendario católico, así que vale la pena echarle un vistazo a la agenda de fiestas patronales antes de planear el viaje. Además de la Semana Santa, el final de septiembre y el principio de octubre es una buena época para ir, pues estos días congregan las fiestas de San Miguel Arcángel en Concá, y las de San Francisco en Tilaco, sin duda la mejor oportunidad para también escuchar un típico huapango arribeño en todo su esplendor.
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