Día uno
Marrakech recibe a los viajeros en un aeropuerto de arquitectura espectacular y contrastante: Menara. Una estructura de concreto que semeja una gigantesca celosía en medio del desierto. Como se encuentra muy cerca de la ciudad, en menos de 30 minutos uno puede estar instalado en su habitación.
La primera parada imperdible en la ciudad es la Plaza Djemaa el Fna, un gran zócalo que marca la entrada a la medina. Casi como en ningún otro sitio del mundo, esta plaza representa el verdadero corazón de la ciudad. Todo sucede aquí. Todo cabe: desde las motos hasta las serpientes, desde los curanderos hasta los negocios de comida. No por nada la unesco nombró Patrimonio de la Humanidad. Es aquí donde habrá que probar un jugo de naranja natural, de lo mejor del mundo.
La medina es la siguiente parada. No hay que tener miedo a perderse entre sus calles o, más bien, hay que ir con esa idea. La oferta en los mercados, o suks, no se agota nunca, y el deporte favorito es sin duda regatear (del precio original hay que pensar pagar la mitad, o menos). Cuando sea imposible encontrar el camino de vuelta, es mejor rendirse ante los niños que a cambio de unas monedas enseñan el camino de vuelta a la plaza.
Por la noche es buena idea ir al barrio de L’Hivernage a tomar un trago en alguno de los hoteles: el Sofitel o el nuevo Delano. La noche puede seguir en Le Comptoir (comptoirmarrakech.com) si se busca una experiencia que incluya belly dancers.
Día dos
En la medina de Marrakech se encuentran varios monumentos que vale la pena visitar, y además, siempre queda espacio para hacer algunas compras extras. La visita obligada es la madraza de Ben Youssef, un espectacular ejemplo de arquitectura árabe. Aunque las mezquitas no pueden visitarse sí es posible acercarse a verlas llenas durante la hora del rezo. La más espectacular es la Kutubia, justo a la entrada de la medina.
Paradójicamente, en medio del desierto, la ciudad está llena de jardines. La versión popular son los de Menara y la más exclusiva (aunque pagando, cualquiera puede entrar), el Majorelle, el que fuera hogar de Yves Saint Laurent.
No se puede dejar Marruecos sin haber comido una auténtica cena marroquí, y no hay mejor lugar que un riad. En Dar Rhizlane (www.dar-rhizlane.com) ofrecen una cena que es más parecida a una gran degustación: miles de pequeños platos que invaden la mesa y van sorprendiendo a los comensales.
Dónde dormir. Tres opciones y tres presupuestos
La Mamounia ***
El lugar, el hotel… nada le gana a este viejo pero recién renovado palacio. El simple olor es ya suficiente para seducir a cualquiera. Cada detalle se disfruta pero el problema es que no dan ganas de salir a la calle.
Con un estilo íntimo, decoración impecable y vida de riad. Lo mejor de todo es que se encuentra literalmente en la entrada de la caótica medina, pero en el interior se respira pura paz.
Una alternativa, un poco más económica pero igualmente lujosa, es este hotel que se encuentra además en el corazón de un barrio tranquilo, perfecto para caminar y lleno de opciones para cenar y beber.