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Alucina al ver el amanecer desde el Iztaccíhuatl

Despertarse de madrugada para subir un volcán jamás fue una decisión más acertada.

POR: Florencia Molfino

Voortus es una palabra inventada que, sin embargo, tiene todo el sentido del mundo aplicada a una caminata de madrugada por el Iztaccíhuatl. Su origen se remonta a la antigüedad y al presente: Voortus es la conjunción de “vo”, sílaba inicial de volcán, y “ortus”, del latín, palabra que aplicada a los cuerpos celestes significa nacer, levantarse, subir.

Por eso Pablo Márquez y su socia, Andrea García, no encontraron un nombre más apropiado para su emprendimiento, que nació de sus propios recorridos entre primos por los principales volcanes y montañas de México y que inauguró con este recorrido en el que lo que más destaca es la vista del amanecer desde el Iztaccíhuatl, a más de 3,500 metros sobre el nivel del mar.

Desmañanados y deslumbrados

El despertador suena a las 3 de la mañana. La mochila, las muchas capas de ropa que nos recomendaron llevar, la bufanda de cuello, el gorro, los guantes, el rompevientos, el agua y la fruta, esperan a que la modorra te abandone para que salgas rumbo a la colonia Roma, donde los chicos de Voortus reciben a los viajeros. El trámite allí es rápido, llenar una ficha con tus datos, recibir tu pulsera de acceso al Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl, así como un poncho impermeable (súper abrigado por dentro) y una lámpara para ponerte en la cabeza como los mineros, cuya importancia no tardarás en descubrir.

Las camionetas parten en la oscuridad de las 3:40 de la mañana. Una hora y media después de camino a Amecameca arribamos al Parque Nacional. A esa hora no hay un alma: hasta los coyotes parecen dormir. Las oficinas del Parque están cerradas, no hay rastro del movimiento que veremos al volver. Lo único que se oye es el sonido penetrante del viento.

Fotos: Florencia Molfino

Aunque al calor de los motores parece un absurdo cargar con tanto abrigo, apenas bajas de la camioneta agradecerás tu nivel de exageración: a cada expiración lanzas nubarrones de vapor y el aire helado del Paso de Cortés se cuela por tu cubrebocas, gorro y guantes.

Una vez puestas las lámparas en la cabeza (con la luz inclinada hacia abajo para no deslumbrar a los demás y ver el camino), inicia el recorrido por un sendero silencioso y oscuro, aunque no del todo. Esa noche nos tocó ver la Luna creciente y a Venus muy claramente a su lado. De fondo, el Popocatepetl como una enorme presencia ensombrecida por una capa gruesa de nubes a mitad de su cima.

El valle del amanecer

Medio en broma y medio en serio llegamos a la conclusión de que parte de esta caminata la hicimos dormidos. Por un lado, por la desmañanada, pero también porque caminar en silencio de noche en pleno bosque produce un efecto hipnótico, una sucesión de pasos voluntarios dirigidos a un destino en particular, pero sin ninguna necesidad. Es decir: caminar hacia un punto para ver el amanecer no tiene más objetivo que el caminar en sí, que el goce sin apuro ni expectativa.

Hasta este punto, el camino resultó relativamente fácil de recorrer, con algunas pendientes ascendentes que no alcanzan para dejarte sin aliento. Sin embargo, la llegada al valle donde se avista el amanecer incluyó trepar como una escalera un montón de piedras azarosamente puestas por la naturaleza, además de concentración y equilibrio para evitar resbalarse con la arena volcánica. Así llegas a unas enormes rocas de lava petrificada donde te sientas a ver el amanecer. Este es el momento en que tomas el poncho que te dieron al comienzo y desde el cual dudarás en volver a quitártelo alguna vez: el aire es aún más frío en este sitio.

El cielo, hasta ese momento azul oscuro y con una fina capa de naranja rojizo al ras del horizonte, comienza a transformarlo todo. Sol Invictus, sol inconquistado. Los romanos celebraban el solsticio de invierno con juegos y festividades que duraban varios días. Quizás en nuestra mente posmoderna y anclada a la ciencia, celebrar la salida del sol parezca tan inocente como rogarle al cielo por lluvia, pero el amanecer desde el volcán es capaz de revivir creencias arcanas.

De pronto el cielo y la tierra cobran distintas tonalidades doradas, amarillas y cobrizas. El aire es tan puro que lo que ves está en alta definición: la nitidez de los detalles, la vista a lo lejos del Pico de Orizaba, el Popocatepetl con sus nubes bajas, crean una atmósfera privilegiada a la que asistes con una taza de chocolate caliente.

Luego de este descanso, que en realidad es el corazón de la experiencia y que amerita en sí mismo el recorrido y la desmañanada, partimos nuevamente para llegar a nuestra siguiente parada a otra hora de caminata.

Alguna vez una empresa automotriz decidió reforestar con pinos esta área del Iztaccíhuatl y de esa iniciativa quedó una casita de estilo alpino contemporáneo y un espacio de camping acondicionado para cualquier viajero. La casita permanece cerrada, pero en ese camping es donde Voortus hace una escala para que desayunemos con productos de emprendimientos locales y de CDMX: probamos chilaquiles, tapioca con leche de coco, lima y mango (demasiado exquisita para contarles en qué medida) y gorditas de quelites y de frijol. Los petates en el suelo, con almohadas y cobijas extra, invitan a echar una siesta. La pausa dura unas dos horas, suficientes para recobrar la energía. Me recuesto rendida por el sueño pero con poncho de alpinista, mi propio abrigo e incluso la cobija, el frío del suelo -que traspasa el petate y la ropa- me llega a los huesos.

Regreso entre manantiales

El regreso hacia las faldas del volcán por la Ruta de los Manantiales resulta extraordinariamente hermoso pero sí, complicado. Los descensos exigen equilibrio y atención. Si te es posible llevar bastones de alpinismo, no lo dudes. También hay un par de desafíos menores, como saltar una pequeña brecha sobre un arroyo o hacer equilibrio al pasar por un grueso tronco de árbol que oficia de puente en otro camino de agua.

Algo extraordinario del recorrido completo es la variación tan marcada de los ecosistemas según la altitud que atravieses. Mientras que en las faldas abundan los pinos y oyameles, en lo alto encuentras rosas del desierto, musgo, árboles retorcidos por la ferocidad del viento, y en el regreso, desciendes entre arroyos y campos de zacatón que se ven tan esponjosos que te echarías ahí mismo a rodar camino abajo si no fuera porque pinchan horriblemente (aunque en más de una ocasión en ascenso y descenso me agarré de ellos para no resbalarme).

Llegamos finalmente a la base del Parque a las 2 de la tarde. El sol ya no es la deidad del amanecer, es una luz potente que enceguece y calienta nuestros cuerpos. Agradecidos, felices, cansados y medio dormidos subimos a las camionetas. Los amigos de Voortus nos despiden en la colonia Roma y así, como si nada, volvemos a nuestras vidas de siempre, pero con la sensación de haber recibido un don único por primera vez.

Datos útiles

Los recorridos de Voortus se hacen por temporadas. Pablo explica que no todos los meses es posible ver el amanecer de un modo tan bonito desde el Iztaccíhuatl, lo que explica que no siempre esté disponible esta experiencia.

Para reservarla, sólo debes escribirles (puedes hacerlo desde su cuenta de Instagram).

La experiencia, que incluye transporte, guías, abrigo, chocolate en el alistamiento del amanecer y desayuno, tiene un costo de $1,900 por persona.

La experiencia dura en total cinco horas más el tiempo de transportación (otras tres horas).

 
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