Las dos caras de Malasia

Kuala Lumpur es una ciudad vibrante, llena de vida y con una increíble escena gastronómica.

06 Aug 2019

La mayoría de los viajeros que pasan por Malasia se dirigen directamente a sus playas de arena e idílicos resorts en la Costa Este, un paraíso tropical intocado que se extiende por más de 400 kilómetros hasta alcanzar la frontera con Tailandia. Los vuelos llegan a la capital del país, Kuala Lumpur, una ciudad aparentemente intimidante, el humo de los autos y los rascacielos hace que la mayoría de los viajeros la eviten con un cambio de avión en el aeropuerto internacional o pasando el día obligado de visitas y compras. Las playas y las aguas turquesa del Mar del Sur de China son sin duda tentadoras, pero kl, como todo el mundo llama a la ciudad, es de hecho uno de los secretos mejor guardados del Sudeste Asiático, si te quedas unos días a rascar la superficie.

 

Detrás de su apariencia de futurópolis estilo Blade Runner, de arquitectura avant-garde, de mega centros comerciales y monorrieles aéreos, hay muchos recuerdos vívidos del pasado colonial malayo. La población es un crisol de razas, dinámico pero tolerante —musulmán malayo, chino budista, hindúes— lo que hace a la ciudad un paraíso gastronómico, ya sea para una de las mejores (y más baratas) comidas callejeras del mundo o para hacer una buena inversión cenando en un restaurante de diseño chic cuya cocina inventiva se llevaría estrellas Michelin si esto fuera Europa. Y luego está la vida nocturna. Ésta es una ciudad que nunca duerme, donde puedes comer hasta el amanecer, rastrear antros y bares de coctelería speakeasy o escuchar jazz en vivo bien entrada la noche (¿o la mañana?).  Así que decido posponer tostarme al sol en la costa y en su lugar me quedo en la ciudad, con mis viejos amigos de cuando solía vivir en kl, en búsqueda de los lugares de moda en esta encantadora y decadente ciudad.

 

Es mi primera tarde desde que volví a kl, y acabo de tomar el elevador privado al piso 23 de la nueva y espectacular torre Troika, diseñada por el famosísimo Norman Foster, justamente enfrente de las icónicas torres gemelas, —las Petronas— que alguna vez fueron las más altas del mundo. Una elegante mesera, que parece más una modelo, me conduce a una mesa junto a la ventana en el restaurante gourmet más hot de la ciudad, Cantaloupe, que ofrece la gastronomía del chef de Luxemburgo, Chris Bauer, una estrella de la escena local. No estoy seguro qué es más impresionante, la vista panorámica del horizonte o los interiores de este comedor del futuro, cuyas paredes de concreto pulido se extienden diez metros hacia arriba, contrastando con las heladas mesas de vidrio negro y las albercas de agua obscura. El lugar está a reventar, una brillante concurrencia que abarca desde la realeza local y empresarios exitosos hasta glamorosas chicas en su noche de amigas. Y los platos que salen de la cocina de Bauer son igualmente sorprendentes, como el Foie Gras State, cubos de foie asados, salsa de cacahuate, incienso de canela, crujiente de arroz pandan, pepino confitado y cebolla roja agridulce. Voy a encontrarme con Evelyn Hii, la dueña de No Black Tie, el súper-local de jazz de kl, quien me llevará a su último descubrimiento: el bar de coctelería Omakase+Appreciate. Escondido en el sótano de un bloque de oficinas —no hay letrero y hay que empujar la puerta que claramente dice, “no entrar, material eléctrico”— entramos a este bar cool, un speakeasy. Luz tenue, bancos de diseño, música ecléctica y dos talentosos mixólogos, Karl Too y Shawn Chong. Aunque uno puede pedir clásicos, como un Sidecar o un Cosmopólitan, los locales que saben vienen aquí por la nueva coctelería que se estrena cada semana, como el Oriental Pearl, una fragante combinación de ginebra Tanqueray, puré de lichi, flor de saúco y té de jazmín. Después de un rato Evelyn dice que es tiempo de makan, o sea, comida y un taxi nos deja en la fila de puestos que se extiende en Petaling Street, el corazón del desbordante Barrio Chino de kl. Ésta es la otra cara de kl, una de las mejores comidas callejeras de Asia. Hay un universo de distancia entre los bares chic, los restaurantes gourmet y estos lugares, pero son frecuentados por la misma gente, porque los klitesvan a cualquier lugar por buena comida. Vamos de puesto en puesto, probamos un delicioso plato de Hokkien Mee, noodles gruesos y amarillos bañados en una espesa salsa negra de soya, cocinados en un wok ardiente con hígado, camarones, calamar y el ingrediente mágico: piel de pato frita. Después, una condimentada mantarraya Ikan Bakar, sazonada en pasta de chile picante y asada en hoja de plátano; y, para cerrar, Bah Kuh Teh, un aromático caldo de hierbas servido con un pequeño plato de costillas de puerco e intestinos, tofu crujiente y una taza de té hirviente por sólo tres dólares americanos. Pero la noche todavía es joven, y Evelyn nos lleva de vuelta a nbt, como todo el mundo llama a su club, para disfrutar del último set de Rozz, una épica diva drag queen que vuelve loca a la audiencia con sus versiones de clásicos de Motown. Es al amanecer cuando llego a mi hotel, Villa Samadhi, un resort urbano bastante peculiar oculto en el centro de KL.

 

Villa Samadhi se encuentra en una mansión privada que se construyó para un príncipe malayo y que hoy está convertida en un discreto refugio perfectamente localizado en un barrio residencial favorito de la realeza local, las embajadas y los expats de alto nivel. Las opulentas suites de la villa rodean una alberca estilo laguna con restaurante gourmet que está abierto sólo para huéspedes, así mientras uno se toma un exótico cocktail debajo de una palmera de cocos, uno se siente más como en Bali que en el agitado corazón de Kuala Lumpur. Pero las compras también tienen que estar en lo alto de la lista de prioridades, y un recorrido de cinco minutos en taxi nos lleva a Bukit Bintang, una meca para los compradores compulsivos que buscan desde piezas de diseño haute-couture hasta lo último en tecnología a precios bajos, y muchas piezas de diseño local. Uno enfrente del otro, están dos de los más grandes y lujosos centros comerciales de Asia, Star Hill y Pavilion. El mega showroom de Louis Vuitton de Star Hill mira desde el otro lado de la calle al Bvlgari de Pavilions, mientras que dentro, los fashionistas se pelean por poseer uno de los últimos diseños de Hermès, Versace, Prada y ysl, sin olvidar los irresistibles zapatos del diseñador malayo por excelencia, Jimmy Choo. Pero los compradores que saben irán también a rastrear dos malls en Bukit Bintan: Sungei Wang y Low Yat Plaza. El nombre del primero quiere decir “río de dinero” y está siempre a reventar de cazadores de ofertas. El segundo  tiene siempre la más reciente tablet, teléfono o computadora, con precios mucho más bajos que otros famosos destinos de compras como Singapur o Hong Kong. Todos los centros comerciales tienen espacios para comer, pero es mejor idea hacerse fuerte con la humedad y el calor y caminar a Jalan Alor, una calle larga que se llena al atardecer de miles de puestos de comida que ofrecen de todo: desde cabeza de pescado al curry, satay de pollo y res asados sobre carbón rojo y aderezado con salsa de cacahuate, camarones borrachos en caldo de vino de arroz y suculentos cangrejos picantes al vapor.

 

Para probar el sabor de la antigua KL colonial, me registro en el recién abierto Majestic Hotel, un rival serio del mítico Raffles de Singapur. El neoclásico Majestic es una joya heredada del pasado malayo, un favorito de los ingleses por aquellos días en los que Somerset Maughan y Joseph Conrad estaban escribiendo acerca de qué era entonces “Malaya”. Después de haber estado abandonado por años, y haberse librado de una demolición para hacerle espacio a otro rascacielos, fue restaurado a su antiguo esplendor. Los protagonistas de las revistas sociales malayas reservan con anticipación para disfrutar aquí del Afternoon Tea, un festín de scones, crema y sándwiches de pepino que le hacen la competencia al Ritz de Londres, excepto porque aquí se sirve en un impresionante conservatorio de vidrio, lleno de orquídeas de mil variedades. En la tarde, las cenas que se sirven en el Colonial Café son amenizadas por The Solianos, un seductor cuarteto de jazz que no parecería fuera de lugar tocando As Time Goes by de Casablanca mientras, en el bar, el jefe de barra Johnny Yap, que mezcla lánguido su cocktail insignia Gin Pahit, guarda un ligero parecido a Humphrey Bogart. El hotel presume de cine privado que proyecta clásicos de Hollywood de los 40 y 50. Mientras las damas pueden consentirse en el spa con unscrub de papaya y coco y un relajante masaje malayo bunga rampai, los caballeros pueden empezar el día con una afeitada perfecta en la barbería del Majestic, a cargo del famoso Truefitt & Hill de Mayfair. 

 

En la mañana, salgo temprano antes de que el calor y la humedad se eleven, ya que el hotel está estratégicamente ubicado para una caminata por el corazón colonial de la ciudad. Justo enfrente se encuentra la magnifica estación de trenes, con un revuelto estilo morisco de cúpulas y domos, seguido del icónico edificio Federal Secretariat, que parece salido de Las Mil y Una Noches pero que de hecho fue la oficina del gobierno colonial británico. De un lado del Federal Secretariat está la moderna Mezquita Nacional —orgullosamente construida justo después de que el país consiguiera su independencia— del otro está la encantadora mezquita Masjid Jamek, que es más antigua y se levanta en una pequeña isla donde los ríos Klang y Gomback se funden, ese punto donde Kuala Lumpur fue oficialmente fundada hace 150 años cuando no era más que un puesto remoto en medio de un pantanal. Termino parando por una cerveza Tiger helada en otro sitio que es un flashback al pasado colonial: el Café Coliseum, donde pareciera que el tiempo se detuvo. Tienta sentarse en el restaurante donde los meseros (unos viejitos chinos vestidos de blanco) sirven favoritos anglo-hindúes, como sopa de rabo de buey y filetes asados. Pero en lugar de eso, pido un taxi y me aventuro al bullicio de Little India, en busca de Seetharam, un local siempre a reventar, famoso por su curry en hoja de plátano, una experiencia única para cualquier glotón. El mesero coloca una hoja de plátano fresca recién lavada que se usa como plato, y apila encima una montaña de arroz. Después cada quien elige entre las variedades de deliciosos currys; pescado en tamarindo ácido, marsala de camarón, espinaca y queso de cabra, pollo picante vindaloo, refrescante yogurt y pepino. A los turistas les ofrecen una cuchara y un tenedor pero hay que copiar a los locales, esto siempre debería de comerse con los dedos, encantadoramente desordenado, divertido y totalmente sabroso. Al final, la etiqueta exige que uno doble cuidadosamente su hoja, lista para que el mesero pueda llevársela.

 

A la mañana siguiente tomo un auto rentado y en una hora y media kl es sólo un recuerdo, lo reemplaza primero una cerrada selva tropical y después los hipnóticos plantíos de goma y aceite de palma.  Después de un par de horas, la moderna autopista se ha abierto en un camino en el medio de Malasia, y las señales anuncian el primer resort de playa en la Costa Este del Mar del Sur de China. Hacia una dirección, hacia Singapur, se encuentran las islas ideales para el buceo, como Pulau Rawa y Tioman, donde se filmó la película South Pacific (1958). Pero yo sigo al otro lado, hacia la frontera con Tailandia, y mi primera parada es el encantador pueblito de Cherating. La Costa Este es el hogar de la población indígena malaya, un mundo donde la vida dekampong  (pueblo) transcurre con calma y paz, en comparación a la gran ciudad. Aquí la gente sigue la religión islámica con más seriedad, se mantienen vivas las costumbres más tradicionales y las artesanías. Cherating presume de una de las costas más hermosas, en constante movimiento con las mareas que suben y bajan. Desde hace tiempo es un favorito de los backpackers, con una gran oferta de cabañas baratas y coloridas donde una habitación cuesta tan sólo unos cuantos dólares. Muchos extranjeros que buscan un poco de lujo reservan en el cercano Club Med, pero aunque la playa es increíble y la comida de buen nivel, el resort está totalmente aislado de la comunidad y por eso nosotros elegimos mejor el Cherating Holiday Villa. Evitando sus habitaciones modernas tipo condo, reservamos una sencilla y cómoda villa. Cada una ha sido construida siguiendo uno de los 13 estilos tradicionales de arquitectura del país, todas tienen su alberca privada, se levantan en un frondoso jardín tropical con plantas exóticas y flores, y tienen una larga playa a tan sólo dos minutos. Hay bastantes cafés y restaurantes siguiendo la línea del mar, muchas veces con música en vivo por las tardes.  El lugar  ideal para ver el atardecer sobre la bahía y disfrutar de los mejores mariscos, es el restaurante Duyong. Está construido en madera, como una típica casa kampong, balanceándose sobre altos postes. Su dueño es chino y los chefs vienen de Tailandia y Burma. Éste es el lugar para pedir el éxotico pescado local, como el brama brama, al vapor con cebollín y jengibre o el mero frito, mientras que las almejas, conocidas aquí como lala,se lanzan al wok por unos minutos nada más; o el crujiente kangkong (un vegetal acuático) que se cocina con belacan, una picante pasta de camarón fermentado. Y aún hay más, en Duyong, regenteado por chinos, sirven cerveza disinta a la más común, que es musulmana de Costa Este y es muy seca para el paladar occidental, además de que el alcohol generalmente se consigue sólo en los grandes hoteles.

 

El camino que lleva hacia la frontera con Tailandia es una larga cadena de playas, flanqueadas por palmeras y decoradas con coloridos barquitos de pescadores esperando el atardecer para zarpar. Aunque esta zona es todavía virgen y poco explorada comparada con el resto del Sudeste Asiático, hay un resort de lujo que se hace notar. Tanjong Jara es el refugio ideal para pasar unos días tomando el sol, esnorqueleando y eligiendo tratamientos de spa mietras se aprende algo de cultura malaya. El hotel se extiende a lo largo de un vasto jardín lleno de bugambilias y plumerias que nacen justo al borde del mar.  Está formado por un laberinto de elegantes villas de madera y pabellones que recrean el espíritu grandioso del Palacio Real malayo del siglo xvii. En la entrada, un orgulloso portero, ataviado con unsongket ceremonial —un tejido de seda hecho a mano, decorado con intrincados patrones de hilo de plata y oro— anuncia las llegadas golpeando un gong gigante. Así entramos en un palaciego lobby abierto con altas columnas blancas, estanques ornamentales y el lento silbido de los ventiladores en el techo. Caminado por los cuidados jardines, una gigantesca lagartija se arrastra lentamente, moviendo con flojera su puntiaguda lengua sin percatarse de nosotros. Mientras que en el techo de nuestra villa hay un par de changos viendo nuestra llegada, el botones nos advierte que debemos mantener las puertas y las ventanas cerradas, o estos pequeños animales no tardarán en entrar a buscar comida. Por el resto del día, realmente no hay mucho más que hacer además de disfrutar la gigantesca alberca que abre hacia la playa, y la decisión más difícil es si cenar comida malaya en el romántico restaurante Di Atas Sungei, cuya terraza de madera se asienta por encima de un estrecho río que corre al mar, u optar por Nelayan, que tiene un talentoso chef francés y donde las mesas están en la playa, iluminadas sólo por antorchas de bambú. 

 

Tangjong Jara es mucho más que un resort de playa. Mi esposa se apunta a un curso de cocina con la alegre chef Ann, que incluye no solamente aprender a cocinar complicados platos malayos como la res rendang —suaves trozos de res braseados con chiles, leche de coco y anchoas— sino también un viaje al resplandeciente mercado en Dungun, un ajetreado puerto de pesca. Hay viajes en barco al húmedo manglar y caminatas en la selva con la compañía del naturalista del hotel, pero yo no puedo resistir zarpar a Pulau Tenggol, una isla virtualmente desierta con espectacular coral y peces exóticos como mantarrayas gigantes, barracudas, morenas y peces loro que logro ver fácilmente con la ayuda del esnorquel. Aunque otra parte del grupo parte a un asunto más serio: bucear. Al día siguiente los pobladores de los kampong cercanos vienen a darnos una demostración de antiguas tradiciones malayas: un juego de trompos con madera gigantes, y luego una demostración de silat, arte marcial malayo. Un grupo de niños inician un juego de sepak takraw, una versión de kick-volleyball, y después les enseñan a los huéspedes sus intrincados papalotes. Cuando llega la hora de manejar de vuelta, a las brillantes luces de Kuala Lumpur, son éstas las imágenes que se quedan en mi mente. Y es que Malasia es uno de esos pocos destinos que ofrece a los viajeros el contraste entre la modernidad y la sofisticación de una ciudad del futuro, y la idílica vida rural de su auténtica costa.

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