Después de varios años de un minucioso trabajo de resguardo y restauración, tres antiguos edificios y dos vestigios históricos —la iglesia del Cirineo y los lavaderos de Almoloya— se han transformado en el esperadísimo hotel Rosewood Puebla.
Con una ubicación envidiable, en el corazón de la ciudad, la cuarta propiedad en México de la cadena de hoteles de lujo abrió sus puertas a finales de mayo buscando integrarse en el entorno de manera natural y compartiendo la riqueza cultural de la ciudad con sus huéspedes.
Las 78 habitaciones del Rosewood están decoradas con una evidente inspiración en las artesanías poblanas, con detalles coloridos de talavera, herrería y bordados que a su vez conviven con distintas piezas de arte contemporáneo, una constante en el diseño interior de todo el hotel. Aquí todos los espacios son altos y llenos de luz natural, con detalles arquitectónicos que combinan pasado y presente de manera armoniosa. Lo mismo pasa en los patios y jardines, donde enormes jacarandas se combinan con paredes de tonos vivos, fuentes y muros de piedra para regalarnos un juego de sombras que genera espacios superagradables (y muy instagrameables).
En una ciudad con tantos estímulos gastronómicos, el hotel Rosewood ha decidido apostar por una cocina honesta, sin pretensiones y muy relajada. Una ejecución perfecta del “menos es más” en cada uno de los restaurantes a cargo del chef Jorge González. Para el desayuno, Café Azul Talavera ofrece un ambiente casual y acogedor con grandes ventanales que permiten a los huéspedes entretenerse con el ir y venir del Barrio del Alto. Se puede pedir una tostada de aguacate o un omelette de la granja, pero la estrella del Café es el pan recién horneado, en especial el croissant de almendra. Para una comida o cena más en forma, Pasquinel Bistrot ofrece una carta con influencia europea que se basa en la materia prima de los productores locales. Y justo ahora, en plena temporada de chiles en nogada, sería un error dejar de probar el suyo, que va capeado (al estilo poblano) y relleno de cerdo con res. Para los de paladar dulce, la crème brûlée de mamey es obligatoria.
No hay que dejar de subir al quinto piso del hotel para conocer el Rooftop Bar, sin duda el mejor lugar para pasar la tarde con un trago en mano, disfrutar del sol en un camastro y darse un chapuzón rodeado de la imponente vista de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. Si se busca una noche de fiesta más extendida, hay que visitar el Bar Los Lavaderos para acompañar su completísima selección de bebidas —que va de los vinos al sake— con unas tapas o una tabla de quesos. Los cocteles de la casa no se quedan atrás, en especial el “caliente”, una mezcla de tequila, pepino, piña, cáscara de limón y hielo, servido en vaso de cobre.
Si bien Rosewood Puebla es uno de esos hoteles en donde dan ganas de quedarse todo un fin de semana sin salir, su gran ubicación invita a dar una caminata por el centro, o al menos hasta el templo de San Francisco y el barrio del artista que están prácticamente al lado. Eso sí, para la despedida, un croissant de almendra de Café Azul es obligatorio.