El término barroco suele prestarse a equívocos. Es un concepto que todo mundo ha oído, pero que no siempre tiene del todo claro a qué hace referencia. En cualquier caso, para la historia de la arquitectura y el arte, es un concepto básico, y en un país como el nuestro, uno no puede acercarse al pasado sin detenerse en el barroco, que es el exceso, lo sobrecargado, lo alambicado, a veces retorcido; son las columnas salomónicas, son los muebles con plantas incrustadas en madera, las fachadas de las iglesias retacadas, muy decoradas, y más.
Por esa razón, es un acierto que un museo busque revivir todo el arte que hay en torno a ese periodo: muebles, música, literatura, arquitectura. Además, es una herencia que no ha muerto: seguimos leyendo a autores barrocos, visitando iglesias o escuchando a Vivaldi. El acierto es doble al estar en Puebla, pues su arquitectura religiosa, vastísima, es en buena medida barroca.
El edificio es lo más llamativo que tiene el museo. Toyo Ito fue el encargado del proyecto. Este arquitecto japonés, galardonado con el Pritzker en 2013, ha dejado grandes obras en Japón y otros lugares del mundo, como Lóndres o Barcelona, con El Pabellón de la Serpiente o la Ampliación de la Fira. Sin embargo, este museo, por cómo está construido, no podría definirse como barroco. O por lo menos no desde una concepción cerrada, unívoca, de este concepto. Este edificio carece de esquinas, de muros rectos, y las estructuras circulares, pese a no ser simétricas, son completamente armónicas. Prueba de esto son los tragaluces en varias salas y un gran patio, donde en el centro hay una fuente brotante que hipnotiza mas no marea: un espacio zen adherido a las tradiciones niponas.
En el museo hay una exposición permanente que, de forma didáctica, con recursos multimedia, repasa varias etapas del periodo barroco: desde arquitectura hasta música. Dividida en seis salas, incluye desde ediciones viejas de libros (Sigüenza y Gongora, Descartes) o maquetas de arquitectura poblana, pinturas y muebles, hasta un gabinete de curiosidades y una sala de teatro con representaciones de Shakespeare o Molière.
Pero lo mejor del museo son dos cosas: el edificio y el restaurante. La cocina del Restaurante Barroco es dirigida por el chef poblano Alejandro Cuatepotzo, con curaduría de Martha Ortiz. Sus menús están compuestos por deliciosos platillos hechos a base de igredientes de la región. El menú va cambiando cada semana, además de tener uno especial que es una continuación de las salas del museo, sobre todo durante algunas exposiciones temporales. Así, la reciente que trató sobre la Nao de China, imitó las rutas que seguían las embarcaciones para proponer un menú que fuera acorde. El resultado fue un platillo novohispano, otro marítimo, otro con las especias que importaban, y así hasta completar la vueltas entre un continente y otro pero a través de la comida.
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