Cuatro haciendas con nuevo look

Itzincab, Tamchen, Tixnuc y Cuzumal no sólo comparten un pasado henequenero y un presente restaurado, sino una habilidad, casi mágica, de reunir lo mejor de Yucatán sin la necesidad de salir del lugar.  

 

06 Aug 2019
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Al aterrizar en el aeropuerto de Mérida, me di cuenta de dos cosas: la primera, que la gente no exagera sobre el calor de la ciudad en verano, y la segunda, que no podía esperar el momento para quitarme los pantalones de mezclilla (en adelante, juzguen mi error) y ponerme cualquier otra cosa que pudiera ayudarme a afrontar el clima con un poquito más de gracia. Este pensamiento pasó a segundo plano cuando Angélica, de Catherwood Travels, nos recibió en la primera parada del viaje: “Bienvenidas a Itzincab”, y de pronto, todas mis preocupaciones y agobios quedaron completamente en el olvido.

Después de conocer las habitaciones, la convivencia grupal inició en uno de los jardines con algunas botanas y aguas frescas, entre ellas, una muy exitosa mezcla parecida al hummus. “Es dip de pepita de calabaza”, y fue así como conocimos a Abril, nuestra guía e integrante honoraria del club exclusivo para chicas (mismo que fundamos al darnos cuenta de que ningún hombre estaba incluido en el viaje). Mientras nos encaminaba al comedor, Abril comenzó a platicarnos acerca de Itzincab, una de las Private Villas & Haciendas más emblemáticas de la colección Catherwood gracias a su encanto colonial que data de principios de 1700. “Aquí los cocineros son locales, entonces van a disfrutar de un menú muy tradicional y hogareño”. Las palabras de Abril se hicieron realidad cuando llegaron a la mesa los frijoles, el arroz, la ensalada fresca (conocida como Xec) y una pechuga de pollo a la yucateca. Para el postre, helado de coco con mango fresco y varias tazas de café que nos dieron la energía necesaria para hacer el recorrido oficial por la enorme propiedad.

Aunque la casa principal y sus 14 habitaciones son bastante agradables, el verdadero encanto de Itzincab radica en sus áreas verdes. Terrazas, albercas, patios, jardines y un antigua pirámide que se pierde entre flores, plantas y árboles extrañísimos que parecen sacados de alguna mente surrealista. No tardamos en escalarla, y como recompensa tuvimos una de las postales más bonitas de todo el viaje: una panorámica de toda la vegetación acompañada del canto de los pájaros y la puesta de sol. Una vez terminado el recorrido y bajo la amenaza de que las siguientes haciendas carecían de internet y recepción, aprovechamos la tarde para mandar las últimas señales de vida al mundo exterior desde la comodidad de la hamaca. Como suele pasar en el primer día de la mayoría de los viajes, la cena fue muy tranquila y, aunque intentamos avivar el ambiente con vino, cerveza y tequila, decidimos dormir temprano.

A la mañana siguiente, el desayuno nos esperaba en el jardín de la pirámide: café, jugo, fruta, frijoles y huevo con chaya (menú que se convirtió en un requisito diario –casi ritual– durante todo el viaje). Después de nadar en la alberca, decidimos utilizar el poco tiempo libre que nos quedaba para visitar los talleres artesanales que se ubican afuera de la hacienda (literalmente, a diez pasos de la entrada) y que son parte de la Fundación Haciendas del Mundo Maya, que trabaja de manera directa con Catherwood Travels y las comunidades mayas de la península de Yucatán implementando proyectos de desarrollo económico y social. Los cuatro talleres que visitamos son administrados por una o varias mujeres mayas expertas en una técnica artesanal específica: cuerno de toro, henequén, elaboración de jabones y bordado. Una vez terminadas las compras (casi todas salimos con una buena dotación de jabones de avena y miel), regresamos a la hacienda, cerramos las maletas y nos despedimos de Itzincab.

Tamchen, la hacienda del descanso

Antes de dirigirnos a Tamchen hicimos escala en Umán bajo la guía de don Humberto Gómez. El principal atractivo de esta pequeña ciudad, ubicada a una hora de Mérida, es el exconvento y parroquia de San Francisco de Asís, construido en el siglo xviii y rodeado por los framboyanes más bonitos y frondosos que he visto en mi vida. Para comer, don Humberto nos llevó a Las Conchitas, uno de los referentes locales para disfrutar de mariscos frescos y un ambiente relajado. Aquí se confirmó mi teoría de que los mejores lugares para comer un buen coctel de camarón deben tener música tropical a todo volumen, murales de peces y redes decorativas.

Cuando llegamos a Tamchen, Abril nos esperaba para darnos el tour y explicarnos un poco el concepto de las nuevas haciendas de Catherwood. A diferencia de Itzincab, Tamchen, Tixnuc y Cuzumal comparten un estilo mucho más contemporáneo y moderno tanto en la arquitectura como en la decoración de la casa principal, las habitaciones y las áreas comunes de descanso. Una vez terminado el recorrido, nuestra atención se centró en la atractiva alberca principal, así que corrimos a dejar las maletas, nos pusimos el traje de baño y aprovechamos las últimas horas de sol en el agua. Fue más o menos en este punto cuando empezó a correr el rumor de que la cena iba a incluir uno de los platillos estrella de la casa: el pay de aguacate. Intentamos espiar un poco en la cocina, pero el personal se encargó de mantener el secreto muy bien guardado y no cedió ante nuestro interrogatorio.

El misterio se reveló un par de horas más tarde, cuando, después del arroz, los frijoles y la carne asada, llegó a la mesa un postre color verde adornado con flor de jamaica. La espera valió la pena, el pay era perfecto y todas recibimos doble ración (aunque pude haber robado un refractario completo para mi sola). Cerramos la noche con algunas copas de vino cerca de la alberca, una buena plática y una poderosa serenata a cargo de las ranas de Tamchen.

El día tres inició con un desayuno muy ligero. La razón: el itinerario marcaba “clases de cocina” al mediodía, así que nos pareció sensato reservar el apetito para entonces y mejor pasar la mañana entre hamacas y albercas. ¡Cuánto sufrimiento! El descanso en su máximo esplendor. A las 12 en punto, doña Juanita nos recibió en la cocina de la hacienda con una gran sonrisa y la mejor disposición para no burlarse de nuestras (pobres) habilidades culinarias. La misión: preparar quesadillas, gorditas y panuchos con chaya. Claramente, doña Juanita desconfió de nosotras y apostó a lo seguro. Cuando ya teníamos la cadena de producción bastante organizada, llegó a la cocina un paquete misterioso que inmediatamente provocó que todas dejáramos nuestra estación de trabajo (atraídas por el olor, como en las caricaturas). Doña Juanita nos explicó que la cochinita pibil se había envuelto en hoja de plátano para cocinarse en un hueco en la tierra durante algunas horas. Ahora era su turno de preparar el caldo (con achiote, naranjas, ajos y pimienta) y cocinar todo junto. Mientras ella terminaba, pasamos a uno de los jardines para probar nuestras creaciones de chaya con un toque de limón y pico de gallo. Una hora después, nos despedimos de Tamchen comiendo unos tacos de cochinita pibil recién salida del horno. No se me ocurre mejor forma de decir adiós.

Tixnuc, la hacienda minimalista

Justo cuando habíamos olvidado que nuestro viaje coincidía con las épocas de lluvia, una tormenta retrasó nuestros planes de salida. Eventualmente pudimos escapar, y Abril nos recibió en Tixnuc con paraguas en mano y un recorrido veloz por la propiedad, ya que los truenos advertían que la lluvia volvería en cualquier momento. Esta hacienda es la más chica de las tres nuevas adquisiciones de Catherwood, pero esto sólo la hace más acogedora y hogareña. Aquí, la casa principal está separada de las cuatro habitaciones, que son más bien pequeñas villas con alberca privada y una terraza en el segundo piso.

El jardín principal tiene una vibra mucho más tropical, en parte por su gran palapa de descanso, y en parte por los pajaritos multicolor que no pararon de cantar a pesar de la lluvia. Por cuestiones climáticas, nuestros planes de observar las estrellas después de cenar se suspendieron, entonces tuvimos que canalizar nuestro entusiasmo en otra actividad: abrir más botellas de vino y compartir más anécdotas de viaje antes de dormir.

Por la mañana recibimos al arqueólogo Alfonso Morales para desayunar, quien aprovechó para contarnos un poco acerca de Oxkintok, nuestra siguiente escala antes de llegar a la última hacienda. Tristemente, se trata de un sitio arqueológico casi desconocido para los turistas, que casi siempre centran su atención en los grandes vestigios mayas de Uxmal, Palenque y Chichén Itzá. Llegamos a Oxkintok después de una hora de viaje, y creo que todas tuvimos la misma reacción de sorpresa por el tamaño y la diversidad de sus ruinas. A pesar de la falta de promoción, el sitio está muy limpio y bien cuidado, cosa que me dio mucho gusto, ya que en un momento pensé que nos encontraríamos con un lugar casi abandonado. Alfonso nos llevó por la zona de juego de pelota, la explanada principal llena de estelas, columnas de piedra y un laberinto con trampas de luz (que según la leyenda maya albergaba una puerta secreta al inframundo). En un momento, la lluvia regresó con intenciones de arruinar nuestro itinerario, pero decidimos continuar con el recorrido y llegamos hasta la pirámide principal rodeada de árboles y plantas endémicas que, según Alfonso, nos salvarían de la comezón provocada por los piquetes de mosco.

Cuando regresamos a Tixnuc, aprovechamos para comer y dar un último vistazo en busca de la foto perfecta porque, como bromeamos todo el viaje, parece que estas haciendas fueron hechas para publicarse en Instagram.

Cuzumal, la hacienda familiar 

La cercanía entre Tixnuc y Cuzumal hizo posible que llegáramos a la última hacienda en bicicleta, cosa que agradecimos, pues la actividad física no había sido nuestra prioridad durante los últimos días. Como ya era costumbre, Abril nos recibió, y recordamos una confesión que nos hizo el primer día: “De todas las propiedades Catherwood, Cuzumal es mi favorita”. Había llegado el momento de descubrir por qué.

Esta hacienda te recibe con una imponente fachada de piedra y madera que alberga en su interior a la casa principal y la habitación del patrón. En la parte posterior, tres habitaciones idénticas rodeadas por espejos de agua le dan a Cuzumal una ligera vibra asiática. A lo lejos se asoma la chimenea de la antigua casa de máquinas, que ahora está adaptada como un patio para hacer parrilladas, tener funciones de cine al aire libre o recibir algún tratamiento de spa. Abril dejó para el final del recorrido su parte favorita: el cenote privado. Aunque apenas se están llevando a cabo las exploraciones y excavaciones correspondientes, se espera que en un par de años este descubrimiento natural esté totalmente adaptado para nadar. Por supuesto que no perdimos la oportunidad de lanzar la petición: “Nos van a tener que volver a invitar para inaugurarlo”.

Al llegar a mi habitación noté un regalo bastante útil de parte de Catherwood Travels: una guía de aves para ilustrar de mejor manera todo lo que habíamos visto en estos días, y en menos de 20 minutos, ya me sentía una experta en esta clase de especies de la península de Yucatán. Fue entonces que “el pajarito bonito de Itzincab” se convirtió en un cuclillo canelo, “el de pechito amarillo de Tixnuc” en un jilguerito dominico y “el pájaro azul de Cuzumal” en un toh maya.

Después del momento educativo de la jornada me preparé para la cena, y con ese sentimiento agridulce que siempre llega al final de cualquier viaje, nos reunimos en el comedor exterior para una última noche de convivencia de chicas. Nos dio mucho gusto que Abril (después de mucho rogarle) decidiera acompañarnos. Y además de contarnos divertidas historias de su trabajo en las haciendas, nos hizo prometer que volveríamos pronto para tomarnos unas cervezas en el bar Pipiripau de Mérida.

Al día siguiente, todas madrugamos para poder disfrutar del último ritual de café, jugo, fruta, frijoles y huevo con chaya. La ruta de haciendas de Catherwood Travels había llegado a su fin, y, mientras algunas nadaban y otras terminaban de empacar, yo me adueñé de una hamaca, disfruté del canto de los pajaritos y llegué a la conclusión de que existen muy pocos destinos que te regalen tantos pretextos para querer volver.

Cinco tesoros Catherwood en Yucatán

1. Hacienda Tekik de Regil

A 30 minutos de Mérida, y fundada en el siglo xvi, Tekik de Regil es una de las haciendas más populares para bodas y eventos masivos en toda la península de Yucatán, gracias a sus encantadores espacios que incluyen capilla, casa maya tradicional, antigua casa de máquinas, huerto de árboles frutales, dos albercas y un imponente jardín principal con capacidad para 1500 personas.

2. Casa del Cuyo

Ubicada en el pueblo pesquero de El Cuyo, esta casa del eterno verano está a pocos pasos de la playa y cuenta con cuatro cómodas habitaciones. Si decides quedarte, prepárate para avistar muchísimas aves, principalmente flamencos, ya que es parte de la Reserva de la Biosfera Ría Lagartos.

3. Hacienda Chichí de los Lagos

Después de una restauración de la casa principal hace algunos años, Chichí de los Lagos se convirtió en un santuario de descanso que celebra a la naturaleza con amplios jardines, ideales para una cena al aire libre. Para combatir el calor, nada como un chapuzón en su increíble cenote privado (o en cualquiera de sus albercas).

4. Hacienda San Pedro Ochil

Esta hacienda opera como parador turístico abierto al público con restaurante, museo, talleres, boutique, paseos en truck, estanque para nadar y un impresionante anfiteatro para intervenciones artísticas diseñado por James Turrell.

5. Casa Azul

A tan sólo una cuadra de la catedral de Izamal, esta casita colonial de una sola habitación (famosa por poseer los vestigios de una antigua pirámide maya justo en el traspatio) es perfecta para una escapada en pareja. No pierdas la oportunidad de pedir una bicicleta para recorrer la ciudad.

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