Estuve mucho tiempo sin viajar debido a la pandemia. Igual siempre, antes de salir, me da la ansiedadcita al pensar qué cámara llevar, con qué lente, si me voy a cansar de cargar ese equipo, si me voy a arrepentir de no haber llevado otro, si me voy a hartar de la mochila de cámara, si mejor no llevo nada.
Para este viaje, al final me decidí por lo más ligero y, aun así, casi siempre terminé tomando las fotos dos veces, una con la cámara y otra con el teléfono. ¿Se terminarán compartiendo más las fotos del celular? Seguro. ¿Quién termina viendo las fotos de la cámara? ¿Quién termina imprimiendo sus propias fotos? ¿Quién hace ahora un álbum de sus viajes?
Getaria
El viaje surgió de manera repentina y es un destino que todo el mundo tiene en la cabeza, el País Vasco, dividido en tramos. La primera etapa será Donostia. Una amiga de allá nos recomienda rentar un coche y pasear por los pueblos de los alrededores. Primera parada, Getaria.
Es el final del verano y todavía en la bahía quedan algunas personas despidiéndose del mar. En la mera punta ves la actividad esencial de este pueblito pesquero. Lo caminamos completo, disparando fotos que aparecen solitas ya sea por la luz que está preciosa o por esa combinación de montaña a escala y el mar.
Acá se come temprano, de una a tres, así que nos tomamos una caña para “hacer” hambre y probamos nuestra primera “guilda”, el pintxo vasco por excelencia: un pan, un palillo con una aceituna, un chile güero dulce, una anchoa que te mueres porque no es tan salada como las que probamos de este lado y dos aceitunas: todo esto con una cañita hace el combo perfecto.
Astillero Erretegia
Nuestra amiga Annuska nos recomienda un restaurante en Getaria, en el mero pico de la bahía, ubicado en un segundo piso. Desde que entramos, Miwi y yo tenemos la sensación de que es el lugar correcto: un martes cualquiera está lleno de lugareños comiendo. Se nota que el lugar lleva toda la vida: los manteles, las servilletas, los cuadros, las fotos, y sobre todo la cocina abierta, nos dicen “aquí es donde quieres comer”.
Pedimos un vino blanco típico de la zona, denominación de origen Getariako Txakolina, un salpicón de bogavante que tiene lo justo de aceite de oliva, un txangurro al horno y un pescado rodaballo con papa y ajo.
Como decía nuestra amiga, en esta región no hay forma de comer mal, con esta materia prima es sólo cuestión de poner la cantidad correcta de sal y aceite de oliva.
Iesu
Ya en Donostia, nos damos cuenta de que vamos a tomar cañas y comer todo el tiempo: todas las recomendaciones pineadas en los mapas del celular se van amontonado y las horas no van a ser suficientes.
Hacemos una minipausa, para variar, y visitamos la iglesia de Iesu -del arquitecto Rafael Moneo- en la zona de Riberas de Loiola: dos cubos blancos ligeramente desfasados, con un interior muy sencillo, minimalista, un órgano increíble en una segunda planta y un cuadro vertical que parece un fondo de computadora en tonos verdes con alguien de espaldas en pleno rezo, y, además, en paleta de color.
Al lado de la iglesia hay un pequeño parque que nos deja echar una siesta antes de nuestra siguiente parada.
Bar Dallas
Buscando recomendaciones en el mapa del celular, llegamos a un lugar que por la pandemia tenía desactualizados los horarios y estaba cerrado (no sabemos si temporalmente o no), así que caminamos por ahí y nos topamos con el Bar Dallas.
Sin prisa, sin mucho más que hacer, decidimos entrar por una corazonada, no había razón por la cual no pedir una caña. Poco a poco, nos enamoramos de todo, del arreglo floral artificial en la barra, de la máquina de apuestas en la ventana, de su sistema de botanas de aceitunas en lata, de un cuadro increíble de un sombrero vaquero y del barman que empieza su turno temprano para servir carajillos a los asiduos de toda la vida.
Gerald’s Bar
En el otro espectro de los bares, nos topamos también de casualidad con este hermoso bar que parece barco, con un cuidado en todos los elementos que lo decoran. Vemos blondas de papel, perfectas para sostener el vermut y las cañas, y cactus en botes antiguos, una barra preciosa de madera, con unos vinilos al final, y un cuadro de Simón Bolívar, que nos dan la sensación de estar en un lugar donde cada detalle importa sin mayor pretensión.
La comida es ideal para cualquier momento, ya sea de día o de noche: unos boquerones en aceite o un tartar perfecto.
Peine del Viento
San Sebastián tiene una bahía hermosa, por su tamaño y forma; la puedes caminar o puedes correr ahí en las mañanas. Es conocida también por los surfistas que en climas no tan agradables pasan horas en el mar. Recorrer la bahía de La Concha es dificultoso, pero también lo es la caminata hacia el conjunto de esculturas permanentes de Eduardo Chillida conocido como Peine del Viento.
La luz de nuevo es increíble, un cielo despejado que da un brillo y una nitidez a todo. Parecería que la gente solita se va acomodando a la distancia y las fotos se componen solas. Hay algo muy especial en el contraste entre el peso de las esculturas, por su escala y monumentalidad, y el viento que corre todo el tiempo en esta punta.
Antonio Bar
Tenemos otra corazonada, un pequeño bar-restaurante que en la barra apenas puede recibir a unos seis u ocho comensales. Se nota que son fanáticos de la Real Sociedad; en menos de cinco minutos ya estoy hablando del legado de Carlos Vela en la Real.
Casi todo el menú está en el pizarrón de la pared y se nos cae la baba con cada plato: croquetas de jamón, gambas, pintxos,tempuras, cañas congeladas, vinos blancos, atún en conserva sólo con aceite de oliva y tomates enormes, carpaccios. No hay manera de equivocarse, todo está en su punto. Nos quedamos pensando en que, si viviéramos aquí, una vez a la semana pasaríamos por Antonio.
Asador Portuexte
Mas allá de los bares de pintxos que amamos, también hay restaurantes más tradicionales que tienen la combinación perfecta de la montaña vasca con el mar, los ingredientes de la mejor calidad en la misma mesa.
Este asador portuexte da la impresión de tener toda la vida. Poco a poco, las familias, aunque sea un día entre semana, empiezan a llegar a su lugar de confianza. Después de tanto mar, nos decidimos por la carne; las parillas en el País Vasco están por todos lados, en las calles, en las banquetas.
Vemos unos cortes enormes y una jaula para pescados en la misma parrilla; el término de la carne es preciso, las papas que lo acompañan también. Materia prima perfecta con la porción justa de sal y aceite de oliva. Nos queda la sensación de que podríamos explorar esta región por semanas y nos seguiríamos encontrando joyas en cada pueblito.