Tres paradas por el norte de Italia
Estas tres ciudades integran lo mejor de la cultura y la forma de vivir del norte de Italia, aquí las recorremos en un mismo viaje.
POR: Diego Berruecos
Geografía, historia y cultura han impuesto sobre Italia una dicotomía que la deja entre lo continental y lo peninsular, entre su parte septentrional y su parte mediterránea, entre el norte y el sur. Aunque la división no tiene ningún fin administrativo, sino que más bien es una referencia cultural, puede serles muy útil a los viajeros, al menos a los que no vayan a recorrer la bota entera.
Éste es un itinerario para conocer el norte de Italia. Sí, desde sus ciudades más grandes, que las hay de sobra, pero también parando por algunos destinos fuera del radar, para huir de las multitudes que tampoco faltarán. Es un viaje que se puede hacer en auto, en trayectos relativamente cortos por la cuenca del río Po, y entre los Alpes y los Apeninos.
Treviso: un destino arquitectónico imprevisto
El golfo de Venecia no sólo se trata de Venecia, sino también de Treviso, que tiene su propio sistema de canales, pero apenas unos 350,000 viajeros anualmente. Es decir, un destino sin las multitudes y los numerosos problemas llevados por los turistas a otras ciudades, pero con toda la belleza y cultura de la región.
Hablamos de una ciudad de apenas 8,000 residentes permanentes, plagada de patrimonio en forma de iglesias y monasterios, palazzos y piazzas que distinguen a Italia, así como con uno de los mayores, y ciertamente inesperados, legados de arquitectura contemporánea en esta parte de Europa.
Muy cerca de Treviso está la pequeña localidad de Possagno, que principalmente se conoce por haber dado al mundo a Antonio Canova, el último gran referente de la escultura clásica europea. Para preservar su patrimonio, ahí se creó el Museo Canova, que ocupa su antigua residencia, reúne varias de sus obras más destacadas y propone un recorrido por su proceso creativo mediante dibujos, modelos de yeso y bocetos conservados en una gliptoteca, que es vecina de la casa natal del escultor.
Sumado al legado de Canova, el museo también es un destino arquitectónico, enclavado en medio de épocas y estilos visiblemente enfrentados. Por un lado, la estructura de la antigua residencia se mantiene casi intacta, conforme a la tradición estética del resto de la pequeña Possagno. Por el otro, la gliptoteca, diseñada por el arquitecto Francesco Lazzari y construida entre 1832 y 1836, es una galería clásica pensada específicamente para exponer las esculturas de Canova.
Pero lo que en realidad ha convertido al museo en un motivo de peregrinación para los amantes de la arquitectura es la famosa Ala Scarpa, obra del veneciano Carlo Scarpa, quien en 1955 tomó el entorno tradicional que rodeaba Treviso y los valores clásicos de Canova para crear un proyecto contemporáneo que, a pesar de la distancia temporal, se funde en sintonía con el resto de la estructura del museo.
Entre juegos de escala y la variación de la luz natural, que se cuela por ventanales y tragaluces dispuestos por todo el pabellón, surge una experiencia museográfica que no sólo sirve para contener o destacar las esculturas de Canova, sino que es una obra de arte en sí misma.
Años después de haber completado sus trabajos en Possagno, Scarpa regresó a la región para un nuevo encargo. No se trataba de un museo, la especialidad del arquitecto veneciano, ni de una residencia, sino de un mausoleo. La solicitud, aunque atípica y ciertamente anacrónica –se hizo en la recta final de los sesenta–, terminó convirtiéndose en una de sus obras maestras: la Tomba Brion.
Scarpa aprovechó la comisión para crear un diseño conceptual, cargado de profundo simbolismo y detalles que tejen una narrativa. En los más de 2,000 metros cuadrados dispuestos por la familia Brion, ubicados apenas a 15 minutos en auto de Possagno, en el pueblo de San Vito d’Altivole, Scarpa edificó un portento brutalista en toda regla: grandes bloques de concreto, paleta monocromática y diseño expuesto.
A Scarpa todo le sirvió para crear una atmósfera contemplativa, al servicio de la reflexión. El complejo, diseñado en forma de una gran L, incluye espejos de agua, estanques de nenúfares, jardines y, desde luego, criptas, entre ellas la del propio Scarpa, quien fue enterrado en los límites del mausoleo.
Claro que de vuelta a Treviso hay que buscar un lugar para cenar y tomar una copa de vino. Lejos de los destinos obvios, aquí hay una oferta local y auténtica, como Vero Vino, una enoteca atendida por su dueño, Michele, quien guía a los visitantes por una amplia selección de etiquetas regionales, orgánicas y biodinámicas.
Milán inevitable
Aquí todo pasa por Milán, capital inevitable de la Italia septentrional y la ciudad más grande y, de hecho, la segunda más poblada del país. Con una incalculable influencia cultural no sólo sobre el resto de la región–o incluso sobre toda Italia–, sino en el mundo entero. Milán exporta moda, gastronomía y astros del futbol global. Es una ciudad magnética y hay que incluirla en cualquier itinerario por el norte de Italia.
Su atractivo es suficiente para sumergirse por semanas en sus calles y, aunque de ninguna forma es un destino fuera del radar, tiene lugares que vale la pena descubrir o revisitar.
Para lo primero está Villa Necchi Campiglio, la peculiar obra que el arquitecto Piero Portaluppi ideó, entre 1932 y 1935, como una casa de campo en plena ciudad. El reto no fue menor, tratándose de una urbe con las proporciones de Milán, y es justo decir que se cumplió con éxito, sobre todo por los grandes jardines, un diseño moderno repleto de ventanas, la cancha de tenis y, desde luego, la alberca, la segunda construida en Milán.
Por un lado, Villa Necchi Campiglio dejó de ser una residencia privada para la alta burguesía milanesa y, desde 2001, está abierta al público como un museo que atrae a los más intensos amantes de la arquitectura. La visita es un recorrido por las vanguardias del diseño europeo, que va del minimalismo y el racionalismo al art déco, con una cuidadosa decoración interior y vistas al jardín.
Por otro lado, entre las paradas obligadas en Milán está la Fondazione Prada, complejo que desde su apertura en los noventa ha sido uno de los núcleos culturales de la ciudad, porque desborda arte mediante una amplia diversidad de expresiones y siempre tiene algo interesante para ver. Ahí ocurren exposiciones temporales tanto de artistas emergentes como de consagrados en el arte contemporáneo, y se exhiben de manera permanente las instalaciones de personajes de la talla de Dan Flavin o Jean-Luc Godard.
La arquitectura por sí sola amerita darse una vuelta por la Fondazione Prada. Fue concebida por Rem Koolhaas a partir de la idea de no construir un museo convencional o una galería, sino un espacio en que el arte no se limitara exclusivamente a las paredes. El arquitecto neerlandés trabajó en una antigua destilería ubicada en el barrio periférico de Largo Isarco, cuya antigua estructura fusionó con edificios nuevos, entre ellos uno de 60 metros de altura, y la Haunted House, recubierta de papel de oro.
Obviamente en una ciudad como Milán hay opciones de sobra para comer y beber bien. Desde los glamurosos restaurantes con alguna estrella Michelin hasta lugares como la Cantine Isola, una discreta tienda donde se vende vino natural desde mucho antes de que se pusiera de moda.
Puedes pedir alguna recomendación de los dueños, la familia Soria, y abrirla ahí mismo para probarla con los lugareños. Hay además algo de charcutería y quesos locales para picar y, por si fuera poco, sesiones de lectura de poesía.
Más arte en Turín
Turín parece ser la capital olvidada de Italia. Tal vez por su ubicación, más cercana a Francia que a cualquier otra ciudad italiana grande, o quizá porque la cultura piamontesa no es tan conocida en el resto del mundo como la siciliana o la lombarda. Lo cierto es que Turín es uno de los puntos neurálgicos del país en cuestiones culturales, industriales e históricas, y un destino donde todo se conjuga y que no tiene desperdicio.
La capital de Piamonte es elegante y clásica; su legado se remonta a tiempos romanos y es una ciudad que ha sabido integrar todo su patrimonio al contexto contemporáneo. El mejor ejemplo es el Castello di Rivoli, que aproximadamente desde el siglo X fue la residencia de la Casa Real de Saboya, que gobernó la región hasta la unificación nacional.
A partir de 1984, el castillo es la sede del Museo di Arte Contemporanea y uno de los centros culturales más importantes de Turín. Después de intensos trabajos de rehabilitación, el edificio mantiene su antiguo esplendor y ahora guarda la obra de artistas contemporáneos de todo el mundo, como Frank O. Gehry, Carla Accardi o Anton Corbijn.
Además de por su larga historia, en los últimos tiempos Turín ha tomado relevancia sobre todo por su actividad económica e industrial. Incluso en este contexto, la ciudad ha sabido hacerse de aun más espacios culturales. Por ejemplo, el edificio Lingotto, que solía ser una fábrica de autos a principios del siglo pasado, ahora está abierto al público con una oferta artística y áreas verdes.
Después de todo, no hablamos de cualquier edificio, sino del ícono de la industria automotriz de la ciudad, famoso por la pista de pruebas que había en su azotea. Sí, así como se lee, una pista de autos arriba de un edificio de cinco pisos, que aparece en The Italian Job. Sin embargo, en los setenta la fábrica quedó obsoleta y se la transformó en un espacio público, con teatros, foros y galerías, remodelado por Renzo Piano.
Para terminar el recorrido por Turín, habrá que comer algo en el Caffè dell’Orologio, una cantina tradicional especializada en cocina piamontesa. El restaurante se esconde justo bajo el icónico reloj de la esquina entre Via Oddino Morgari y Via Belfiore, y está enfrente de la casa donde vivió la legendaria escritora italiana Natalia Ginzburg, ambos referentes histórico entre los locales que buscan recetas tradicionales o una copa de vino de la región.
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