Empacar un libro para viajar no siempre es buena idea
Seducido por la idea romántica de conocer París de la mano de Julio Cortázar, empaqué una pesada edición de Rayuela. Está es la historia de cómo la arrastré durante cuarenta días por toda Europa.
POR: Iker Jáuregui
Si me preguntaran cuál es el mejor consejo que tengo para hacer un viaje largo por Europa, diría que abstenerse de empacar Rayuela para conocer París o, lo que es igual, evitar ser demasiado romántico.
Nadie nos lo advierte, pero quizá antes de preocuparnos por encontrar los rincones secretos de alguna ciudad o sus mejores lugares para comer, deberíamos cuidarnos de las trampas de nuestras expectativas.
No es nada fácil distinguirlas. Pueden tener la apariencia de una recomendación desmesurada, de tourist traps y, en algunos casos, de fantasías alimentadas por el cine o la literatura que se ha hecho sobre nuestros destinos.
De paseo con un ladrillo a cuestas
En mi viaje tuvo la forma de una pesada edición de Rayuela, llena de apuntes y post-its que, según mi yo adolescente, iban a servir como una guía infalible de París.
La idea era seguir los pasos que Horacio Oliveira dio por la rue de Seine y las calles del Barrio Latino, buscando a la Maga.
Me había imaginado releyendo en cafés y bancas algún fragmento de la primera parte de la novela, conociendo la ciudad de la mano de Julio Cortázar. Pero la realidad fue que no abrí el libro ni una sola vez en todo el tiempo que estuve en París, y si pasé por alguno de los lugares que aparecen en Rayuela fue por mera coincidencia. Eso sí, tuve que cargar con el estorboso libro por toda Europa.
París era apenas la primera parada en un viaje de cuarenta días. De entre las doce ciudades que visitaría, también era el destino que más emocionado me tenía, en gran parte por el itinerario que había marcado en mi copia de Rayuela, unos años antes, pero también por la inmensa carga cultural que disparó mis expectativas.
Pocos lugares están tan presentes en nuestro imaginario como París y ninguno está dotado por esa aura mágica que se ha ido formado en películas y libros.
Mucho antes de llegar, ya hemos visto la ciudad a través de los ojos de François Truffaut, Jean-Luc Godard y Gertrude Stein.
Ya conocemos algunas de las emocionantes historias de la generación perdida y otros artistas exiliados en la capital francesa. ¿Por qué no seguir los recorridos que proponen? ¿Quién no querría darle un vistazo a ese mundo? Pero ¿qué hacemos si ya no está ahí?
De la ficción a la realidad
Tiempo después de mi viaje he coincidido con otras personas que se encontraron con un París muy diferente al que esperaban conocer cuando lo visitaron por primera vez.
Hay quienes incluso dicen haber regresado desilusionados. Que si está llena de turistas y largas filas, que si está sucia, que si no se ilumina tanto por las noches.
Creo que, antes de saber qué ver en el Louvre o pedir recomendaciones sobre dónde quedarse, habría que estar prevenido ante la injusticia de una ciudad ideal que difícilmente puede empatar con la realidad.
Así no solo podríamos acercarnos de verdad a París o cualquier otro destino. Tal vez habríamos evitado el chasco de toda una generación de viajeros que, después de ver Before Sunrise, compraron su Eurail Pass esperando conocer al amor de su vida en un tren por Europa y regresaron a casa decepcionados. O de quienes pensaban encontrar inspiración providencial en Montmartre y, en su lugar, llegaron a otro barrio turístico.
Es algo tramposo decir todo esto con la distancia del tiempo.
La verdad es que al momento de planear es inevitable no tropezarnos con ilusiones románticas sobre nuestros destinos.
Nadie está exento de hacerlo, ni siquiera Jack Kerouac, uno de los mejores viajeros de la historia, que empezó la travesía de On The Road mojado y sin dinero, dándose cuenta de que se había dejado deslumbrar por la fantasía de recorrer todo Estados Unidos por la Ruta 6: “una gran línea roja que atravesaba todo el mapa”, buena como metáfora literaria, pero desierta y poco viable para viajar con autostop.
Por más que estemos advertidos y queramos evitarlo, ¿cómo podríamos dejar de romantizar nuestros planes? Probablemente intuía que empacar el bulto de Rayuela en mi limitada maleta sería poco práctico y, más que nada, inútil para conocer París.
En el fondo quizá todos ya sabemos que el París icónico que hemos construido colectivamente es imposible. Pero no tiene mucho caso que intentemos entrar en razón cuando, de todos modos, una gran parte de viajar es ir a comprobar por nosotros mismos si lo que esperamos de nuestros destinos es cierto. Decepciones y sorpresas incluidas.
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