Flâneur: la filosofía francesa de explorar ciudades sin rumbo
La modernidad francesa le dio al mundo un personaje inédito, el flâneur, que representa una nueva forma de relacionares con las ciudades.
POR: Iker Jáuregui
Las grandes ciudades se desdoblan al paso. Sólo revelan sus secretos conforme el caminante hace rumbo. A veces, con exploraciones encauzadas y premeditadas, diseñadas con antelación y cuidado. Pero, hay ocasiones en que el trayecto no es específico, en que no hay ningún otro plan más que dejarse llevar. En Francia saben que esta es la forma más provechosa para conocer una ciudad e incluso han inventado un término para describir a los exploradores sin rumbo: el flâneur.
El origen de tan particular figura en realidad puede rastrearse con mayor precisión hasta la poesía de Charles Baudelaire, quien lo mencionó por primera vez en su colección Las flores del mal. Los versos de Baudelaire sirvieron para describir una actitud muy típica en la París industrial del siglo XIX, pero desconocida hasta antes de esos primeros años de la época moderna. El simple acto de pasear, sin ningún interés particular más que el esparcimiento.
La sociedad, que comenzaba a descubrir las primeras formas de ocio, generalmente desdeñaba al flâneur como un perdedor de tiempo. Sin embargo, ya desde entonces hubo quienes inmediatamente reconocieron las bondades de este hábito. Los artistas de la época tomaron conciencia de que la modernidad estaba reconfigurando su realidad entre edificios, fábricas y multitudes y que la vagancia era la forma de observación más profunda y auténtica de esa nueva realidad.
Además del propio Baudelaire, quien describió al flâneur como la única posibilidad de un artista moderno, Balzac definió la práctica como “gastronomía para los ojos”, Proust lo incluyó como un personaje recurrente en sus novelas y, fuera de Francia, Edgar Alan Poe profundizó en el explorador urbano en su cuento El hombre de la multitud.
El flâneur resultó un término muy adhoc para una sociedad en plena ebullición moderna. Entonces sirvió para darle nombre a la nueva forma de asumir una realidad que apenas comenzaba a desplegarse. Hoy es útil para entender precisamente cómo fue que esa sociedad empezó a relacionarse con un entorno inédito.
Pero, más que cualquier otra cosa, el flâneur es una propuesta del pasado. Aunque el contexto ha cambiado en los más de dos siglos desde que se acuñó, ahora más que nunca habría que tomar nota de los primeros exploradores urbanos de la historia y seguir su método. En un tiempo en que es prácticamente imposible perderse, siempre rodeado de señalizaciones y con acceso a GPS, quizá deambular sea la única forma de descubrir nuevos rincones. Cuando la hiperproductividad y la conectividad exigen y facilitan una planeación minuciosa, el flâneur vuelve a ser revolucionario.
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