Barcelona tiene la Sagrada Familia, Park Güell y la fuente de Montjuic entre sus incontables sitios icónicos. Pero, escondido en el dinamismo y la vida del Raval, se encuentra otra insignia esencial de la ciudad. Quizá menos conocida, pero incluso más querida y significativa para los locales por su extensa trayectoria, que ha ayudado a moldear la característica personalidad rebelde y bohemia de Barcelona. Hablamos del bar Marsella.
Hay mucho que se puede decir de este rincón clásico, tan cercano al corazón de los barceloneses. Para empezar y dar una idea de la importancia del lugar en cuestión, hay que mencionar que se trata, nada más y nada menos, que del bar más antiguo de la ciudad. Establecido en 1820 y operado casi ininterrumpidamente desde entonces, sus más de doscientos años de historia no sólo han sido testigos de los sucesos que marcaron a la ciudad, sino que también el Marsella en sí mismo ha cambiado a la ciudad. Un comensal a la vez.
Una historia que se cuenta entre absenta
La locura de los años veinte y las historias de la Generación Perdida suelen estar ligadas, más que cualquier otro lugar, a París y sus legendarios cafés. Esos sitios mágicos donde los artistas bohemios se reunían a discutir ideas políticas, filosóficas y creativas, además, claro está, de beber importantes cantidades de bebidas embriagantes.
Sin embargo, la realidad es que además del legendario París de los veinte, está sinergia estaba ocurriendo por toda Europa. Otras grandes ciudades como Praga y Berlín gozaban del impulso cultural y la energía joven que se vivía entre guerras. Barcelona no fue la excepción.
Este fue el hogar de importantes artistas de la época, como Picasso, que cuando no pasaba largas temporadas en París, residía en Barcelona. Entre idas y vueltas siempre regresaba a los mismos lugares, atraído por las conversaciones estimulantes y por la absenta, que en Barcelona podían encontrarse en el Bar Marsella.
Otros habituales documentados que frecuentaban el Marsella, muy probablemente por las mismas razones, incluyen nombres de la talla de Ernest Hemingway o Salvador Dalí, quienes con sus visitas no sólo forjaron la legendaria historia del bar, pero también convirtieron a Barcelona en el núcleo cultural que sigue siendo.
El Bar Marsella no se va
La historia del Bar Marsella se remonta 203 años atrás y el lugar no lo oculta. Sus techos parecen estar al borde del colapso, las capas de pintura comienzan a ceder, su barra polvorienta se mantiene prácticamente intacta y, aún así, sigue siendo uno de los favoritos entre los locales.
Todos esos detalles crean una atmósfera única, una personalidad que se ha formado entre las visitas de artistas e intelectuales. Algo así no se puede repetir de manera artificial, pues tomaría al menos otros dos siglos.
El cariño que Barcelona tiene por este lugar es tan grande que la ciudad se niega a verlo desaparecer. En 2013, una crisis financiera amenazó seriamente con ponerle fin a la historia del Bar Marsella, pero los locales no podían permitirlo. La ciudadanía salió a las calles y presionó para que el gobierno tomará cartas en el asunto, hasta que finalmente el Ayuntamiento compró el legendario lugar, garantizando su protección y operación hasta el día de hoy.
La historia sigue
La del Bar Marsella no es sólo una historia del pasado. Es evidente que las nuevas generaciones de barceloneses siguen acudiendo a sus taburetes con la misma emoción que quienes lo hicieron a principios del siglo XX, y como testigo principal está nada más y nada menos que Rosalía.
Como toda oriunda de Barcelona, Rosalía no es ajena a la legendaria reputación del Marsella, que escogió como locación para el video de su sencillo ‘Vampiros’, continuando el legado de uno de los sitios más importantes de la ciudad.