El futuro de las ciudades: más allá de las smart cities

La tecnología aplicada al urbanismo va más allá de crear ciudades automatizadas.

23 Feb 2022
El futuro de las ciudades: más allá de las smart cities

Cada década trae nuevas ideas que se conectan con la forma de entender las ciudades y nuestra forma de habitarlas. Ahora, la tecnología aparece en escena, pero no para volverlas más “inteligentes” por automatizadas, sino por inclusivas y sustentables.

Las ciudades crecieron a lo largo del siglo pasado de una manera tan veloz que exigieron soluciones en tiempo real y éstas no fueron siempre acertadas, más bien en muchos casos crearon nuevos problemas al no haber contemplado las posibilidades de un futuro a mediano plazo.

Basta ver cómo el crecimiento demográfico, sumado a la migración del campo a las ciudades, llevó a que comunidades pequeñas terminaran creciendo hasta verse asimiladas en una gran ciudad, como ocurrió con la capital mexicana. También cómo afectó el abastecimiento del agua y la planeación de espacios verdes, y cómo los paradigmas de “modernidad” y “riqueza” de la posguerra promovieron el uso de automóviles (y su masificación), lo que a su vez creó problemas de saturación de vías (no preparadas para tal volumen de vehículos particulares).

Por eso ahora resulta tan interesante y revolucionario pensar en las ciudades y su diseño urbano con la sustentabilidad, la igualdad, la accesibilidad y el diseño centrados en las personas. La pandemia y la forzada estadía puertas adentro en nuestras viviendas durante la cuarentena, la imposibilidad de cohabitar en grandes oficinas sin ventilación natural y otros problemas que no se habían pensado como posibles, dado lo inaudito de la contingencia sanitaria mundial, llevaron a que los paradigmas cambien aceleradamente.

Las viejas “nuevas” smart cities

Miquel Adrià, arquitecto catalán radicado en México y director de la prestigiosa revista Arquine, es claro y tajante a la hora de discutir los problemas del urbanismo actual y de las promesas que surgen cada década. Crítico, sale al ruedo cuando se le pregunta cómo la tecnología puede mejorar el urbanismo que se ha convertido, al menos en el caso de las grandes urbes, en una fuente de desafíos para cualquier ciudadano.

“Hace algunos años irrumpió un discurso muy interesante sobre las smart cities, que de alguna manera eran algo parecido a lo que una década antes eran los ‘edificios inteligentes’ y que resultaron no serlo; eran edificios que supuestamente iban a performar [sic] con tecnología y al final terminaron por ser unos edificios más tontos que los habituales: antes el usuario podía abrir y cerrar ventanas, y tomar decisiones en términos de ahorro de energía y habitabilidad, y ahora no. Con las smart cities pasó más o menos lo mismo”, explica. Según Adrià, lo que quedó de aquel proyecto de urbanismo sólo fueron los carriles reversibles para modificar la dirección de la circulación en horas pico.

La tecnología, aliada de la ciudad

Tatiana Bilbao, reconocida arquitecta no sólo por su obra, sino por su discurso centrado en los problemas humanos y en particular en la búsqueda de igualdad en la planeación urbana, menciona cómo la tecnología podría ayudar a solventar muchos retos actuales de las ciudades: “La tecnología usada para medir sistemas infraestructurales y hacerlos eficientes es la mejor inversión. En el transporte colectivo, por ejemplo, es donde creo que puede tener más impacto. Es una excelente herramienta para lograr eficientes rutas, paradas, demandas y necesidades”.

Adrià coincide y habla de la experiencia europea, donde las apps permiten organizar un itinerario de autobuses, trenes, bicicletas y otros medios de transporte para trazar una ruta con el tiempo exacto y sin utilizar un coche, lo que ayuda también a minimizar el tráfico y, de paso, las emisiones de gases contaminantes. Sin embargo, sostiene para que esto funcione primero es necesario resolver problemas pretecnológicos, en particular en el caso de México y el resto de Latinoamérica: “Falta un paso previo que es la inteligencia básica aplicada desde los propios gestores de la ciudad en cosas muy elementales, como la calidad del agua, la calidad del aire, del transporte público y de la seguridad. En ciudades inseguras en las que puedes ser secuestrado, asaltado y demás, pensar en cómo la tecnología puede hacer más eficaces algunos espacios públicos es poco atinado. Lo mismo cuando el sistema de transporte público es muy ineficiente o incompleto: es muy difícil aplicar una tecnología como las apps al servicio del ciudadano”.

Algo similar comenta Bilbao y explica de alguna manera por qué el transporte actual resulta tan ineficiente: “Al no contar con herramientas suficientes para determinar orígenes, propósitos y destinos del transporte, se tendía a generalizar estrategias para responder a las ‘masas’, dejando a un lado a la gente más necesitada, normalmente menos tomada en cuenta para planear sistemas de movilidad que en realidad funcionen para todos”.

Para Adrià, “los productos y la tecnología están, pero eso funciona de dos maneras en Latinoamérica: la primera, cuando existe una demanda de la clase media o hípster, pero hace que se vuelva un producto más caro y, por lo tanto, marginal; la segunda, cuando hay una política pública que privilegia ese tipo de soluciones”.

Según Bilbao, “la tecnología debe estar enfocada en la eficiencia y en eliminar procesos que hoy despilfarran recursos en todos los sentidos. Y no debe ser la que los sustituya nada más. Ejemplo muy obvio: el desarrollo tecnológico para convertir todos los coches en eléctricos poco hace por el cambio que necesitamos en el planeta”, dado que, por economía y por espacio físico, no toda la población puede tener acceso a un vehículo personal. “Sin embargo –continúa la arquitecta–, la tecnología eléctrica usada en transportes masivos para eliminar coches (impulsados por la energía que sea) es mucho mejor inversión”. 

De la ciudad a la vivienda: tecnología, igualdad y sustentabilidad

Con la pandemia ha habido una reflexión sobre la vivienda, porque antes no teníamos vivienda, teníamos “dormitorios”, como señala Adrià: la mayoría pasábamos el día entero fuera de nuestros hogares, a los que llegábamos para dormir. Los espacios planeados de ese modo resultaron ser poco inteligentes para una contingencia, como la vivida por la pandemia, que nos obligó a trabajar, estudiar y convivir con familiares las 24 horas en un espacio reducido.

“La posibilidad de ahorrar ya no por una vocación sustentable, sino por el ahorro en sí de energías como la eléctrica o el gas, simplemente recuperando las azoteas para tender la ropa, son reflexiones pospandemia”, afirma Adrià, pero insiste en que, sin injerencia de una política pública, el alcance de esas iniciativas no llega más allá de la buena voluntad de parte de la sociedad. “Se podría privilegiar desde lo público a las energías renovables, y eso podría suceder de un modo bastante sencillo, por ejemplo, dando facilidades a los edificios para que tuvieran placas solares para la producción de electricidad”, añade. Sin embargo, para el experto, “en ese sentido, los gobiernos de nuestras ciudades están –para decirlo bonito– en el siglo XX”.

La ciudad comunitaria

El tema de la inclusión y la división del trabajo doméstico y de cuidados quedó en evidencia más que nunca debido a la pandemia. El formato de vivienda urbana en el que vivimos en las grandes ciudades, podría replantearse de un modo comunitario: “Me gustaría ver tecnología dedicada a impulsar este cambio a través de la creación de redes de cuidado que no dependan de una relación comercial. Si pudiéramos llegar a una sociedad donde el trabajo de cuidados y reproductivo fuera mejor remunerado, muchas cosas cambiarían. En el ínter, hay que reconciliar qué se hace y en qué se invierte mucho tiempo, y qué es más eficiente (y menos discriminatorio) si se hace en comunidad, como comunidades de cuidados de adultos mayores, de preparación de comida, de cuidados de niños y de enfermos, etcétera”. Lo que menciona Bilbao está relacionado con una de las mayores tendencias que se está viendo en el nuevo modelo de ciudad sustentable y cuyo ejemplo es Chicago.

También en relación con otra tendencia, la de reutilizar y usar energías limpias y vivir en una ciudad humana y centrada en las personas, Bilbao concluye con algunas ideas que están empezando a ponerse en práctica en lugares como Japón y algunas ciudades europeas: “Necesitamos dejar la utilización de fósiles de carbono como fuente energética, pero, como dicen María Scherezade Giudici y Pier Vittorio Aureli, el cambio radical vendrá cuando cambiemos la forma de relacionarnos y, para mí, esa forma de relación tiene que venir desde la existencia. El ser humano necesita volver a entender cómo a través de confiar en el otro se puede completar lo que necesita para existir. Necesitamos darnos cuenta de la importancia del trabajo de cuidados y reproductivo, y que éste se vuelva el centro de la sociedad”.

 

next