Éfeso: en contacto con la Antigüedad

Un destino que permite a los trotamundos acercarse a los vestigios de la ciudad romana y a los orígenes del cristianismo.

16 May 2018
Éfeso: en contacto con la Antigüedad

El milagro de hacer presente el pasado

Muy cerca uno de otro, en Éfeso se encuentra el templo de Artemisa, o su ruina, la tumba del apóstol Juan y los vestigios de su basílica, la Casa de la Virgen María y, por supuesto, la excelsa ciudad romana, que operan el milagro de hacer presente el pasado de la vida cotidiana de los romanos que la habitaron. Este destino depara encuentros con la Antigüedad pagana, el esplendor romano y el origen del cristianismo. Şirince, una aldea cercana, es un contrapunto perfecto de simplicidad aldeana, en un vergel mediterráneo.

Sitio arqueológico

Desde lo alto de la colina de Ayasuluk, junto a las ruinas de la Basílica de San Juan, puede verse, en la parte baja de un valle, un pilar solitario, poco espectacular en verdad, que representa, sin embargo, una de las glorias de la Antigüedad. Ese pilar humilde es todo lo que resta del templo de Artemisa en Éfeso, que en su tiempo fue considerado como una de las maravillas del mundo, cuatro veces más grande que el Partenón de Atenas.

El templo desaparecido, que ese pilar representa con humilde abnegación, fue el germen de la civilización, primero griega y luego romana, que prosperó en este lugar hasta irradiar un brillo legendario, y luego desapareció. A su paso, dejó estas ruinas.

Era en mayo que los peregrinos de Jonia acudían a rendir sus sacrificios a la diosa madre en el templo, y participar en las danzas, representaciones, en los cánticos y juramentos colectivos que oficiaban sus cientos de sacerdotes —‌eunucos, vírgenes y prostitutas sagradas—.

Con su piedad y sus ofrendas enriquecieron fabulosamente a la ciudad, luego conquistada por las tropas persas del general Harpago y liberada por Alejandro en su gloria, cuando restituyó el predominio heleno en el Asia Menor, en el año 334 a.C.

Roma y la geografía determinaron el siguiente capítulo de la ciudad. Con los siglos, el lodo que el río Meandro depositaba en su desembocadura alejó paulatinamente a la ciudad, antes portuaria, del mar. Tres veces la ciudad cambió sus aposentos para gozar otra vez de su salida al mar. Roma encontró a la ciudad en su tercera y última locación, detrás del cerro donde está la casa de la Virgen María, mirando siempre desde la tumba del apóstol Juan.

Cuando Roma salió triunfante de su guerra con Cartago, emprendió su expansión imperial. Éfeso pasó a formar parte de los dominios romanos de manera definitiva en el año 86 a.C. Augusto, coronado emperador, designó a Éfeso, en virtud de su importancia, capital romana de Asia Menor (en el año 27 a.C.). Con esa importancia política, comenzó la prosperidad comercial y el incremento urbano que hicieron de Éfeso la segunda ciudad más grande del Imperio, después de Roma.

Como uno de los centros del proyecto político romano, que se extendía de las islas británicas al Éufrates, de Alemania a Egipto, como beneficiaria de la estabilidad y del comercio imperiales, en los primeros dos siglos de la era cristiana, Éfeso experimentó una prosperidad extraordinaria. Si en su plenitud fue segunda de Roma, en su estado de ruina supera por fin, y por mucho, a su rival.

Como sitio arqueológico, Éfeso es inusual. Las ruinas normalmente indican, con su presencia, lo que está ausente. Al inicio del recorrido por la zona arqueológica, los vestigios que se encuentran al paso realizan esta función convencional, metonímica: en el piso, los trozos estriados de mármol, compasivamente agrupados por algún santo arqueólogo, indican que ahí hubo una columna, hoy ausente; una columna todavía en pie sugiere aquello que soportaba y que hoy está desaparecido.

El guía aporta algo de información pertinente, para el esfuerzo de reconstrucción que de continuo realizamos con la imaginación: “Eso fue un ágora”, y entonces, mal que bien, nos formamos una idea, mejor dicho una imagen. Hasta ahí, la experiencia es normal. Sin embargo, poco a poco, conforme se avanza en el recorrido, las ruinas comienzan a encarnar no sólo una parte, sino el conjunto completo al que pertenecen, hasta efectuar el milagro de hacer al pasado, presente, material, objetivamente.

Este milagro —del paso de la imaginación a la presencia— se verifica con un detalle propiamente alucinatorio en el interior de las mansiones, encaramadas en una terraza —porque buscaban la vista al mar— de los magnates de la ciudad. Sepultadas durante siglos, fueron excavadas en los años sesenta de este siglo. Al descubierto está la infraestructura: las tuberías que traían agua corriente a sus baños, fría o caliente, el drenaje, los ductos de la calefacción y ventilación. Comodidades de una vida propiamente civilizada.

A la vista está la ornamentación de los muros, decorados al fresco según el uso de cada pieza, floral, vegetal, arquitectónica. Máscaras teatrales, figuras de animales fieros o dóciles, leones, pajarillos. A la vista están los pisos: a cada pieza o patio corresponde un motivo peculiar, geométrico, reticular, ajedrezado, o con mosaicos que representan monstruos o dioses.

En el exterior, el pasado se presenta en escala urbana, en el teatro, que acomodaba a 2,500 espectadores para ver representaciones dramáticas o peleas de gladiadores, en la biblioteca de Celso, con su fachada impresionante de dos pisos de altura, en los baños públicos, el burdel.

Basílica de San Juan

Luego de la crucifixión de Jesús, los apóstoles huyeron de Jerusalén. Era demasiado arriesgado quedarse ahí. A Juan correspondería llevar el Evangelio al Asia Menor. Así fue como llegó, entre el año 36 y el 42, a la población griega de Éfeso, organizada en torno al templo de Artemisa, y es muy probable que llegara aquí con María. Desde la cruz, Jesús se dirigió a María y le dijo, refiriéndose a Juan: “Éste es tu hijo”, y a Juan: “Ésta es tu madre”, encomendando uno al otro.

Es improbable que Juan, “el apóstol amado”, desatendiera este legado postrero de su Mesías. Hay mucha oscuridad en torno a la vida de estos primeros seguidores de Jesús, que ha dado lugar a debates sin solución, en verdad, desde el punto de vista histórico. Se sabe que Juan estuvo una temporada en la isla griega de Patmos, en el Egeo, no muy lejos de aquí, y que ahí habría redactado o transcrito el Libro de las revelaciones, o el Apocalipsis, que le dictara un ángel, y es probable que muriera de vuelta en Éfeso, a edad provecta —‌el único de los apóstoles en no morir martirizado—.

La tradición quiere que Juan solicitara, ante su muerte, que sobre su sepulcro se levantara una iglesia, y así habría procedido la pequeña comunidad de seguidores que lo rodeaba. Sobre estas informaciones se levantan aquí estas ruinas.

Antes del siglo IV había ya una capilla tosca de madera señalando el sitio de la sepultura de Juan, en lo alto de una colina yerma con el nombre turco de Ayasuluk. Procopio de Cesarea, el historiador bizantino, informa que había sido construida por los nativos, y dedicada a Juan.

En un gesto magnífico de poder imperial, Justiniano, el emperador cristiano, mandó erigir aquí una basílica, sobre la base de un diseño anterior de Teodosio, a una escala acorde con la santidad del sitio, cuya construcción inició en el año 536, y siguió el modelo de Santa Sofía, su contemporánea.

Parte de la extinción del templo de Artemisa, por cierto, se explica por el reciclaje de sus materiales para la construcción de la Basílica de San Juan. Fue durante mucho tiempo la segunda iglesia más grande del mundo.

Queda poco de aquel edificio, salvo las ruinas. Desperdigados por el suelo, capiteles jónicos, portales que sólo prestan un marco al paisaje, arcadas de ladrillo, columnas solitarias y el grito gris de la gaviota, bajo un cielo encapotado. Una pila bautismal y, señalado por cuatro columnas como puestas para un dosel, el sitio del sepulcro.

Una leyenda muy extendida en la Edad Media afirmaba que en su sepulcro, el cuerpo incorrupto del apóstol respiraba, agitando el polvo a su alrededor. Bendecido de esta manera, ese polvo, llamado manna, curaba milagrosamente. Por ello, la colina también se llamó del Aliento Sagrado. Durante la Edad Media, el templo se convirtió en un sitio de peregrinación importante. La orden de los Caballeros de San Juan, instalada en un castillo en las cercanías, prestaba su vigilancia al templo, hasta que Soleimán los echó de ahí. Los fieles volvían a Europa con frasquitos que contenían un poco de ese polvo prodigioso.

Casa de la Virgen María

Frente a la colina Ayasuluk, donde está el sepulcro supuesto de Juan, se encuentra otra, llamada Koressos —su nombre turco, Bülbül Dağı, significa monte del ruiseñor—, donde se cree que vivió y murió la Virgen María. La ubicación exacta del sitio se debe a las visiones de una monja estigmática alemana, llamada Anne Catherine Emmerich (beatificada por Juan Pablo II) recogidas, probablemente adornadas y publicadas a mediados del siglo XIX por el poeta romántico alemán Clemens Brentano.

Con diferencias teológicas de matiz, tanto la Iglesia católica como la ortodoxa mantienen la creencia de que el cuerpo de María subió al cielo. Convenientemente, estos dos sucesos sobrenaturales se celebran el mismo día, cada 15 de septiembre, fecha en que llegan al lugar peregrinos católicos, ortodoxos de Siria, de Rusia, incluso del mundo islámico, donde se tiene a la Virgen también por sagrada y se cree igualmente en su asunción.

Algunos peregrinos suben a pie, en penitencia, seguramente inconscientes de la notable continuidad que su ritual establece con los peregrinos que, 2,000 años atrás, acudían de todo el mundo antiguo a venerar a otra madre, Artemisa, al mismo lugar.

Se trata de una capilla modesta, pequeña, construida, más que reconstruida, sobre los cimientos de una estructura encontrada ahí por el abate Gouyet, a fines del siglo XIX, a partir de las visiones de la monja estigmática alemana, y que efectivamente datan de la era apostólica.

A diferencia del monte donde se ubica el sepulcro de Juan, este otro es boscoso, sereno. Árboles venerables, viento de montaña amortiguado, recogimiento de los fieles que ingresan a la capilla y cambian una moneda por velas que luego encienden afuera del templo. Una fuente surte agua de un manantial, bendita por la sacralidad de este lugar en la Tierra. Es costumbre entre los peregrinos dejar un anhelo enrollado en un papelito en uno de los muros del exterior. La humildad de la casa hace pensar en la precariedad, muchas veces olvidada, de los hombres que rodearon a Cristo en esos primeros años, que el poderoso mundo pagano de Roma quiso, primero, marginar.

El camino a Şnceiri

Los huertos

De Esmirna a Şirince el campo está cubierto de sembradíos. Una tras otra, en filas larguísimas, los granados son una mancha oscura cuajada de rojo, fruta madura que se cosecha en septiembre. Puede verse, a la distancia, a los cosechadores de paso, que viajan del este para ayudar en la recolección. Árboles de naranjas, de mandarinas. En la caldera de estos valles la fruta endulza. De las higueras, penden higos hinchados a reventar, de los que pende una gota de almíbar espeso como resina.

El camino a Şirince, que pasa por Selçuk, comienza a subir y se torna sinuoso. El paisaje se eriza de cerros. En las angosturas, los álamos levantan su forma de pluma, en filas desorganizadas. A los costados, campos de olivos, y en los olivos, racimos de verde aceituna. Todo alrededor, la tierra rojiza delata al Mediterráneo.

Plantado en este vergel está el pequeño pueblo de Şirince, que sabe también a la cercana Grecia, y se dedica a ser igual a sí mismo. Ancianas curtidas con mascadas en la cabeza asoman por los balcones; por cinco, seis liras turcas se vende el higo, tal y como se encuentra pendiente de las ramas de los árboles que dan sombra a los vendedores.

Al pueblo lo ciñe un cerco acogedor de montañas. Por sus laderas trepan las últimas casas blancas. En las calles, esas ancianas venden tejidos: carpetas, chambritas. Todos los patios son huertos o son jardines, y en cada uno las plantas lucen frutas o lucen flores.

Gözleme

Bajo la sombra del huerto doméstico, aquí y allá se ofrece comida. La especialidad local es un plato llamado Gözleme, que se prepara a la vista, por una de esas mujeres de mascada negra, o de patrones de tulipanes.

Una extensa membrana de masa de trigo rellena de queso, de berenjena, que pone a cocer al horno, y luego dobla para entregar una tibia y alimenticia envoltura en la mesa, que se acompaña con vino dulce de frutas, otra singularidad de este pueblo.

Gürsel Tonbul, granja orgánica de Kuşadası

Gürsel Tonbul es dueña de una granja orgánica cerca de Kuşadası, a unos 40 kilómetros al suroeste de Éfeso. A partir de una propiedad rural de su familia, Tonbul creó este interesante proyecto orgánico.

“El clima jonio es el mejor de la tierra”, dice, aludiendo a la identidad de esta zona para la antigua Grecia, que comprendía a ciudades como Mileto, Esmirna y Éfeso. “Puedo cultivar lo que sea en esta geografía.” La granja cultiva y elabora productos de la tierra, con procedimientos tradicionales, que luego comercializa en su tienda, o vende, convertidos ya en platillos, en su comedor.

“Nuestra producción principal es el aceite de oliva y las aceitunas, además de frutas y vegetales frescos, conservas, frutos secos, melazas, vinagres, tés, especias. Con nuestras uvas, un productor local hace vino.”

La granja es efectivamente un vergel de Jonia, que provee alojamiento a voluntarios que participan de los procesos de producción, y aprenden a cultivar y elaborar los alimentos que ahí se trabajan.

En su comedor se sirve una mesa campesina: keşkek, un platillo tradicional de trigo martajado con carne de res y mantequilla; kebabs de cordero; arroz con piñones: hígado de cordero con uva pasa y hierbas.

A quienes visiten esta región, recomienda visitar las montañas de Latmos, el lago de Bafa y aldeas como Kirazlı y las antiguas curtidurías, así como los vestigios de Claros, Myus, Teos, y pueblos como Sığacık, Özdere o Seferihisar. La filosofía de su granja podría ser una oración del culto a Artemisa, la diosa madre de la fertilidad que tanto adoraban los jonios de aquí: “Trabajamos con amor y respeto a la tierra y sus bendiciones”.

Alaçatı: la playa de moda

Al poniente de Esmirna se encuentra uno de los destinos de playa de moda en el Egeo: Alaçatı, en la península de Çeşme, un pueblo de calles adoquinadas y casas de piedra, de origen griego, que preserva un fuerte espíritu mediterráneo en sus comedores, que alinean sus mesas al aire libre, veraniegamente; en las bugambilias, que trepan por los muros y tachonan de rosa el verde de su follaje; en las pérgolas emparradas que dan sombra a los viejos de boina y bastón que pasan días y tardes al fresco.

A pocos kilómetros, su playa arenosa, perfecta para bañistas, reúne las condiciones ideales para la práctica del wind y del kitesurf. Todos los años, en ella se realiza el Campeonato Mundial de Windsurf.

Frecuentada tradicionalmente por sus fuentes termales, su vida saludable de pueblo –mercado con hortalizas y productos de granja, gastronomía del mar–, la aparición de hoteles boutique en la última década ha decidido la predilección del turismo selectivo y metropolitano de Estambul y, poco a poco, del resto de Europa, y con él una oferta creciente de antros nocturnos y restaurantes de calidad.

El notable Hotel Alavya condensa estos atributos de la esencia mediterránea –simplicidad, autenticidad– y las transporta a las esferas de la intimidad y elegancia, en un patio que fue antiguamente un cine al aire libre y ahora adorna el árbol frutal, la parra, el olivo.

Extracto tomado del libro Turquía: la guía de los expertos, proyecto especial de Travesías Media en colaboración con Sea Song. 

Sea Song Tours es una agencia de viajes y un operador turístico turco que ofrece itinerarios memorables de por vida, diseñados para los viajeros más exigentes. Para más información sobre Turquía visita Seasong.com 

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