Dublín: nunca es suficiente
Dublín es una ciudad con hermosos jardines y espectaculares museos.
Lo que falta es tiempo para verlo todo.
POR: María Pellicer
Cuando llego a Dublín, el sol brilla, el cielo está despejado y hay turistas por todas partes. Así que después de instalarme en mi habitación en The Westbury, me decido a salir a la calle a deambular entre los viajeros. En realidad, si hubiera sabido lo poco común que era ese clima tal vez me hubiera quedado en la calle hasta la madrugada, pero el hubiera no existe.
Día uno
Por la mañana
Para reconocer decido dar una buena caminata. Las estrechas callecitas del centro están repletas de tiendas y de pubs, mismos que se van llenando cada vez más en cuanto pasan las horas de la tarde. No tardo en toparme con la entrada de Trinity College y las Casas del parlamento, pero dejo ambas para otro momento y sigo hasta el río, cruzando por el O’Connell Bridge y siguiendo por la avenida que tiene el mismo nombre y continúo hasta llegar a The Spire, una gigantesca espiga de acero inoxidable que se alza 121 metros sobre la ciudad. Hago una escala en Busáras, la estación central de camiones. Se trata de un hermoso edificio funcionalista diseñado entre 1945 y 1953, pero dentro nadie parece percatarse de lo hermoso de la construcción cuyo patio exterior tiene una curiosa cubierta ondulada. Cruzo la calle e intento fotografiarlo. Luego sigo mi camino.
Por la tarde
Me asomo a Trinity College cuando empieza a caer el sol. En College Park un grupo de chicos juega rugby, alrededor unos platican mientras otros miran el juego. Me siento en una banca, debajo de unos cerezos en flor —es plena primavera— y me parece un momento idílico, de esas pocas veces que añoro volver a la universidad.
Cuando el sol —que entonces no sabía que no volvería a aparecer— empezó a desaparecer me pareció buen momento para buscar algún pub. Sin ir más lejos, cruzando la puerta del hotel, dos grandes clásicos son ideales para probar la interminable oferta de cervezas: Bruxelles y John Kehoe. Así termina mi día, entre una multitud ruidosa que bebe cerveza como si el mundo fuera a acabarse mañana.
A la hora de cenar, el nuevo lugar imperdible es Forest Avenue, con una propuesta contemporánea que trabaja sobre el ingrediente, el local ofrece menús casi fijos, con dos platillos para elegir por tiempo. Me toca un tartar de res, un bacalao con cangrejo y de postre un delicioso queso de cabra de St. Tola. Es una verdadera delicia, pero la única manera de conseguir una mesa es reservando con anticipación (forestavenuerestaurant.ie). Aprovecho cuando termino de cenar y camino por el canal que me lleva de nuevo hasta el río.
Día dos
Amanece lloviendo. Parece una ciudad totalmente diferente. Después de un generosísimo desayuno —donde exagero con el salón ahumado— salgo a la calle, sin pensar mucho en la lluvia. Tengo un programa completísimo. Mi primera parada es la Hugh Lane Municipal Gallery (hughlane.ie), donde se encuentra el Estudio de Francis Bacon. No es una réplica sino el estudio completo que se movió de Londres a Dublín, tal y como lo dejó Bacon antes de morir —igual de caótico—. Son siete mil piezas las que conforman el bizarro espacio, e incluso el polvo se mantuvo en su lugar.
Sigue lloviendo cuando salgo a la calle. La siguiente escala en mi recorrido es la Biblioteca Chester Beatty (cbl.ie) que guarda una de las colecciones de libros y manuscritos más importantes de Europa. Además de una exposición que muestra el detalle casi esquizofrénico del Coran de Ruzbihan, me entretengo al menos dos horas curioseando entre manuscritos árabes, japoneses, chinos e incluso materiales de la Nueva España.
Por la tarde
Hace falta recargar pilas y me dirijo a Etto (etto.ie), un localito pequeñísimo en Merrion Row donde me instalo en la barra. La hora es extraña, demasiado tarde para comer, demasiado temprano para la cena. Ideal, pues no hay muchos clientes y puedo platicar con los dueños, una pareja joven que atiende personalmente la barra y el salón. Unos mejillones y unos gnocchis con un huevo empanizado, con una copa de un albariño bien frío, me regresan las fuerzas.
Mi programa de museos —ideal para la jornada lluviosa— continúa en la National Gallery de Dublín (nationalgallery.ie). Llego buscando una pieza en especial, la Captura de Cristo, de Caravaggio, una pintura que estuvo perdida por años y apenas recientemente fue recuperada, pero para llegar a ella tengo que esquivar a las multitudes que esperan por ver la exposición temporal de Da Vinci.
Me queda una escala más, dentro de la universidad. El famosísimo Book of Kells está aquí (tcd.ie/Library), un manuscrito que contiene los cuatro evangelios del Nuevo Testamento y fue escrito en el año 800 por los monjes celtas. Es uno de los ejemplos de arte medieval mejor preservados y por eso miles de personas vienen a verlo en exhibición. De hecho, son tantas las personas en la fila (y es tan tarde) que me doy cuenta de que no lograré llegar a tiempo. Así que decido mejor pasear por la universidad, aunque hoy el clima no sea tan benévolo. Me paso la tarde entre edificios clásicos, jardines —me topo con un gran Calder en Fellow’s Square— y mucha arquitectura brutalista.
El broche de oro de estas 48 horas intensas es volver al hotel, darme un buen baño, y ver llover desde mi habitación que mira hacia Ann St. Bajo a cenar tarde, ya más recuperada, después de haber empacado. Me instalo en una mesa en Balfes (balfes.ie), la brasserie del hotel, que parece el lugar más bullicioso y concurrido de la ciudad. Mientras devoro carne de res digna de museo, me entretengo viendo a la concurrencia que viene y va. Y así se me pasan las últimas horas en Dublín. Me voy con buena cara, aún me quedaron muchos pendientes en la lista, así que tocará volver.
Dónde dormir
The Westbury
Grafton Street
T. +353 1 679 1122
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