Detroit después de las cenizas, y de Aretha Franklin
Un relato acerca de la urbe que vio por última vez a la legendaria Aretha Franklin.
POR: Redacción Travesías
Cuando la crisis económica de 2008 golpeó Wall Street, muchas ciudades del mundo sufrieron profundamente. Muchos bancos cerraron, muchas personas se quedaron sin casa y las deudas personales alcanzaron niveles trágicos. Y aún así, uno de los ejemplos que más nos vienen a la mente cuando pensamos en el desplome económico de aquella época, es Detroit.
Esta ciudad de rascacielos y grandes sueños se declaró en bancarrota —el famoso Chapter 9— en julio de 2013. Se trató de la bancarrota municipal más grande en la historia de Estados Unidos. La industria automotriz, que fue duramente golpeada durante la crisis de 2008, era el motor que movía la economía de Detroit.
Detroit conoció su grandeza a principios del siglo xx, cuando la industria automotriz se asentó ahí, creando una oportunidad de empleo para el blue-collar worker. Se construyeron grandes edificios y a los alrededores de la ciudad nacieron suburbios bastante acaudalados.
Se calcula que en los años cincuenta, Detroit y el área metropolitana tenían una población de unos dos millones de personas. Hoy viven ahí alrededor de 700 000. Todo ese espacio está vacío; calles, lotes, terrenos, casas, edificios, sin nadie que los mantenga y los habite.
City Tour
“Ésta es una gran época para estar en Detroit. Ahora, la ciudad tiene la oportunidad para empezar de cero, para reinventarse. Muchas cosas interesantes están sucediendo, y muchas son gracias a los que nos quedamos, y muchas a quienes han llegado,” dice Jon Chezick, de D:hive, una organización que se dedica a hacer tours por la ciudad, además de ayudar a la gente que vive ahí a encontrar trabajo o casa en el centro, que imparte cursos para emprender un negocio propio y organiza eventos. Jon y D:hive buscan que la imagen de Detroit que se tiene afuera, ésa de las ruinas y las pandillas, no sea la predominante.
Quizás el barrio con mayor crecimiento sea Midtown. Esta parte de la ciudad estaba abandonada hasta hace seis años. Una mujer, casi completamente sola, es la responsable de convertirla en lo que es hoy: Sue Mosey, de Midtown Detroit Inc. Por medio de convenios con universidades, dueños de terrenos, y entrepeneurs, Sue ha convertido poco a poco este barrio en una zona de restaurantes, bares, tiendas independientes, departamentos nuevos, casas viejas restauradas y, sobre todo, un lugar seguro para vivir y salir.
Es aquí también donde se encuentra la primera tienda de Shinola, una manufacturera de relojes enteramente estadounidense que hace unos años decidió hacer de Detroit su hogar. Que Shinola, una tienda de lujo, haya decidido abrir su manufactura y su primera boutique en esta ciudad, es una muestra de cómo las cosas pueden cambiar poco a poco.
Los soñadores
La vena creativa siempre ha latido fuerte en Detroit. Desde músicos y artistas, a diseñadores, restauranteros y entrepeneurs, hay algo en esta ciudad que impulsa a la gente a innovar. “No es como Nueva York, donde todo se ha inventado ya,” dice Bridget Russo, de Shinola, quien nació y creció en Brooklyn, y vivió en Manhattan toda su vida hasta hace poco que se mudó a Detroit con la marca relojera.
Detroit es el lugar de origen de los tres artistas estadounidenses con más discos vendidos de la historia: Kid Rock, Eminem y Madonna, y es también la ciudad donde nació el tecno (aún es muy popular en Michigan) y Motown Records, quien grabó a íconos como The Supremes, The Temptations y Lionel Richie. Y por si fuera poco en esta metrópoli vivió murió la grandiosa Aretha Franklin.
Pero más allá de eso, varios proyectos creativos han nacido en la ciudad: muchas veces parece que es la gente de Detroit, sus habitantes, quienes se niegan a verla caer. Si no hay dinero suficiente para cortar el pasto, alumbrar las calles o recoger la basura, la gente se las arregla para encontrar una manera de juntarse e idear una solución.
Detroit es el ejemplo de lo que sucede con una comunidad cuando no hay otra salida, no es un “sálvese quien pueda”, es un “salvémonos juntos”. Uno de estos ejemplos es Ponyride. Cuando la crisis hipotecaria golpeó a Detroit, muchos edificios quedaron abandonados. Cuando esta antigua fábrica se desocupó, la oferta de comprarla llegó a Phil Cooley —dueño de una cadena de restaurantes de bbq llamada Slow— y otras personas interesadas en hacer un proyecto diferente.
Los jardines
Quizás no a la magnitud que Naimi quisiera, pero los jardines comunitarios y las pequeñas granjas y mercados son un movimiento creciente en la ciudad. Cada vez más personas plantan en los patios de sus casas, en pequeñitos espacios frente a sus oficinas o en esquinas y parquecitos abandonados, cualquier tipo de verduras, lo que sea que pueda crecer.
El ejemplo más grande es Eastern Market. Originalmente fue el mercado que abastecía a la ciudad a finales de 1800, pero como en Detroit hay pocas tiendas departamentales (no hay Walmart, ni Target, et. al., y apenas hace unos meses se abrió el primer Whole Foods), Eastern Market se volvió uno de los eventos más importantes de la semana.
Al final, Detroit no es ni una cosa ni la otra: no es ni el derrumbe del sueño por completo, ni un sitio sin posibilidades, ni el nuevo sueño del artista americano, ni la nueva tierra de oportunidades. Es una ciudad compleja, difícil de descifrar, de entender.
Sería ingenuo creer que su índice de criminalidad y sus edificios vacíos no son una señal de problemas serios, pero tampoco es una zona de guerra. Es una ciudad que ha demostrado que la voluntad del pueblo puede crear cosas grandiosas, que unirse con otras personas y tratar de salir juntos adelante puede cambiar el panorama y el paradigma general.
Detroit puede enseñar muchas lecciones de economía, de política, pero la más importante probablemente sea la que enseñan sus habitantes: la voluntad.