Pasé una buena parte de mi vida en Barcelona, entre 2006 y 2012. Llegué en la época pico, en el coletazo del frenesí post-olímpico, cuando había hordas de ingleses que volaban medio día a Barcelona a comprar cajas de cigarrillos y emborracharse en Las Ramblas por casi nada, cuando el alquiler subía cada tercer día, porque antes de que existiera Airbnb, los catalanes ya habían entendido que rentarle un piso a un guiri a corto plazo salía más a cuenta.

Foto: Coke Bartrina

Me fui cuando llegaron los peores años de la crisis, cuando nadie tenía trabajo y salir a tomar una cañita era motivo de celebración. Cuando había filas afuera de los supermercados para arrebatarse la comida con caducidad vencida y señoras enfundadas en abrigos de piel hurgando en los contenedores de reciclaje. Ahora, en medio de otra crisis, me pidieron recordar Barcelona y volver a verla, pero des de casa.

Una película

En construcción (2001) de José Luis Guerín

Olvídense de los clichés distorsionantes de Vicky Cristina Barcelona (Allen, 2008), del drama estilizado de Todo sobre mi madre (Almodóvar, 1999) o la ilusión sacarina del piso compartido en L’auberge espagnole (Klapisch, 2002). Una película que captura como pocas la reinvención de Barcelona en los dosmiles es En construcción, de José Luis Guerín, que documenta la demolición y construcción de un edificio de viviendas en el Raval, una historia de pérdida y transformación.

Un libro

Barcelona Museo Secreto (2006) de Ignacio Vidal-Folch

Podríamos gastarnos una vida en lecturas sobre Barcelona sin cansarnos. Para empezar, ahí están George Orwell, Jean Genet, Juan Goytisolo, Colm Tóibín o Robert Hughes (a Carlos Ruiz Zafón mejor ni acercarse). Un librito menos célebre, pero delicioso, es Barcelona Museo Secreto de Ignacio Vidal-Folch. Guía sui generis, compuesta con instantáneas de una ciudad atorada siempre entre ayer y mañana, además de fotografías crujientes, en blanco y negro, de Txema Salvans.

Una obra arquitectónica

El Pabellón de Barcelona (1929) de Mies van der Rohe

Foto: Coke Bartrina

Es imposible disociar a Barcelona de Gaudí cuando se trata de arquitectura, pero hay que intentarlo. Nada como la calma espaciada y la rectitud angulosa del Pabellón Mies para darse un respiro de las ondulaciones, las baldosas esmaltadas y los excesos figurativos del modernisme. Una de las piezas (re)construidas más influyentes y obsesivamente referenciadas de la arquitectura del XX, que de momento se puede ver de lejos y diseccionar con calma a través de la visita virtual y los excelentes recursos multimedia de la Fundación Mies van der Rohe.

Una canción

Barcelona (1998) de Rufus Wainwright

No soy muy de sardanas ni de rumba catalana. Para mí Barcelona la canta Rufus Wainwright en su álbum debut homónimo de 1998. Por ahí dijo Wainwright: “Barcelona trata de un sentimiento de querer escapar a algún sitio, bailar en la calle, olvidar tus problemas. Yo me fui a Barcelona a hacer justo eso, y lo pasé muy  mal. Mi amigo se enfermó, el hotel era un fraude, nuestro coche se lo llevó la grúa y nos robaron unos gitanos.”

Un museo

MACBA / CCCB

Foto: Coke Bartrina

Barcelona tiene museos bellísimos, para todos los gustos. Hay quien disfruta el Miró, hay quien prefiere el Marítimo. Yo me enamoré de Barcelona una tarde caminando por el Raval, cuando me topé con la Plaça dels Àngels invadida de skaters haciendo piruetas frente a la fachada albina del MACBA. Después me enamoré más, tras descubrir el patio interior que conecta con el CCCB, invadido de adolescentes que ensayaban coreografías de K-Pop. No sé qué otros museos se disfrutan tanto o más desde afuera que desde adentro. En la contingencia, el MACBA está publicando un diario en línea y el CCCB tiene en su espléndido archivo digital una serie de reflexiones en torno a la pandemia.

Un platillo

Pan con tomate

La cuina catalana va de los más altos vuelos (gracias, Ferran Adrià y hermanos Roca) a los platos más humildes y rudimentarios: la butifarra amb mongetes (salchicha de cerdo con alubias), los cigrons amb espinacs (garbanzos con espinacas) o los deliciosos calçots, cebolletas asadas y envueltas en periódico, remojadas en salsa romesco, que se degluten casi enteras con las manos en mesas comunales al aire libre. A veces esa simpleza tiene toques de genialidad: como untarle tomate al pan. Yo soy de la opinión de que el pà amb tomàquet aporta más al paladar mundial que las aceitunas esféricas. Hasta el queso más barato, el jamón más seco y la tortilla más insípida cobran vida cuando hay un buen pan con tomate. Aquí algunas recomendaciones para hacerlo en casa.

Una bebida

Vermut

Foto: Diego Berruecos

El vermut es vino macerado con especias y hierbas. Dulzón, amargo, especiado: cada quien tiene su receta, y por supuesto, se puede hacer en casa. Pero más que bebida, el vermut es un ritual. ¿Qué puede ser más civilizado que cerrar el día a las 5:00 de la tarde, con un vermutito, unas aceitunas jugosas y unas papitas fritas? Así hasta la cuarentena se siente llevadera.

Una curiosidad

Insultos rimbombantes

Fonéticamente, el catalán no es el idioma más terso que digamos, pero cuando de componer insultos se trata, funciona de maravilla.

Un souvenir

Caganer


Las fiestas decembrinas en Barcelona son peculiares. En lugar de árbol mucha gente pone un ramo navideño, y en los nacimientos (o belenes como les dicen en España) aparece un extraño pastorcillo con su barretina (un sombrerito rojo que era típico de los payeses o campesinos de la región), en cuclillas, que cuando se mira de cerca, efectivamente, está haciendo sus necesidades. “Devolviendo a la tierra lo que de ella procede”, desde hace cientos de años, el caganer es un símbolo de prosperidad y también, por qué no, del humor escatológico catalán.

Un personaje

Carmen de Mairena (1933-2020)

De niño quería ser policía o sacerdote, pero terminó siendo cupletista trans y luego icono LGBTI, reina sin corona de la noche barcelonesa. Miguel Brau Gou se convirtió en Carmen de Mairena en los setenta, cuando frente a la represión franquista, el exceso colorista se volvió símbolo de resistencia y ser abiertamente gay era motivo de cárcel, bajo la Ley de Vagos y Maleantes.  Me tocó verla una vez en El Cangrejo —un congal de ambiente legendario en El Raval— y aunque el recuerdo es borroso, Carmen era inconfundible. Una figura medio caricaturesca, algo desdibujada, antiheroica, entrañable. Le gustaba imitar a Sarita Montiel y aparecer en Crónicas Marcianas. Medio basta, medio canalla, espectacular. Como Barcelona en sus mejores momentos.

La editorial independiente Blackie Books editó la bellísima biografía ilustrada que le hizo Carlota Juncosa.

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Foto de portada: Coke Bartrina.

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