Cojímar, aldea de pescadores

Cerca de La Habana, un pueblo alejado del turismo revolucionario ofrece paseos por la bahía, buen pescado e historias peculiares.

29 Nov 2017
Cojímar, aldea de pescadores

Siete kilómetros al este de La Habana se encuentra Cojímar, una aldea de pescadores cuyo paisaje supone un descanso para el viajero aturdido por el tumulto de la capital. Tierra de pesca, es famosa porque aquí se cazó el mayor tiburón que ha sido fotografiado –de más de 3 000 kilos– y porque Hemingway se inspiró en un habitante de aquí para su novela El viejo y el mar.

Una de las características de esta aldea es que es una zona un tanto olvidada, y prueba de ello es que no hay muchas rutas de transporte que conecten con el centro. Ese día, caluroso como no suele ser raro en la isla, desde temprano me enfilé, junto a mi amigo, rumbo a Cojímar. Tenía calculado llegar poco antes de la hora de comer, pero no tenía contemplado lo complicado, cansado y tardado que sería llegar hasta allí… en guagua, el transporte célebre por impredecible y, las más de las veces, caótico, aunque para alguien acostumbrado al transporte público de la Ciudad de México, digamos que tampoco es la gran sorpresa.

Después de horas y maniobras para subir, esperar y bajarnos de la guagua terminamos en medio de una carretera con abundante pasto a los costados. Debido al desgaste, preferimos caminar sin darle importancia y sin saber cuántos kilómetros debíamos recorrer para llegar.

Conforme nos adentramos a la aldea, la vegetación y las casas nos indicaron que estábamos en una zona en verdad alejada de las estampas urbanas de La Habana. Algunos estudiantes vestidos de azul y otros de rojo –el color indica el nivel escolar– caminaban por ahí, pero las casas y las personas eran más bien escasas. La vegetación y los altos árboles recordaban mucho al sureste mexicano y el suelo, rocoso y rojizo, a Pinar del Río, en Cuba.

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Cojímar es una aldea cuya historia podría comenzar cuando un puñado de pescadores se asentaron ahí para aprovechar los beneficios del mar que su oficio les exigía. Cuando Cuba aún era colonia, España construyó fortalezas para impedir el paso de tropas inglesas que buscaban invadir por vía marítima. Sin embargo, las primeras casas son del siglo XX, cuando Cojímar fue poblado por pescadores.

En la década de los veinte y los treinta hubo gente con poder adquisitivo que, aprovechando la cercanía con la capital, instaló ahí su hogar veraniego; durante ese breve periodo fue un balneario de relativa importancia. Después se construyeron las carreteras que llevan a las playas del este, como Varadero, y el esplendor de Cojímar se vino abajo. Poco después del triunfo de la Revolución, algunos de sus dirigentes, entre ellos Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, instalaron una de sus residencias allí, pero igualmente sólo por un periodo breve.

Poco antes de que le dieran el premio Nobel, Ernest Hemingway, mientras vivía en La Habana, le encargaba su yate, bautizado El Pilar, a Gregorio Fuentes, quien además lo acompañaba en sus expediciones pesqueras. Mucha gente lo señala como la figura en la que el escritor se inspiró para la novela El viejo y el mar, pero otros pobladores de Cojímar, que conocieron a Gregorio y al propio Hemingway, dicen que ese personaje nació de “El viejo Anselmo”. Argumentan con lógica: éste era más viejo que Hemingway, mientras Gregorio era contemporáneo.

Lo que es cierto es que Hemingway convivió mucho con los pescadores de la aldea. Con ellos bebió y conversó durante muchísimas horas, les consiguió trabajo y los convirtió en personajes de la película El viejo y el mar, filmada en Cojímar.

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Después de varias peripecias y mucho caminar, llegamos al centro, entre la iglesia y el restaurante La Terraza. Conocimos a Marilsa, una señora mayor que lleva toda su vida en la aldea; nos ofreció café y conversó amablemente con nosotros. Nos contó que Cojímar es un lugar muy conveniente para curarse de padecimientos como el asma, debido al clima tropical. Sus padres se instalaron ahí porque su madre sufría esta enfermedad. Sobre el mito Hemingway, nos dijo que ella lo veía pasearse por ahí, y es de las que afirma que El viejo y el mar se inspiró en el viejo Anselmo, cuya hija era su amiga.

Pese a la marginación y el descuido general que desde hace décadas tiene en el olvido a Cojímar, la vida aquí es muy tranquila, y eso es suficiente para que sea considerada de calidad. Al menos eso piensa Marilsa. Muchos escritores y pintores, además de pescadores, gustan de vivir aquí. Además de a la pesca, muchos habitantes se dedican al cultivo. Es común ver almendros, plátanos, guayabas, guanábanas, naranjas, aguacates y, en suma, frutas tropicales en los patios o a un costado de las avenidas.

Comimos en el restaurante La Terraza, donde la especialidad son los pescados. Pero nosotros pedimos un arroz caldoso, muy parecido a la paella, con cebollín y tomate rojo, y similar al que tiene el Viejo de El viejo y el mar en su casa: “una cazuela de arroz amarillo con pescado”. Lo acompañamos con algunas Bucanero, gran cerveza cubana, y rematamos con un anís.

El restaurante La Terraza tiene vista al mar, y está decorado con fotos de pescadores, muchos de ellos posando con sus presas, a veces más grandes que ellos. En algunas fotos se distingue a Hemingway, quien solía venir a tomar y a platicar con los pescadores. En una de las primeras conversaciones de su novela, el muchacho le dice al Viejo que le invita una cerveza en La Terraza. Más adelante las referencias al restaurante se repiten. Los meseros que nos atendieron, aunque no conocieron al escritor, saben muchas anécdotas suyas.

Otro paladar muy recomendado en la zona, más barato que La Terraza, es El Ajiaco, que lleva el nombre del platillo que ofrece: un potaje con carne de gallina, carne de caballo, maíz, verduras, viandas, calabaza y algunos tubérculos, como camote y yuca. A pocos metros de ahí está una glorieta con un busto en bronce de Hemingway, cuyo material fue recolectado por muchos pescadores que convivieron con él, y que es muestra del cariño que le tenían.

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Agotados pero satisfechos, después de haber conocido el escenario de una de las novelas más famosas del Nobel, tuvimos que regresar a La Habana. Pero esta vez –guiados por la experiencia y porque no teníamos otra opción– tomamos un taxi.

Nos llevamos la impresión de que el ritmo de vida sereno, propicio para el descanso o la creación, así como la buena conversación de frente o de espaldas al mar, componen el encanto de Cojímar, y no tanto el mito del escritor norteamericano, cuyo talento literario es indudable, pero que el turismo ha convertido en souvenir.

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