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Paseo gastronómico por Melbourne

Las calles de la que alguna vez fuera la capital del país hasta 1927, funcionan como escaparate de una nueva generación.

POR: María Pellicer

Melbourne es famosa por muchas razones: su calidad de vida, transporte público gratuito, animada vida nocturna y, desde luego, sus restaurantes y cafés. No hay ninguna otra ciudad en Australia que pueda competirle a nivel gastronómico. Las calles de la que alguna vez fuera la capital del país —hasta 1927— funcionan como escaparate de una nueva generación de cocineros australianos, con ideas frescas y propositivas. Peleándose a los comensales están también los locales de inmigrantes que les hacen competencia con sabores del otro lado del mundo. La combinación no podría ser mejor: jóvenes que muestran la gastronomía local y todo un universo de platillos llegados de China, Japón, Tailandia, Vietnam, Líbano e Italia, entre muchos otros países.

Ahora bien, más allá del centro de la ciudad, donde los restaurantes se esconden no solamente en las aceras, sino en los centros comerciales, hay dos barrios que deben caminarse con calma, o con muchas paradas y hambre. Carlton y Fitzroy se extienden hacia el norte de la ciudad, dos avenidas paralelas divididas por el Royal Exhibition Building y los Jardines Carlton, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO —es aquí donde está el Museo de Melbourne, un imperdible para quienes viajan con niños.

El recorrido puede empezar en Carlton, cuyo primer tramo está lleno de restaurantes italianos. Pero ojo, no hay que caer en cualquiera, aquí la parada tiene que ser DOC. El local es tan famoso que está dividido en cuatro sucursales, tres en la misma calle. Aunque la fama se la debe a sus pizzas y pastas, es igual de concurrido en las mañanas para un desayuno rápido.

Después de una caminata por los jardines y una breve escala en el museo, una buena pausa para disfrutar del aperitivo es Heartattack & Vine. Aquí se puede ordenar un Aperol Spritz para recargar las energías —acompañado de un roll o un sándwich— o alguno de sus cocteles para los más aventureros. Siguiendo el camino, al llegar a la esquina de Elgin St., se encuentra Lune Croissanterie, donde hornean los más famosos (¿y más ricos?) de Melbourne.

Algunos dicen que son los mejores del mundo, pero la única manera de saberlo es hacer la fila y probar su clásico croissant de tres días —sí, tardan tres días en prepararlo—. El espacio recuerda a una fábrica minimalista de concreto, entre galería de arte y bodegón.

Pero todavía queda mucho programa. Siguiendo hasta Smith St. hay que volver a bajar hacia el centro de la ciudad para toparse con dos locales más, uno para hacerse de opciones deli para llevar a casa (o a un picnic) y el otro para cenar. En Alimentari ofrecen productos italianos importados, pasta fresca, comida preparada, café y cualquier otra delicia que a uno se le pueda ocurrir y antojar. A falta de hambre tal vez lo ideal sea asomarse y comer con la mirada, y acompañarlo todo con un espresso, pues en esta ciudad tienen fama de saber hacer muy buen café.

Para la comida más formal hay que visitar el local de Scott Pickett y Chris Haydon, Saint Crispin. Su cocina, sofisticada pero simple al mismo tiempo, es de ésas que buscan calidad en los ingredientes para explotar al máximo los sabores básicos. Las presentaciones y el servicio, además de la calidad de los vinos, demuestran el alto nivel gastronómico (para una versión más relajada de su cocina hay que asomarse a Pickett’s Deli, en Victoria Market).

La única manera de cerrar un día como éste es en la terraza de Naked for Satan, a tan sólo unas cuadras, regresando hacia Fitzroy, sobre Brunswick St. (ésta puede ser la primera parada para los que quieran seguir la noche, pues la calle completa se llena de opciones para beber). El bar-restaurante, de diseño ecléctico y no precisamente charming, presume una de las mejores vistas de la ciudad y por eso está siempre a reventar. Si no hay espacio, hay que pedir una cerveza en la barra y esperar para después instalarse y dejar que la tarde se haga noche en una de las ciudades donde mejor se vive —y come— en el mundo.

 
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