Nikko: templos y bosques a la vuelta de Tokio

Este destino es la excursión perfecta para todas las estaciones del año y se encuentra a tan sólo dos horas de Tokio.

15 Jun 2023
Nikko es perfecto para conocer antiguas joyas arquitectónicas de Japón. Foto: Cristina Candel.

Nikko es perfecto para conocer antiguas joyas arquitectónicas de Japón. Foto: Cristina Candel.

El tren que parte de la Estación Central de Tokio cada 20 minutos tarda dos horas en llegar a la población de Nikko. Los 1,269 metros que hemos subido con respecto a nuestro punto de origen cambian radicalmente el paisaje. Aquí, todo es verde y frondoso. Los prados y cultivos que corrían desde la ventana del tren, completamente planos, se han convertido en un vergel lleno de inmensos cedros, arces y cerezos.

Después de caminar por el lugar, entiendo por qué el embajador británico Ernest Satow se enamoró y decidió escribir una guía de Nikko para, en 1896, construir su propia villa a orillas del lago Chuzenji. Hoy se puede visitar la antigua casa y en su salón tomar té con scones incluidos. Poco a poco, otras embajadas y extranjeros siguieron su ejemplo, y construyeron sus propias casas para escapar del calor de la ciudad en el verano. En un corto paseo por el lago se llega a la villa de la embajada italiana, diseñada por el famoso arquitecto Antonin Raymond, que contiene en su segunda vivienda el History Museum of International Summer Resort.

Nikko se encuentra a tan sólo dos horas de Tokio. Foto: Cristina Candel.
Nikko se encuentra a tan sólo dos horas de Tokio. Foto: Cristina Candel.

Uno de los puntos más visitados en la zona es la cascada Kegon, donde un curioso ascensor desciende para poder observar la cascada de frente (cosas de Japón). La cascada cambia con las estaciones y en otoño y verano se encuentra en todo su esplendor. Para ampliar los saltos de agua, en los alrededores están también las cascadas Ryuzu o las Hannyano, que aguardan ser descubiertas tras una pequeña caminata por el bosque.

Lo que no cambia con las estaciones, y nunca decepciona, es el abismo de Kanmangafuchi, un sendero paralelo al río Daiya con cientos de estatuas de buda en piedra, cubiertas siempre con musgo verde fosforito, creando un contraste muy bello con el gorrito y babero rojos con que visten a las estatuas las mujeres de la zona. Aquí no hay nadie y Mami, mi guía local, pone un toque de misterio al momento al decirme que “aquí pasan cosas extrañas”. Y es cierto que algo ha cambiado en el aire: todo se ha detenido mientras continuamos andando bajo los enormes cedros que dan sombra a las figuras, todas diferentes; algunas guardan en su regazo moneditas plateadas, mientras que de otras queda tan sólo una cabeza ladeada.

Nikko está lleno de maravillas naturales, como la cascada Kegon. Foto: Cristina Candel.
Nikko está lleno de maravillas naturales, como la cascada Kegon. Foto: Cristina Candel.

Cruzando el puente Dainichi, llegamos en seguida al restaurante Chodaya, donde nos espera una bandeja repleta de cuencos y platos de todos los tamaños y colores, que contienen algunos ingredientes conocidos, como tofu, setas, atún o sopa miso, y otros con sabores, texturas y colores que no logramos identificar ni aun con ayuda de un traductor. Como sea, decimos “Itadaki masu”, oración con la que comienzan los japoneses sus comidas y la cual nos pide que comamos con humildad.

Aún con el té en las manos, nos damos cuenta de que ha bajado la luz y la tarde es la mejor hora para visitar los templos. Cruzamos un inmenso tori como entrada a uno de los santuarios más impresionantes de la zona, el de Nikko Togoshu, que, en conjunto con otros tantos santuarios y templos de los alrededores, fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1999 por la unesco. Este santuario sintoísta, consagrado al samurái Tokugawa Leyasu, contiene un sinfín de joyas arquitectónicas sin igual en todo Japón. Como ejemplo, la pagoda de cinco niveles, cuya construcción original (la estructura cuelga del cuarto nivel y termina a 10 centímetros del suelo) la hace mucho más resistente a fuertes vientos o incluso a terremotos. Se aprecia también la talla en madera de tres monos sabios (no decir, no ver y no oír el mal) y, sobre todo, la puerta Yomeimon, con 508 tallas, considerada la obra maestra de la época Edo.

Los santuarios de Nikko son considerados Patrimonio de la Humanidad. Foto: Cristina Candel.
Los santuarios de Nikko son considerados Patrimonio de la Humanidad. Foto: Cristina Candel.

Como en cualquier templo de Japón que se precie de serlo, aquí encontramos omikuji, pequeños papeles doblados cuyo bajo precio los hace muy populares entre los japoneses. Predicen el futuro y la fortuna, por lo que podrían ser traducidos como papeles de la suerte. Si no estamos del todo de acuerdo con la predicción, los dejamos atados. También están las ema, tablillas de madera que se usan para pedir un deseo y tienen forma de pieza de shōgi (ajedrez japonés); como 2023 es el año del conejo, en muchos templos estas tablillas tienen la imagen de uno. Éstas terminarán ardiendo en una hoguera para hacer llegar sus mensajes al más allá.

Otros templos que bien merecen una larga visita en Nikko son Futarasan-jinja o el de Rinnoji. Hay infinidad de templos menos conocidos a las orillas del lago o en medio de los bosques, que nos encontramos simplemente mientras paseamos.

Por último, cruzamos el río Daiya por el puente sagrado de Shinkyo. Cuenta la leyenda que un monje quería cruzar las aguas de río, pero era muy caudaloso, así que dos serpientes se unieron para formar este maravilloso puente y dejar pasar al monje; por él, nos encaminamos bajo el crepúsculo a uno de muchos ryokan con onsen (aguas termales) para descansar y asimilar todo lo que hemos aprendido hoy. Oyasumi!

La leyenda dice que el puente sagrado de Shinkyo se formó de la unión de dos serpientes. Foto: Cristina Candel.
La leyenda dice que el puente sagrado de Shinkyo se formó de la unión de dos serpientes. Foto: Cristina Candel.

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