Nakasendō: la ruta a pie entre Tokio y Kioto

Dos horas con 13 minutos tarda el Shinkansen en recorrer la distancia entre Tokio y Kioto. Sin embargo, nosotros optamos por la ruta más larga: caminar durante tres días entre las montañas.

20 Mar 2025

No es ningún secreto, Japón está de moda. Es raro que pase una semana sin que algún amigo me busque para pedirme consejos o recomendaciones para organizar un viaje que suele incluir una parada en Tokio, otra en Kioto y tal vez una escala en Osaka. Y aunque nada me da más gusto que compartir mi amor por este país con otros viajeros, hay que decir también que el turismo, especialmente en Kioto y algunas zonas de la capital, empieza a ser problemático. Muchas personas queriendo visitar el mismo sitio a la vez significa aglomeraciones y filas interminables. Por eso mismo, encontrar rutas alternativas y menos transitadas se ha convertido en una de mis obsesiones cuando visito Japón. 

Nakasendō (齌舝‘) quiere decir textualmente “camino central de las montañas” y hace referencia a una de las rutas que conectaba Edo –antiguo nombre de Tokio– con Kioto. Se trataba de una alternativa al Tōkaidō, el camino que unía ambas ciudades bordeando el mar, y sobre el que muchos años después tendieron las líneas del Shinkansen, el tren rápido que es para muchos la más avanzada obra de ingeniería nipona y que mantiene ese nombre hasta la fecha. El Nakasendō, a diferencia del Tōkaidō, no les requería a los viajeros cruzar ríos, por eso muchos lo preferían. Aunque solamente algunas secciones del camino permanecen como hace 500 años, la experiencia de llegar de una ciudad a otra caminando es igual de gratificante. Esta será la ruta que tomaremos durante tres días, de Nagano a Gifu, a lo largo de 90 kilómetros del viejo camino de Nakasendō.

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La aventura comienza en Tokio, en la estación de Shinjuku. Para quien no haya enfrentado el reto de encontrar algo en este monstruo de estación, la única recomendación posible es: paciencia. Casi 3.6 millones de personas utilizan este espacio cada día, lo que convierte a Shinjuku en el centro de transporte más activo del planeta. Hay que llegar con tiempo suficiente para perderse, encontrarse y volverse a perder, única forma de ganarle al monstruo de Shinjuku. Estamos aquí porque es el origen del tren a Matsumoto, una pequeña ciudad en la provincia de Nagano desde donde empezaremos a caminar por el valle de Kiso, entre las prefecturas de Nagano y Gifu.

El tren es el Azusa 33-37 GO y sale cada hora. Tarda más o menos dos horas y 30 minutos (no es un tren rápido), suficiente para una buena siesta y un par de lecturas. Cuando llegamos a Matsumoto, ya es tarde. Salimos de la estación y cruzamos una plaza. Del otro lado, en una pequeña calle, nos espera el hotel donde pasaremos la noche. Si tuviéramos más tiempo, no sería mala idea pasar un día completo en esta ciudad, hogar del castillo más viejo del país, una obra del siglo XVI, pero la visita tendrá que esperar para otra ocasión.

Al día siguiente despertamos temprano, salimos a la calle y nos abastecemos de víveres en un 7-Eleven. Eso sí, antes de dejar el hotel encargamos nuestras maletas para que Yamato Service las lleve directamente a Kioto y nosotros podamos caminar tranquilamente con nuestras mochilas. Compramos todo tipo de curiosidades gastronómicas, que incluyen onigiris y galletitas con forma de hongos cubiertas con chocolate, y regresamos a la estación para tomar un tren más que nos llevará al inicio del camino.

El tren de Matsumoto a Hideshio cuesta exactamente 420 yenes y sale a las 7:42. Poco menos de una hora después, el tren se detiene, justo a las 8:26, y somos los únicos que bajamos en una estación aparentemente en medio de la nada. Nuestra guía es un PDF que encontré en internet: 24 fotos de una guía impresa que alguna alma caritativa tuvo a bien subir y compartir con el resto del mundo. Es un folleto de la Federación de Turismo de Kiso, que marca el recorrido por los 11 pueblos que conforman esta parte del Nakasendō y que de forma súper detallada indica cada paso.

No nos cuesta encontrar el inicio del camino, marcado por un monumento de madera con el sol naciente en el centro. “Welcome to Kiso”, se lee en un costado del monumento. El día está nublado y el paisaje a nuestro alrededor es montañoso. El río Narai corre a nuestra derecha y vamos bordeándolo, como si persiguiéramos su cauce. El camino atraviesa pueblos que son en realidad apenas un par de casas al borde del camino: Sakurasawa, Katahira, Wakamiko, Nakabatake, Shimoto. No es sino hasta que entramos a Kiso Hirasawa que sentimos como si atravesáramos un pueblo de verdad. Son las 11 de la mañana y hemos caminado unos 10 kilómetros, apenas una tercera parte de lo que esperamos completar hoy. A un lado y otro del camino, las casas tradicionales, de dos plantas y todas construidas con madera, me recuerdan a una película de Miyazaki. La mayoría de los negocios están cerrados y solamente un par de ryokanes –hoteles tradicionales– parecen tener movimiento. Este es el Japón rural, imposible de ver desde el tren bala, el que solamente puede apreciarse caminando a paso lento, al borde de un río. Y parece que somos los únicos que hoy hemos decidido recorrerlo.

En Naraijuku hacemos una parada en una tiendita que ofrece helados, brochetas, takoyakis y palitos de camote fritos. Elijo un helado que lleva encima polvito de macha y que me parece una buena estrategia para enfrentar el resto del camino. A partir de aquí dejamos el camino urbano y nos adentramos en un bosque, completamente verde. Algunas de las secciones del camino están pavimentadas con piedras, que a lo largo de los años se han ido puliendo con el paso de los viajeros.

No tardamos en toparnos con el primer cartel que advierte que la zona está habitada por osos. Junto al cartel, escrito en japonés y en inglés, y con un osito ilustrativo, hay una campana. Se supone que a los osos no les gusta su sonido y esta es la mejor manera de ahuyentarlos. Además de estas advertencias encontramos también indicaciones que nos aseguran ir por el camino correcto o que dan contexto para imaginarse cómo sería recorrer este camino hace 300 años. “Hace mucho tiempo, un aldeano que no tenía hijos encontró a un bebé abandonado dentro de un hueco en este árbol. Se hizo cargo del bebé y vivieron felices para siempre. Por eso se dice que quien haga té con la corteza de este árbol será bendecido con un bebé”.

Llegamos a Kiso Fukushima al atardecer, después de haber caminado 31 kilómetros. Tenemos dos habitaciones reservadas en Onyado Tsutaya, un ryokan tradicional, pero que ofrece un moderno anexo con habitaciones que tienen lo mejor de dos mundos: camas comodísimas y amplias, pisos de madera y tatamis, pero el sentimiento de una construcción japonesa tradicional. Con más hambre que sueño, dejamos nuestras mochilas y salimos para buscar algo de comer. Encontramos un izakaya en un callejón cercano y nos instalamos frente a una mesa baja sobre un tatami. Los tarros de cerveza, los yakitoris de pollo, el sake y unos deliciosos hongos guisados nos regresan el alma al cuerpo. Nada se compara con el sentimiento de bienestar que nos inunda después de una caminata como esta.

A la mañana siguiente, y antes de encontrarnos en el salón donde se sirve el desayuno, la parada obligada es el onsen. El baño tradicional japonés es una experiencia que puede resultar extraña en un principio, pero a la que uno no tarda en tomarle cariño. La cosa funciona así: los baños se dividen entre hombres y mujeres. Hay una serie de albercas o piscinas con aguas idealmente termales, que vienen de alguna montaña o un volcán cercano, y, para garantizar que el agua no se contamine, antes de entrar a ella hay que ducharse vigorosamente. Una vez limpios se puede entrar, totalmente desnudos y sin meter la cabeza en el agua. La temperatura hace que el cuerpo se relaje, aunque también puede bajar la presión, por eso es importante medir el tiempo y no excederse.

Bañados y listos, es hora de desayunar. La experiencia es totalmente japonesa: arroz blanco, pescado asado, sushi, verduras encurtidas y té verde. Todo servido en hermosos y elegantes tazones laqueados en negro y rojo. Estamos listos para enfrentar el camino.

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El segundo día de caminata comienza atravesando el pueblo, todavía adormilado. Vemos a un par de viajeros con los que volveremos a toparnos a lo largo del día, pero a decir verdad parece que hemos elegido una ruta muy poco transitada. Después de dejar el pueblo y de atravesar dos pequeñas villas, bajamos por una carretera que bordea el río. El paisaje es especialmente hermoso, con gigantescas piedras en el lecho del río que contrastan con el azul brillante del agua. Aunque en este sección se trata de una carretera originalmente pensada para autos, no encontramos ningún vehículo circulando por ella. Las vías del tren aparecen y desaparecen, como si nos siguieran la pista.

A media mañana comienza a llover, pero se trata de una llovizna ligera que no nos impide seguir adelante. Sacamos los impermeables y seguimos el camino. Nuestra meta de hoy se encuentra a 42 kilómetros y llegar hasta ahí nos tomará todo el día.

Para los que no hayan hecho una caminata en Japón, hay un par de cuestiones que vale la pena mencionar. El trekking es una actividad que los japoneses aman y por eso las rutas están bien trazadas y señalizadas. En el caso del Nakasendō, hay postes de madera que indican las distancias hasta el siguiente puesto o el camino correcto al haber algún cruce de rutas. Hay que mencionar también que, más allá de los temidos osos (después de la quinta advertencia decidí comprar un silbato para ahuyentarlos), circular por estos caminos es totalmente seguro y que, incluso si uno olvidara un objeto de valor a mitad de la ruta, podría regresar al mismo punto y encontrarlo ahí mismo. Por último, aunque esta no es una ruta especialmente turística, los pueblitos en el camino son pequeños y las opciones para dormir limitadas. Hay que hacer reservaciones con antelación y nunca arriesgarse, pues los japoneses no son dados a los planes de último minuto.

Como muchas de las antiguas rutas peatonales que conectaban Japón, el Nakasendō ofrecía a los viajeros lugares para comer, descansar, bañarse y también rezar. A lo largo del camino es común encontrar toris –arcos de madera que marcan la entrada a un espacio sagrado–. Algunas veces son pequeños templos, otras un sencillo espacio para honrar a algún kami, uno de los espíritus que habitan el bosque.

Hablando del bosque, y de sus espíritus, algo que siempre sorprende a la hora de hacer caminatas por Japón es cómo la naturaleza convive con los centros urbanos en total armonía. Los pequeños poblados que atravesamos aparecen de pronto, al borde del bosque, y desaparecen igual, sin dejar huella. Hay un respeto por la naturaleza y eso hace que, aunque haya centros urbanos cerca, al caminar por el bosque uno se sienta a kilómetros de la civilización. No hay, obviamente, rastros de basura ni evidencia alguna que haga pensar en una ruta peatonal activa.

Después de caminar más de seis horas decidimos tomar un atajo y nos subimos al tren por un par de kilómetros. La línea Chou y la carretera 19 persiguen los pasos del Nakasendō hasta llegar a Nagoya, lo cual garantiza que en cualquier momento uno puede solicitar un descanso de la caminata. Nos adelantamos hasta Nagiso y desde ahí tomamos un autobús que nos deja en la entrada del Hotel Kisoji, una especie de spa perdido en medio de la montaña. Es una construcción grande, con un amplísimo y animado lobby que nos recibe más bien agotados después de tanto caminar. Este es el típico lugar al que llegan las familias los fines de semana para descansar; vienen a comer, dormir y disfrutar las aguas termales. Nada más hacer el check in nos hacen elegir, de una gran estantería, un modelo de yukata, el uniforme que utilizaremos por el resto de nuestra estancia. Bañados, vestidos y bien limpios, bajamos a cenar. Un gigantesco buffet, equipado con carritos para poder mover cómodamente todos los antojos, nos espera. Es el lugar ideal para terminar un día de caminata por las montañas. Antes de dormir hacemos una parada técnica en la zona de sillones de masaje, para descargar la tensión antes del último tramo.

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El último día amanece lleno de sol. Hay que aprovechar el onsen del hotel, especialmente grande y bien equipado, con albercas interiores y exteriores, y algunas con agua fría que regalan el contraste ideal. El desayuno es también completísimo y se sirve en formato de buffet, así que emprendemos la última parte de esta caminata bien descansados y llenos de energía para enfrentar los últimos 18 kilómetros del camino.

De todas las secciones que comprenden el Nakasendō, las dos más populares se encuentran en esta parte. Se trata de ocho kilómetros que separan Magome y Tsumago, los dos pueblos mejor preservados del camino. Al tratarse además de una distancia bastante corta, muchos viajeros llegan hasta aquí para hacer el recorrido de uno a otro. Así que, a diferencia de otros días, desde muy pronto comenzamos a ver a otros viajeros. Empezamos en Tsumago, tan bien conservado que parece por momentos el set de una película de samuráis. Como es temprano, no todos los negocios están abiertos, pero aquí hay mucho más para ver. Desde el templo hasta algunos de los antiguos albergues que se han convertido en museos, vale la pena dedicarle un par de horas a esta visita.

El camino desde Tsumago hasta Magome es, como decía, el más transitado de toda la ruta, pero no por eso exageradamente lleno. Una buena parte atraviesa el bosque y hay que considerar el paso de Magome, uno de los puntos más altos de la ruta. No es, de ninguna manera, un camino extenuante, y con un poco de paciencia cualquiera que esté acostumbrado a caminar podrá lograrlo.

Si uno fuera a visitar sólo un pueblo de este camino, Magome sería el elegido. Además de las casas tradicionales de madera y el camino perfectamente delimitado, este poblado se alza en lo alto de una colina, lo que le regala unas vistas hermosas del valle donde al fondo descansa la ciudad de Nakatsugawa. De todas las poblaciones que hemos visitado en los últimos días, esta es sin duda la más turística, llena de locales comerciales que atienden a los visitantes. Nosotros nos acomodamos en un simpático restaurante para disfrutar el paisaje, recargar energía y ver pasar viajeros: familias, amigos, parejas; este es un paseo para todas las edades y todos los públicos.

Retomamos el camino, ya que el plan considera llegar hasta Nakatsugawa para dormir. Como pasamos casi todo el día conociendo Magome, la tarde empieza a caer cuando todavía estamos en las afueras de la ciudad y nos toca acelerar el paso. Aunque en esta parte ya no nos topamos con otros viajeros, el camino sigue perfectamente indicado, incluso cuando empezamos a atravesar la ciudad. Atrás quedaron esas secciones del bosque donde teníamos que estar atentos a los osos; ahora a nuestro alrededor hay supermercados, viviendas y estaciones de servicio.

Llegamos a nuestro destino justo a tiempo para cenar. En el hotel, que se encuentra al borde del camino –en esta sección es una calle, como cualquier otra–, ya nos esperan nuestras maletas, que enviamos desde Matsumoto hace tres días. Después de tomar un baño y de ponernos ropa limpia, salimos a celebrar nuestra pequeña hazaña. En un izakaya de Okinawa brindamos con cerveza Orion y recapitulamos sobre los últimos días. Al día siguiente tomaremos el tren a Kioto y lo que podría haber significado seis días más a pie nos tomará solamente dos horas y media. Ese paisaje, que pudimos admirar de cerca y sin prisas, pasará delante de nosotros a 210 kilómetros por hora. Pero lo bonito de este destino es que se disfruta a cualquier velocidad y con cada una tiene su encanto.

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