Para los japoneses, la belleza estética no es algo que simplemente se contenga en los límites de un museo o una galería, sino algo integrado a su estilo de vida. Es rastreable a partir de su historia, pero también perceptible en pequeños detalles de su cotidianidad. Puede ser tan tradicional y grandiosa como sus antiguos templos, pero tan experimental y arriesgada como la obra de Yayoi Kusama.
Si bien el arte y el diseño pueden encontrarse por todos lados en un viaje a Japón, vale la pena ir con los ojos bien abiertos. Hay que saberlos reconocer y, desde luego, saber dónde buscar. Por eso creamos esta lista, con paradas esenciales que pueden servir un poco más como una introducción. Consideramos spots básicos en las grandes ciudades, pero también lugares donde el arte surge de manera inesperada y en su máxima expresión.
Tokio, sin rodeos
Aunque en esta ciudad hay mucho que ver, sobre todo en lo que a arte y diseño se refiere, el parque de Ueno es una parada perfecta para darse una buena probada, sin importar el tipo de viaje.
Ubicado en el barrio de Taitō-ku, al noroeste de la ciudad, hablamos de uno de los epicentros culturales de Tokio, donde, además de templos, un zoológico y cerca de mil cerezos, se reúnen cinco de los museos más importantes de todo Japón.
Entre tanto, hay algo para todos. Empezando por el Museo Nacional de Arte Occidental, un recinto diseñado por Le Corbusier y declarado patrimonio de la humanidad, que guarda obras de artistas como Monet, Rubens o Rodin. En Ueno también está el Museo Nacional de Tokio, el más antiguo de Japón, con una colección de piezas artísticas históricas, incluso con valor arqueológico. También están ahí el Museo de Arte Metropolitano de Tokio y el Museo Real de Ueno, ambos famosos por sus exposiciones de artistas internacionales. O el Museo de Arte Universitario, enfocado en arte contemporáneo y talentos jóvenes.
La isla del arte
Como suele pasar con algunas de las obras más famosas de Yayoi Kusama, a veces podría parecer que esta calabaza al final de un muelle ya se ha visto en otros lados. Sin embargo, no es más que un efecto de la reproducción en redes sociales, porque, en realidad, es una obra única que recibe a los viajeros cuando llegan a la isla de Naoshima o, como se le conoce mejor, la isla del arte.
El término extraoficial sirve para explicar con precisión lo que se encuentra en este pequeño pedazo de tierra que flota en el mar interior de Seto: arte, mucho arte contemporáneo. Es ciertamente extraño para un poblado de poco más de 3,000 residentes y apenas ocho kilómetros cuadrados de territorio, pero Naoshima guarda decenas de museos, galerías y obras arquitectónicas. Ha sido así desde principios de los noventa, cuando el empresario Soichiro Fukutake encontró aquí el lugar perfecto para compartir su colección personal, una de las más grandes de Japón, con jóvenes artistas de todo el mundo.
Entre los espacios con más renombre está el Benesse House Museum, un edificio diseñado por el arquitecto ganador del Pritzker, Tadao Ando, con vistas al mar de Seto desde el borde de un acantilado. Además de que es posible alojarte ahí mismo, resguarda una extraordinaria colección de artistas, como Warhol o Richard Long. Sus exteriores son otra atracción, no sólo por las vistas, sino por los jardines donde de pronto aparecen obras. De hecho, justamente aquí se encuentra la famosa calabaza amarilla de Yayoi Kusama.
Muy cerca de ahí está el Chichu Art Museum, un edificio igualmente diseñado por Tadao Ando y que, a pesar de estar prácticamente bajo tierra, se ilumina con abundante luz natural, lo que lo hace una obra de arte en sí mismo. El Chichu es un espacio con sólo tres salas, cada una dedicada a un artista distinto: una, con muchas de las 250 pinturas de nenúfares de Claude Monet; otra, con las esculturas a gran escala de Walter De Maria, incluyendo una esfera de más de dos metros de diámetro, y la última, con la obra Open Sky, de James Turrell.
Pero quizá lo más increíble de una visita a Naoshima es que el arte se encuentra por todos lados, y no es una exageración. Caminando por las calles de la isla puedes toparte con un basurero gigante, obra del artista Kimiyo Mishima, más esculturas de artistas como José de Guimarães o la propia Yayoi Kusama, y edificios transformados al servicio del arte, como el alucinante I Love YU, un sento o tradicional casa de baño japonesa, obra del artista Shinro Ohtake.
Un vistazo al satoyama
Por si no ha quedado claro que el arte y el diseño se encuentran en los lugares más inesperados de Japón, hay que hablar del Echigo-Tsumari Art Field. Ubicado en la prefectura de Niigata, en la costa oeste de la isla de Hokkaidō, el paisaje contrasta notablemente con las grandes urbes y la tecnología a las que Japón nos tiene acostumbrados. Echigo-Tsumari es una región esencialmente rural, que subsiste de su agricultura y donde aún prolifera el satoyama, el tradicional estilo de vida japonés que convive en armonía con la naturaleza al pie de las montañas.
En medio de estos extensos prados verdes de pronto surgen extrañas instalaciones de arte contemporáneo, como salidas de un sueño. Son más de 100 obras esparcidas en un territorio de cerca de 760 kilómetros cuadrados. Todo es parte de la Trienal de Arte de Echigo-Tsumari, que desde el año 2000 se celebra cada tres años con la participación de artistas de todo el mundo.
De hecho, la próxima edición tendrá lugar este año, entre julio y noviembre. Lo bueno es que tampoco es necesario coincidir con la feria anual para ver el arte de Echigo-Tsumari. Aquí hay obras permanentes que precisamente han sido creadas para fundirse con el entorno: en medio de un campo de arroz, en una pequeña villa, entre lo que queda de un edificio abandonado. Lo más experimental del arte contemporáneo convive con la cara más rural de Japón.
A las faldas del Fuji
Parecería como si las bondades de las regiones volcánicas en Japón se extendieron a la creatividad, porque esta zona alrededor del monte Fuji esconde varios rincones prolíficos para el arte en cualquiera de sus formas.
En la cercana ciudad de Hakone es posible ver esculturas de artistas de la talla de Miró o Jean Dubuffet y una de las colecciones más grandes del escultor inglés Henry Moore. Todo en una visita al Hakone Open-Air Museum, que también tiene un pabellón pictórico con exposiciones itinerantes.
En el Museo de Arte de Hakone también es posible darle un vistazo al lado más tradicional de la estética japonesa, con una extensa muestra de cerámica artesanal. También está el Pola Museum of Art, el cual, desde que abrió en 2002, exhibe una colección de más de 10,000 piezas de arte moderno.
El vecino pueblo de Nagaizumi, que quizá no aparezca con tanta frecuencia en los itinerarios de un viaje a Japón, también es una joya oculta. No sólo por las vistas que tiene del monte Fuji, a unos pocos kilómetros al norte, sino por ser otro de esos rincones imperdibles en un recorrido de arte y diseño por Japón.
Lo principal aquí es Clematis no Oka, un complejo multicultural con jardines botánicos, casas de té, restaurantes y museos. Entre ellos se cuentan grandes colecciones de artistas internacionales, el Izu Photo Museum y el Museo Literario Yasushi Inoue, un espacio único en su tipo, dedicado a la vida y obra del autor japonés.