Madrid es una ciudad que exige compromiso. No es un romance de verano ni mucho menos de una noche, como sí lo pueden ser Barcelona o Sevilla. Aquí, si se viene, es para estar, aunque sea un verano o una noche. Madrid se disfruta abrazando todo lo que es: los cuadros de Goya y los bares de Malasaña, la aristocracia arruinada merendando en Embassy y el Google Campus, las galerías de arte de Doctor Fourquet y los pinchos de tortilla, las boutiques escandinavizadas de Salesas y los restaurantes hindús de Lavapiés, los conciertos del Price y el vermut en Jorge Juan. Madrid es tan vibrante como se supone que son las grandes metrópolis, pero en este caso es verdad.
Tiene más de tres millones de habitantes, sin embrago, puede ofrecer vida de pueblo: el camarero te saluda, el zapatero te arregla los zapatos rotos.
En los durísimos años de la crisis, Madrid tuvo que repensarse. Las grandes certezas se caían y los modelos de vida y trabajo que habían funcionado hasta entonces dejaron de hacerlo. Han nacido negocios como Cántaro Blanco, una lechería; Lolo Polos, una tienda de polos artesanales; Miguitas, que vende galletas para perros; The Concrete Co, una sastrería de jeans artesanales; Laon Pottery, cerámica coreano-madrileña; o Planthae, una concept store dedicada a plantas verdes. Ninguno podría haber salido del Madrid de principios de siglo, cuando todo el mundo era rico y tenía varios coches. La consigna de los últimos años parece haber sido “no tienes nada que perder, así que haz lo que siempre habías querido”.
En los ochenta había barrios, como Lavapiés o Malasaña, que no se habían gentrificado, las estrellas Michelin no significaban nada. Ahora existen calles enteras como Ponzano o Jorge Juan que funcionan como gastro-mecas. Antón Martín es un buen ejemplo de lugar que ha sabido conservar su función de mercado de barrio y acoger restaurantes con propuestas interesantes. Ahí está Yokaloka, uno de los mejores japoneses de la capital. En ese mercado se encuentra Botanique, un proyecto de Nacho Sánchez, en el que pretende colocar a la cocina vegana en otro lugar: el de la cocina, sencillamente, rica. Quiere que el título de vegano llegue después del de apetecible. Él habla de la evolución del paladar madrileño: “Queremos cosas nuevas, nuevos sabores y texturas. Los restaurantes cada vez nos preocupamos más y más por sorprender. Nosotros, por ejemplo, deshidratamos gazpachos a veces, de forma que el comensal puede comerse un gazpacho sólido. Hacemos quesos con frutos secos, tartares de tomate, de sandía…”.
Malasaña, el Barrio de las Letras, Chueca y Salesas son barrios históricosque no fallan para pasear, tomar unos vinos, comer o comprar. Son todos de calles estrechas y llenas de un paisaje humano variado como sólo tiene Madrid en España.
Madrid no se está quieta. Si parpadeas, cambia. Malasaña sigue siendo el lugar al que miles de madrileños salen casi cada noche y toman vermut los fines de semana, pero también donde se instalan iniciativas como El Paracaidista.
El Paracaidista
Ésta es una concept store que funciona como un showroom de tiendas digitales. Chueca y Salesas se unen por la estrecha calle Pelayo, a la vez cosmopolita y pueblerina como sólo sabe ser Madrid. Concentra restaurantes como Sr.Ito, tiendas de objetos como la del decorador Guille García-Hoz, peluquerías como Espacio Q, o tiendas de diseño de autor como Schneider Colao o Espacio Brut. Sólo los turistas despistados (o los muy informados) aparecen por aquí. La calle Pelayo termina en Fernando vi, justo en uno de los edificios más espectaculares de la ciudad: el Palacio de Longoria, de un modernismo muy fotogénico. Aquí están pastelerías tradicionales como La Duquesita o librerías clásicas como Antonio Machado. En esta calle situó Almodóvar, parte de la acción de su última película, Julieta.
El antiguo piano-bar Toni 2 es una de las grandes atracciones nocturnas en Madrid. Es mejor visitarlo entre semana. Abrió en 1979 y mantiene su aire decadente y extravagante. Por aquí pasan desde Mario Testino hasta miembros del gobierno. No hay una madrugada en ese lugar en el que no vengan a la cabeza las palabras de Marisa Paredes: “Buenas noches Madrid. Ha sido muy duro llegar hoy hasta aquí. Pero ahora me alegro”.