Algo se está cocinando en Madrid

Infinidad de proyectos alternativos inundan la ciudad reivindicando el poder curativo de la cultura. 

18 Jul 2019

arte y cultura en madrid

La crítica literaria emplea el término alemán «Bildungsroman», novela de aprendizaje en español. Su característica es que hablan de relatos cuyo protagonista experimenta un proceso de maduración, abandonando la adolescencia en el trayecto y adentrándose en la edad adulta. Dentro de este fecundo subgénero se encuentran obras alejadas en el tiempo: el anónimo El lazarillo de Tormes (1554), David Copperfield (1850), de Charles Dickens, y El guardián entre el centeno (1951), de J. D. Salinger.

Es frecuente que este tipo de narraciones transcurran durante un viaje. Esta metáfora, la de la vida como un viaje, es una de las más antiguas que se recuerdan. La Odisea (siglo vii a.c.), de Homero, obra fundacional de la literatura occidental, no es otra cosa que eso: el relato del viaje de Ulises, del regreso a casa, del regreso a los orígenes.

En 2011, el joven poeta estadounidense, Ben Lerner, publicó su única novela, Saliendo de la estación de Atocha, considerado uno de los mejores libros del año por publicaciones como The New Yorker y The Wall Street Journal.

El título hace mención a la principal estación ferroviaria de Madrid: la de la glorieta de Atocha —aunque oficialmente esta glorieta se denomina de Carlos V, los madrileños siguen empleando el nombre que tuvo hasta 1941, fecha en la que se cambió para evitar confusiones con la cercana calle de Atocha—. Empleando en parte hechos autobiográficos, Lerner relata la estancia en España de un joven estadounidense que pretende ampliar sus estudios de postgrado sobre poesía española. Atribulado y confuso, el protagonista deambula por las calles madrileñas como un espectro, ansioso, e incapaz al tiempo, de sentirse parte de algo.

Como toda«Bildungsroman» que se respete, su paso por Madrid provoca un cambio en él, convirtiéndolo en un hombre distinto al que llegó a España unos cientos de páginas atrás.

Literatura y viaje comparten un mismo principio motor. Es probable que el protagonista del libro de Lerner madurara igualmente en cualquier otra ciudad del planeta. El origen del cambio se da en su interior y Madrid es sólo el escenario. Es un proceso similar al que experimentan muchos viajeros.

Tras meses de agotador trabajo, sienten la necesidad de abandonar la rutina y adentrarse en nuevos paisajes. En muchos casos, el destino es secundario: lo importante es el cambio.

Todas las grandes ciudades poseen una fachada, dibujada por la suma de aquellos parajes icónicos que llenan las primeras páginas de las guías de viaje al uso. La fachada de Madrid es un entramado formado por el Museo del Prado, la Puerta del Sol, el estadio Santiago Bernabéu, el Parque del Retiro, las tiendas de la calle Serrano.

Este rostro de la ciudad está diseñado para el que se sitúa fuera del edificio. Su objetivo es captar la mirada del transeúnte que pasa apresurado. No obstante, tras la fachada se abre un espacio inesperado, capaz de sorprender y provocar múltiples sensaciones. Traspasar la fachada de Madrid es una aventura vivificante que muestra una ciudad compleja, en constante ebullición, ansiosa por reivindicar su pasional personalidad.

Octavio Paz, que conocía España muy bien, escribió acerca del carácter radical de sus habitantes: “Extremos: son los primeros en dar la vuelta al mundo y los inventores del quietismo”. La bonanza económica de los albores del siglo XXI convirtió a España en un nuevo rico ansioso de adquirir estatus.

Entre 2000 y 2007, numerosas ciudades españolas inauguraron a ritmo vertiginoso edificios diseñados por una amplia lista de arquitectos galardonados con el Premio Pritzker: Toyo Ito, Jean Nouvel, Richard Rogers, Zaha Hadid, Herzog & de Meuron, Norman Foster. Pero ese año, en 2007, la crisis financiera internacional se desató. Y España entró en un proceso depresivo del que le ha costado salir algo más de un lustro.

Tras el shock inicial, que derivó en una reducción drástica del apoyo de las instituciones a la cultura, los creadores españoles han reaccionado con un ímpetu inusitado. Como oposición a los excesos anteriores, y encuadrado en un contexto económico más débil, Madrid ha experimentado la proliferación de iniciativas culturales de reducido tamaño pero de una riqueza artística incuestionable.

La escena teatral, sirva como ejemplo, vive un momento especialmente dulce. De hecho, hay quien la sitúa junto a Nueva York, Buenos Aires, Berlín, París, Shanghai y Londres en un hipotético podio mundial de las artes escénicas.

El visitante deseoso de conocer cuál es el latido de la ciudad ha de acercarse a estos rincones creativos, abrir los ojos y escuchar lo que allí acontece. Le recibirán con los brazos abiertos porque, con o sin crisis, es una de las características de los ciudadanos de Madrid: siempre están dispuestos a ampliar su círculo de amistades.

Las bambalinas de la capital

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El Centro de Arte Reina Sofía forma parte, junto al Museo del Prado y al Thyssen-Bornemisza, del denominado Triángulo del Arte de Madrid. Visitando estas tres instituciones es posible apreciar la evolución de la historia de la pintura desde el Románico hasta la actualidad: desde Fra Angélico a Van Gogh, pasando por Velázquez y Rafael, sin olvidarnos del Bosco, El Greco, Cézanne y Salvador Dalí.

El Reina Sofía ocupa un antiguo hospital neoclásico del siglo XVIII cuya ampliación, realizada por Jean Nouvel, se inauguró en 2005. Sus fondos se nutren de artistas del siglo XIX y XX. A pesar de que muchos aficionados acuden principalmente para contemplar el Guernica de Pablo Picasso, a su lado reposan lienzos de Joan Miró, Diego Rivera, Yves Klein, René Magritte y más.

El Reina Sofía forma parte, sin duda, de la fachada de Madrid. Sin embargo, a su espalda se encuentran las callejuelas de Lavapiés, un barrio cosmopolita en el que conviven “gatos” (así se llama a los madrileños hijos de madrileños) con paquistaníes, senegaleses, brasileños, marroquíes y vecinos de otras muchas nacionalidades.

Este es el hogar del Teatro del Barrio, una cooperativa vecinal que aspira a formar una conciencia crítica a través de su programación teatral. Epítome de la explosión de las artes escénicas madrileñas, El Teatro de Barrio sirve de punto de partida para recorrer las bambalinas de esta ciudad tan teatrera.

La Gran Vía es lo más parecido a Broadway que hay en Madrid. Los teatros de esta centenaria calle, como el Lope de Vega, el Coliseum y el Rialto, acogen grandes producciones musicales. Por aquí ha pasado Cats, El fantasma de la ópera, Los Miserables y musicales “made in Spain”, basados en canciones de Joaquín Sabina, Hombres G y Mecano. Entre este teatro comercial y el teatro alternativo, hay una amplia oferta de difícil delimitación.

El teatro Lope de Vega, que actualmente exhibe El rey león, cuenta con capacidad para mil espectadores. Su éxito se traduce en las más de mil funciones celebradas del musical de Disney.

La Pensión de las Pulgas también es un proyecto de éxito. Sin embargo, este espacio escénico sólo acoge a 35 personas en cada representación. De hecho, no se puede hablar de teatro como tal, ya que las obras transcurren en una vivienda acondicionada para recibir al público. Esta propuesta ocupa una casa del centro histórico, que es decorada en función de la obra representada.

Para la reciente mbig, versión libre de Macbeth, de William Shakespeare, la vivienda adquirió un look de los cincuenta que recuerda a la serie Mad Men. El espectador pasa de una habitación a otra, a medida que la trama cambia de escena, mientras contempla este relato universal de ambición desmedida.

Además de ofrecer una visión alternativa sobre la realidad, el teatro independiente ejerce como elemento de cohesión en muchos barrios alejados de los circuitos turísticos convencionales.

En el humilde barrio de Usera se encuentra Kubik Fabrik, un espacio de pequeñas dimensiones pero grandes ambiciones creativas. No en vano, el director y creador de este teatro abierto en 2010, Fernando Sánchez Cabezudo, fue premiado ese mismo año en eloff-Broadway neoyorquino gracias al espectáculo Metro Cúbico, una aventura épica que transcurre en un escenario cuadrado de tan sólo metro y medio.

Ahondando en la idea de abrirse a nuevos públicos, Kubik ha puesto en marcha StoryWalkerUsera, un proyecto teatral que es posible descargarse en el móvil a través de plataformas como el App Store y Google Play.

A partir de historias de los propios vecinos de Usera, varios dramaturgos contemporáneos españoles, como los premiados Miguel del Arco y Alfredo Sanzol, han escrito, dirigido y grabado siete obras sonoras.

Beneficiándose de los sistemas de geolocalización de los dispositivos móviles, las diferentes escenas de estas piezas se asocian con diferentes lugares del barrio. De tal forma que el oyente debe andar por los alrededores del teatro hasta llegar al lugar en el que transcurre la acción y así escuchar la representación en su escenario adecuado.

Pero no sólo de conciencia crítica vive el teatro. La nueva hornada de gestores culturales ha adoptado un mantra clarificador: hay que reconquistar al espectador. Desde el punto de vista del sociólogo César Rendueles se trata de una decisión lógica.

El gerundense afincado en Madrid desde hace 20 años es el autor de Sociofobia, considerado por los lectores del diario de mayor difusión en España, El País, como el mejor ensayo de 2013. “En España hemos vivido una auténtica burbuja cultural muy solidaria de la economía especulativa”, afirma Rendueles. “La gran aspiración de todos los alcaldes ha sido tener una estación de tren de alta velocidad y un museo de arte contemporáneo diseñado por un arquitecto prestigioso.

Del lado de la creación y la mediación se ha vivido un elitismo brutal, extremadamente despectivo con la realidad de las clases trabajadoras”.

Tierra más allá del horizonte

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En la parte de atrás de la estación de Atocha, en una calle mínima llamada Antonio de Nebrija, se encuentra un foco cultural cuyas radiaciones llegan más allá del océano Atlántico. Nacida apenas hace un año, el Centro de Artes de Vanguardia La Neomudejar es el lugar adecuado para descubrir los caminos que transitan los artistas contemporáneos: videoarte, instalaciones, street art, robótica.

Además de centro expositivo, que ocupa un sorprendente edificio industrial del siglo xix, La Neomudejar acoge en residencia a artistas de todo el mundo. Francisco Brives, uno de sus dos directores, sostiene que los artistas deben desarrollar sus ideas en total libertad; con rigor y trabajo, pero sin verse mediatizados por las instituciones o el mercado.

A partir de esta premisa nació La Neomudejar: “Queríamos generar una cultura independiente en un tiempo en el que toda la cultura madrileña estaba siendo secuestrada por las instituciones. Todos los esfuerzos gubernamentales se centraban exclusivamente en fomentar una única mirada institucional, direccionada, que se centraba en los grandes fastos. En ese panorama las iniciativas de las entidades civiles y de los artistas independientes no tenían voz”.

Una de las grandes preocupaciones del equipo directivo es tender puentes con otros países. El pasado junio, Mayté Cordeiro, Directora General de conaimuc (Conferencia Nacional de Instituciones Municipales de Cultura), presentó en La Neomudejar una muestra de videoartistas mexicanos.

Cordeiro coincide en la necesidad de crear un diálogo entre artistas de diferentes partes del globo: “Realizamos una muestra de videoarte mexicano con la intención de que, posteriormente, obras de artistas madrileños vayan a México. Al medirse con colegas de otros lugares, los creadores pueden calibrar cuál es su posición en el mercado internacional. Al visitar La Neomudejar, uno se da cuenta de que en México hay herramientas tecnológicas que no se están empleando”.

Muchas veces, lo cercano resulta más extraño que lo remoto. La sociedad española, como apuntaba Paz, es bipolar. Ambos polos viven enfrentados, reivindicando cada uno su soberanía sobre la realidad. Lo interesante de las actuales iniciativas culturales madrileñas es que trascienden los prejuicios y encajan de forma sostenible con su entorno. La Neomudejar es un ejemplo de ello.

A tan sólo cien metros de este espacio de vanguardia se encuentra la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, lugar de referencia para todos los adoradores del Santo Niño de Atocha. Además del templo, los hermanos dominicos gestionan un colegio católico. Ambos, La Neomudejar y la Basílica, han establecido un fértil diálogo para beneficio del barrio. Los niños han entrado en contacto con el arte contemporáneo y el colegio ha abierto sus puertas a las intervenciones de los artistas.

Xabier Gómez, el dominico que ha impulsado este diálogo, explica que los prejuicios son fronteras invisibles que necesitamos cruzar. “Esto sólo se logra a través de la escucha tranquila”, abunda. “No pretendemos tener todas las respuestas. Lo que intentamos hacer con iniciativas como ésta es que la gente se haga aún más preguntas: ¿qué es lo que necesitamos para tener un futuro más humano? Los prejuicios desaparecen con la proximidad, cuando no son las instituciones las que hablan, sino las personas las que se encuentran.”

A pesar de los altibajos económicos, existen otras iniciativas, de carácter público y mixto, que tratan de impulsar tímidamente el arte contemporáneo. Matadero Madrid,  llamado así por ocupar el espacio del antiguo mercado municipal de ganados, es un modelo que ha cuajado entre los vecinos. Centro de exposiciones, sala de cine, teatro, conciertos y hub creativo.

Este gran espacio ha logrado insuflar nueva vida a un barrio alejado de las redes culturales convencionales. A ello también ha contribuido la cercanía de Madrid Río. Es un proyecto urbanístico inaugurado en 2011 que ha transformado la rivera del paupérrimo río Manzanares, en un extenso y moderno parque. Otro lugar que comparte este espíritu es la antigua fábrica La Tabacalera, centenaria empresa española de tabaco.

Este magnífico edificio, considerado Bien de Interés Cultural, fue cedido por el Ayuntamiento a una asociación que lo convirtió en un centro social autogestionado. A pesar de la escasez de medios económicos, su amplia programación es un canto a la imaginación.

La modernidad de lo antiguo

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Los actuales hipsters madrileños tienen como punto de encuentro el Matadero Madrid. Tras pasar por este templo de la modernidad, muchos peregrinan hasta el cercano y bullicioso barrio de Lavapiés. Este recorrido tiene un sorprendente precursor en el siglo  XVIII.

Las crónicas hablan de cómo las reses muertas procedentes del matadero eran transportadas por la calle Ribera de Curtidores, en Lavapiés, cuyos alrededores concentraban numerosas curtidurías. El rastro de sangre del ganado delimitó una zona del barrio que pasó a conocerse como el Rastro.

Durante todos los domingos del año, el Rastro acoge un gran mercadillo, formado por más de tres mil puestos, en el que pueden encontrarse desde muebles antiguos, ropa vintage, vinilos, hasta electrodomésticos, cómics y plantas. Pero el Rastro es, ante todo, una forma de socializar, de participar de la vida callejera madrileña, de salir a la calle sin rumbo fijo, dejándose llevar por la marea de gente, dispuesto a entablar conversación ocasional con cualquiera. Este modelo de socialización, que tendría en el Rastro su muestra más castiza, cuenta con alternativas nacidas en el siglo XXI.

El primer fin de semana de cada mes, en la parte de atrás del centro cultural CaixaForum –visita de interés para conocer la fachada de Madrid– se celebra el Mercado de la Buena Vida. Pequeños productores ecológicos y artesanos ofrecen sus productos a los visitantes, mientras se celebran talleres relacionados con la vida saludable y el comercio sostenible. Cerveza o zumo vitaminado: este mercado es apto tanto para solteros como para familias.

El segundo fin de semana de cada mes, el Museo del Ferrocarril toma el relevo y cede sus instalaciones al Mercado de Motores. Junto a locomotoras del siglo XIX comparecen puestos de jóvenes diseñadores, joyería y particulares que venden objetos de segunda mano. Todo ello aderezado con música, gastronomía y ganas de pasarla bien.

La poeta chilena Violeta Medina vive en pleno Rastro desde que llegó a Madrid hace 21 años, en plena crisis económica de 1993. Ha vivido las vacas gordas y las flacas. Quizás por ello muestre un optimismo que parece congénito. Donde otros ven obstáculos, ella ve oportunidades. Medina es colaboradora de la editorial Meninas Cartoneras, proyecto que también funciona en Chile y en México.

Esta empresa edita libros únicos, realizados a mano, a partir de materiales reciclados. Entre los trabajos publicados por Medina, muy vinculada con la India, destaca El reflejo. Se trata de un poemario bilingüe español-bengalí con acuarelas realizadas por niños indios que tienen relación con la asociación Colores de Calcuta.

Los 200 ejemplares de la edición se agotaron inmediatamente. “Se dice que la poesía no vende, pero no es cierto”, explica. “La gente quiere cosas distintas, que le sorprendan y que tengan un valor añadido. Hay muchas maneras de plantear el arte. No gané dinero con este libro porque tenía un fin benéfico, pero fue un éxito.

“Los mil euros que obtuvimos para la fundación significaron un mes de leche para los niños. Nunca mi poesía tuvo un objetivo tan concreto”. Los volúmenes de Meninas Cartoneras pueden adquirirse en pequeños establecimientos del barrio, como Café Molar y Traficantes de Sueños y en la amplía librería del Museo Reina Sofía.

Las dos caras de la moneda

El catalán Albert Boadella es una de las principales figuras internacionales del teatro español de los últimos 50 años. Durante toda su carrera, el creador de la mítica compañía Els Joglars ha tenido como lema la independencia. Este rasgo ha convertido a Boadella en un personaje difícilmente clasificable.

En 1977, poco después de la muerte del dictador Franco, fue encarcelado y acusado de injurias al ejército a causa del montaje teatral La Torna. Huyó de la cárcel y se refugió en Francia. Durante la transición democrática dirigió sus críticas contra el nacionalismo catalán. Resulua paradójico que fue uno de los pioneros del uso del idioma catalán sobre las tablas.

En 2009 comenzó a dirigir los Teatros del Canal, una de las referencias del teatro público de la capital. Boadella ha vivido varias vidas en una. Parece la persona idónea para aportar una visión de conjunto del fenómeno independiente que está proliferando en la ciudad. En su opinión, es necesario aprovechar las lecciones de la crisis económica: “La crisis tiene aspectos higiénicos. Ha hecho limpia de cosas superficiales, de cosas a las que damos mucha importancia y son inútiles. Se redescubre, por ejemplo, que dos personas desnudas en un escenario desnudo también es teatro”.

Esta purificación se aprecia en una vuelta a lo básico. Atrás quedaron los alardes innecesarios. “El impulso natural del artista es la seducción”, añade Boadella, “los creadores se han dado cuenta de que tienen que ofrecer algo al espectador, tan experimental como quieran, pero que ejerza atracción. En los últimos tiempos se había deteriorado una idea esencial en el mundo del arte: hacer que ideas y emociones complejas resulten sencillas para el otro. Ha resurgido la idea básica de que lo importante es la comunicación”. Y comunicar no es una cuestión de dinero, sino de necesidad.

La necesidad se impone sobre las dificultades. Sobrepasa los contratiempos gracias al ingenio, la colaboración y el optimismo. No se trata de una afabilidad hueca y despreocupada. Es optimismo entendido como una profunda convicción de que hay espacio para la esperanza. Acostumbrada a transformar las palabras en imágenes, la poeta Violeta Medina dibuja una convincente conclusión: “Si te cierran una puerta debes intentar abrir otra, ¡o incluso la ventana!”. En Madrid, todas las ventanas están abiertas.

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