La idea de estar en una isla me ilusionaba mucho. No lo sé, siento que la vida junto al mar es más ligera, que vas a un ritmo mucho más lento que en la ciudad y el clima siempre te recuerda lo inesperado que es vivir, pues nunca sabes lo que va a pasar. De estar completamente nublado, puede resultar en el día más soleado con el mejor atardecer.
República Dominicana tiene una energía que, si pudiera describirla en una palabra, sería viva. Sí, viva. Es un país que, a donde voltees, verás un contraste de colores, como el verde de su vegetación con un cielo nublado, los diferentes tonos de azul del mar que rodea la isla con la arena de un beige claro. Y la mezcla que se hace cuando comes su platillo típico llamado “bandera”, conformado por carne o pollo, arroz blanco, arroz con habichuelas (frijoles), habichuelas rojas y, para quien así lo desee, también un poco de pimientos y yuca frita. Fue mi favorito de todo el viaje. Esa vivacidad se sentía también en los desayunos de los salones del Hotel Casas del XVI, en Santo Domingo, donde las paredes naranjas contrastaban con la vajilla azul rey, donde se servían los huevos benedictinos, sobre manteles blancos tejidos. Dominicana es vida y color.
Por alguna razón, percibí que el dominicano siente y disfruta mucho. En este país está permitido tomar en las calles, por lo que es común ver a gente sentada en las baquetas platicando, escuchando música, bailando y simplemente disfrutando el momento que están viviendo. Eso sí, no me tocó ver a nadie demasiado borracho o haciendo desfiguros. De hecho, hay tiendas (de abarrotes) conocidas como “colmadas” a lo largo de Santo Domingo, en las cuales es tradición comprarte una Presidente (su cerveza típica) vestida de novia, es decir, a punto de hielo, y luego caminar por las calles de la ciudad.
Tengo la costumbre de shazamear la música de los lugares que visito cada vez que estoy de viaje y diría que el resultado de la playlist que hice durante mis días en República Dominicana concluye que el reguetón es parte de ellos. ¿La canción que más escuché? “Santa”, de Rauw Alejandro.
En cuanto al sentir, quiero aclarar que soy una persona que siente mucho y, si nos basamos en la teoría de que sólo es posible ver en otros lo que hay en ti, para evitar caer en generalidades, les comento que la gente dominicana me hizo sentir mucha calidez, alegría, pasión, amor y determinación. Es como si te hicieran parte de ellos por el simple hecho de estar en su territorio y quieren que te sientas como en casa. Para darles una idea, “familia” es una palabra que escuché a diario, aproximadamente 45 veces al día, pues es una forma común de saludar en República Dominicana, y Carlos, nuestro apasionado guía de la historia de su país, la repetía incansablemente.
Por otra parte, Carolina Pérez, directora de la Oficina de Promoción Turística de la República Dominicana en México, me mostró todo ese amor que se puede tener por tu país de origen, a pesar de haber salido de éste varios años atrás. Verla cómo habla de Dominicana, cómo disfruta la música que escuchamos en las calles o en el camión que nos trasladaba de un lado a otro, o cómo recuerda la infancia que vivió en sus tierras me hizo reconocer las raíces bien plantadas con las que crecen las personas de esta isla. De hecho, quiero hacer un agradecimiento público a Carolina, pues, ¿ustedes sabían que los tratamientos de pelo dominicanos son excelentes y a un precio súper recomendable? Resulta que la cultura de “verte bien” en Dominicana es básica. Los hombres visitan por lo menos una vez a la semana la barbería y las mujeres invierten mucho tiempo en su aspecto físico, especialmente en el pelo. Y así, cálidos y compartidos como son los dominicanos, Carolina me compartió el secreto. Llevo varios meses usándolo y nunca había tenido tantos comentarios con respecto a mi pelo, pero ésa es otra historia.
República Dominicana es uno de los principales países productores de plátano, razón por la que lo encontrarás en varios de sus platillos, en todas sus presentaciones. Especialmente papitas de plátano frito, a las que yo me hice adicta y se venden en cualquier lugar. Las Caribas de chile y limón se convirtieron en mis aliadas contra el hambre y el antojo.
También es el país número uno en exportar cacao orgánico, café y ron. Y el cacao siempre ha tenido un lugar especial en mi corazón. De niña, mi mamá me daba una taza de este fruto y me hablaba del simbolismo profundo que tiene, relacionado con la vida, la fertilidad y la renovación. De hecho, se le conoce como “el alimento de los dioses” y las antiguas civilizaciones usaban los granos de cacao como una forma de dinero.
Hicimos una caminata para llegar a nadar en la cascada El Limón, en Samaná, y a lo largo del recorrido pudimos ver muchos árboles de cacao. Ahí nos explicaron que deben tener entre cinco y seis años para producir mazorcas y, cuando están listos, producen de 30 a 60 mazorcas por año, razón por la cual muchas veces su costo es elevado o no es fácil encontrar este tipo de semilla en todos lados. Mientras caminábamos, abrimos una de las miles de mazorcas que nos rodeaban para saborear sus granos. La textura es babosa y se parece a la de un lichi, pero su sabor es especial. Es importante saber que los granos sólo se chupan para obtener un sabor ácido con toques dulces, de lo contrario tendrás un sabor amargo muy desagradable. Si te interesa saber más sobre este tema, en Santo Domingo puedes visitar Kahkow, una famosa tienda que cuenta con un museo en donde te muestran el arte del cacao dominicano y cómo ha sido el desarrollo de la industria del chocolate alrededor del mundo.
Estar en República Dominicana es como viajar en el tiempo o visitar escenas de películas que creías que no existían en la vida real. Las calles de Santo Domingo te transportan a la época colonial, donde las fachadas de sus edificios y calles empedradas te dejan ver la gran influencia europea que hay en la isla, pero al mismo tiempo puedes ir a restaurantes como Larimar, que te transporta a cualquier hot spot neoyorkino de los años sesenta gracias a su vibe cosmopolita. Justo cuando sientes que estás en una gran ciudad, el mar y las conchas te recuerdan que te encuentras en medio del Caribe. También se puede comer en Ajualä, del chef Saverio Stassi, uno de los restaurantes más reconocidos de la ciudad y en donde podrás disfrutar cocina creativa que emplea productos e ingredientes locales.
Altos de Chavón, en La Romana, es otro pueblo que te hará sentir en una época distante, pues está lleno de casas hechas de piedra, con una pequeña catedral, es como si vivieras alguna novela escrita por Louisa May Alcott. Por otra parte, navegar o hacer kayak por su río, el Chavón, es como algunas de las escenas de Jurassic Park, aunque, si volteas a lo alto, puedes ver las mansiones de extranjeros que descansan en las costas caribeñas. Para finalizar con mis referencias mainstream, el Parque Nacional Los Haitises es uno de los lugares donde se filmó Piratas del Caribe, pero eso es lo de menos. Navegar entre las enormes rocas que nacen del mar, escuchar los miles de pájaros que las habitan y ver las raíces de los manglares que se encuentran a lo largo de los caminos que te llevan a cuevas donde puedes ver algunos jeroglíficos te recordará que la naturaleza nunca deja de sorprendernos.
Algo que debes saber es que el lujo y disfrutar la naturaleza van de la mano, sobre todo si visitas Cayo Levantado, una pequeña isla famosa por sus playas de arena blanca y aguas cristalinas en Samaná, donde hay un resort que tiene el mismo nombre. Jamás había vivido una experiencia así.
Todo empieza en un muelle en el cual te hacen un check-in previo, te ofrecen un coctel de bienvenida y, ahora sí, estás listo para subir al barco que te llevará a Cayo Levantado. Es un trayecto de 10 minutos de muelle a muelle y, en cuanto ves el hotel a lo largo de la isla, puedes apostar que estás llegando al lugar que siempre soñaste para desconectarte de la vida real. Una vez más, confirmas la calidez de los dominicanos, pues gran parte de su staff te espera con toallitas refrescantes y una sonrisa. Cayo Levantado es como si estuvieras en cualquier creación de Wes Anderson. Las paredes de los cuartos tienen tapices de palmeras, clósets de bejuco y sus baños son rosas. Al hospedarte ahí te das cuenta de que todo es un ecosistema que se conecta. Cuentan con su propio huerto y un biodigestor, que es un tipo de planta que tiene espacio para guardar la materia orgánica de manera anaeróbica, la descompone bajo la ausencia de aire y así producen 11% de su energía.
Pero lo que más me gustó fue el espacio que tienen específicamente para temas de bienestar, conciencia y creación. Su nombre es Yubarta, que significa ballena jorobada en taíno, y su techo simula este tipo de animal. Aquí puedes encontrar actividades como baños de sonido, meditaciones, clases de yoga, talleres de numerología o thetahealing (herramienta energética). Los salones son al aire libre, lo cual hace aún más especial la actividad que elijas, ya que estás en contacto con todos los sonidos que rodean la isla, desde los insectos y pájaros hasta las olas del mar a lo lejos.
Abandonar Cayo Levantado es todo un dilema mental, ya que en múltiples ocasiones quieres dejarlo todo con tal de vivir en este paraíso, aunque tomar el avión de Aeroméxico que te hará dejar República Dominicana es aún más dramático, pues, ¿cómo regresas a tu realidad citadina después de haber conocido la vida isleña? Yo sé la respuesta: debí haber perdido ese vuelo.