¿Qué hacer en Cusco? Dos paradas imperdibles en el mismo viaje
Cusco es una joya que se forma entre los Andes y desde donde puedes descubrir muchísimos destinos imperdibles, llenos de cultura y naturaleza.
POR: Ximena De Córdova
Cusco, la ciudad ombligo o centro del mundo de las cuatro direcciones, de acuerdo con la cultura inca, es al día de hoy el centro de una serie de rutas que conducen a destinos inigualables en riqueza cultural y natural.
De hecho, el mismo Cusco es increíble por sí sólo. Empezando por la calidez de su gente, que se percibe nada más salir del aeropuerto, en conversaciones que te contagian el orgullo que sienten los locales por ser cusqueños, como cuando de camino al hotel el taxista me habla de la seguridad de la ciudad y asegura que lo único que Cusco podría robarme sería el corazón.
Nada más llegar a la Plaza de Armas, uno percibe una energía muy particular. No sé si se deba a la altura, a la arquitectura colonial o quizá a la concentración del misticismo inca, pero Cusco vibra de manera especial.
Moray y Mil
A una hora y media de Cusco se encuentra el sitio arqueológico Moray. Su sofisticado diseño arquitectónico en forma circular fue ideado por los incas para estudiar la agricultura en altura. Ahí formaron un avanzado sistema de desniveles entre los que la temperatura puede variar hasta por 15 grados, además de que otros factores clave como la luz, el viento, las condiciones de la tierra y hasta la humedad también van cambiando con la altura.
Moray sigue siendo un caso de estudio para la agricultura de altura, la preservación del uso de productos endémicos por temporada y los métodos de conservación. De hecho, ahora alberga el centro de investigación Mil, presidido por el reconocido chef Virgilio Martínez y su hermana, Marcela.
Visitar Mil es adentrarse a las tradiciones más profundas de la sierra cusqueña desde todos sus ángulos. Es un vistazo a la labor textil de mujeres que trabajan a mano la lana y la alpaca. Un proceso que empieza con la definición de hilos a partir del tejido natural, después pasa por una tintura artesanal y orgánica a base de una mezcla de flores, raíces y hojas con fijadores naturales como la sal de maras y otros minerales en agua hirviendo. Finalmente, todo concluye con el tejido en el proceso ancestral de cintura.
También es posible acercarse al trabajo de la charca, o lo que conocemos como parcela, respetando sus temporadas de siembra y cultivo. Se sigue un protocolo tradicional que empieza bebiendo chicha de jora, un fermentado tradicional, y sirve para rendir homenaje a la Pachamama (madre tierra), por su generosidad, y a los Apus (las montañas), por su protección.
Tras esa sensibilización viene una degustación de sabores y texturas únicas, resultantes del conocimiento profundo de cada ingrediente, su origen y la química de su composición. Esto sucede en dos escenarios: el bar y el comedor.
Vinicunca
A un par de horas fuera de Cusco se encuentra la Vinicunca, también conocida como montaña de los siete colores. Esta es la corona de una cordillera que destaca por la riqueza mineral de su tierra, que al juego de la luz y sombra del día destella en colores rojo, amarillo, verde, naranja, morado y rosa, mismos que van variando en intensidad.
Esta maravilla natural permaneció oculta bajo la nieve por siglos, hasta que debido al cambio climático reveló sus colores ocultos. Fue apenas en 2015 que empezó a atraer a los viajeros. Sin embargo, hay ciertas regulaciones para las visitas. Es posible acercarse a la tierra, pero no pisarla, para preservar las cualidades y los colores que la hacen tan especial.
Si bien esta experiencia pareciera ser solo un photo opportunity, la realidad es que cada nivel de proximidad a la cima es un espectáculo. El camino es duro, porque a los 5,000 metros sobre el nivel del mar, el cuerpo no respira igual, pero cada pausa para recuperar el aliento permite admirar un ángulo distinto del entorno: la Vinicunca cada vez más cerca, el camino rojo que corona la cordillera a la derecha, las montañas rocosas a la izquierda que culminan con el pico nevado del Ausangate y también, hacia abajo, un valle con llamas pastando.
Para quienes no tienen la condición física para resistir la subida, hay un servicio de transporte a caballo que puede abarcar la mayor parte del trayecto, disminuyendo considerablemente el reto físico, sin sacrificar las vistas y la maravilla de llegar hasta lo más alto.
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