El mundo está lejos de ser un lugar contemporáneo. Por más que las ciudades estén llenas de edificios ultramodernos, siempre existen rincones que guardan un pedacito de la historia antigua de la humanidad. Si de joyas arquitectónicas hablamos, no podemos obviar Q’eswachaka, un puente colgante en Perú que tiene una particularidad: cada año se derriba para volverlo a construir.
Esta obra de arquitectura inca, cuyo nombre se traduce del quechua como “puente de cuerda”, se encuentra en Canas, una región al sureste de Cusco. Su estructura de 28 metros de largo y 1.20 metros de ancho descansa suspendida a más de 10 metros sobre el río Apurímac dede haca más de 500 años. ¿Cómo puede un puente colgante de cuerda sobrevivir al paso de medio milenio?
Tradición centenaria
Cada año, cerca de mil personas de las comunidades de Perccaro, Huinchiri, Ccollana y Qqewe se reúnen durante la segunda semana de junio para realizar trabajos de renovación del Q’eswachaka. Lo primero es realizar una ceremonia ancestral con música y danza. Después, las mujeres se dedican a recolectar grandes cantidades de ichu, una especie de pasto seco y largo que crece en los altos Andes.
El siguiente paso es derribar el puente anterior; se cortan las cuerdas y se deja que caiga al río. Finalmente, el ichu se entrega a los hombres, quienes tejen las cuerdas. Se fabrican seis cuerdas gruesas que fungen como base y más tarde se añaden el suelo y los laterales del puente con cuerdas más delgadas. El trabajo termina después de 3 ó 4 días, y la inauguración consiste en cruzarlo.
Una vez más, el camino que cruza el río Apurímac está unido. El puente Q’eswachaka se considera el último puente inca en el mundo, ya que forma parte de una red de vías incas que en su auge (durante los siglos XIII al XVI) abarcó el largo del continente, desde la actual Colombia hasta tierras argentinas. Hoy, esta tradición textil-arquitectónica forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.