Citlali es un nombre de origen náhuatl que significa “estrella”, y el escultor Pedro Reyes (CDMX, 1972) decidió bautizar así la escultura de gran formato que le fue comisionada por la ciudad de San Antonio, Texas, para conmemorar los 300 años de su fundación y que puede verse en el River Walk.
La elección del nombre tiene una historia detrás, que habla de tradiciones, incluyendo la escultórica, y que hace alusión al mismo tiempo a la pieza misma: una roca monumental de seis metros de alto (y con un peso de 80 toneladas) en la que confluye en el punto más alto la figura de una estrella. Este símbolo está presente en el escudo de Texas y, como explica Reyes, por medio de esta obra buscó darle un significado más atemporal.
En conversación con Travesías, Reyes explicó cómo fue el proceso de creación de la pieza, y platicó también sobre la tradición escultórica de la que proviene.
¿De dónde surgió el concepto de esta obra?
Para mí el primer reto fue aproximarme al contexto histórico porque San Antonio existió con ese nombre antes de la existencia de México [como país] o de Estados Unidos: era en ese momento la Nueva España. Y luego fue parte de nuestro territorio, más tarde de los Confederados y hasta de la [ex] república de Texas.
Ese territorio ha pasado por diferentes banderas, entonces era muy difícil trabajar ese contexto histórico. En ese momento pensé que era más adecuado pensar en esos trescientos años más como un punto en el tiempo, pues ese territorio en realidad ha estado habitado desde hace unos 11 mil años. Por eso sentí que lo mejor era buscar una alegoría o evocación que, de alguna forma, viera más allá de las fronteras y las banderas.
En el arte contemporáneo la escultura no es lo más usual, y sueles trabajarla en soportes difíciles, como la piedra. ¿Cómo fue que llegaste a ella?
Yo soy parte de una generación que empieza una suerte de arte conceptual global en el cual no se hablaba de escultura. De todos, yo sigo haciendo también ese tipo de cosas, la mitad de mi producción son esculturas sociales, es decir, dinámicas, performances, etc.
Pero creo que estamos viviendo una especie de fin de una era, que empieza después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el arte se desmaterializa: el arte se vuelve luz, luego energía, más tarde conceptos y acciones. Son una serie de fases en las que los formatos clásicos, como la escultura, fueron vistos con cierto desdén.
Para mí es muy refrescante poder reconectar con una serie de temas, porque la figura humana sentada es un tema y entrar en el universo de la estatua, que es un concepto tan demodé, y la corporización de un concepto, es decir, trasladar una idea a la postura de un cuerpo es un problema de la estatuaria que me interesa explorar. Siento que cuando hay una traducción a la forma hay más misterio y es ahí cuando se revela el estilo personal.
¿Qué retos representan los materiales que eliges para tus esculturas?
La escultura en piedra se inserta en una tradición que se remonta a los primeros inicios de la civilización. El primer arte que se hace en la historia y es monumental y de alta calidad muestra que había una necesidad de hacer algo épico y con una vocación de permanencia, como las cabezas de los moáis en la Isla de Pascua o las pirámides de Egipto.
Entonces siento que la cuestión de los límites intrínsecos de trabajar en un material como la piedra, en el caso de México, es interminable; es decir, la cantidad de recursos formales que uno puede derivar del arte de este país es impresionante. Estamos parados en una tierra llena de esculturas.
Le tengo mucho amor a la piedra y de hecho se está por lanzar un libro, Monumental, basado en una exposición que hice en el Museo de Arte Moderno en el que se recorren las obras creadas en el país entre 1927 a 1979.
¿Cómo ves el futuro de la escultura?
En general siento que la talla en piedra, al menos, está desapareciendo. Ahora la hacen robots. incluso en Carrara tienes que llegar con un modelo tridimensional diseñado en la computadora y lo talla un robot. Esto, desde la perspectiva artística, tiene más limitaciones, porque hay muchas cosas que uno va decidiendo sobre la marcha, y si lo haces con un robot tienes que tomar esas decisiones desde un principio.
Pero además, por cada robot que se introduce a un proceso de manufactura, seis personas pierden su empleo, ese es el promedio del radio dei influencia de un robot. El hecho de que pierdan ese empleo implica también la pérdida de la transmisión de un oficio de una generación a otra.