Hay una zona, en el noreste de Italia, donde pareciera que se detiene el tiempo, el silencio y la paz absoluta. Rodeada por la impresionante cadena montañosa de las dolomitas, profundos valles y el lago di Braies de aguas esmeralda e incalculable belleza que forma un espejo del cielo en la tierra.
Este lugar, del que cualquiera podría enamorarse, se llama Alto Adige. Esta región hace frontera con Austria, por lo que podría decirse que vive “casi una tradición austriaca en un país mediterráneo”; de ahí que gran parte de quienes ahí habitan son familias de origen austriaco.
Alto Adige es una tierra de contrastes. De clima alpino, muy frío en invierno y de insolación limitada debido a las características del terreno y a las horas de sol, por lo que el cultivo de vid no es tan sencillo. Hay viñas en cualquier parte del valle que suben por las laderas del cañón. Aquí predominan las uvas blancas que son mimadas casi por el mismo terruño, que dan como resultado vinos frescos, auténticos y completos gracias a la latitud de la zona. Las cepas que sobresalen son gewüstraminer (tramin), pinot bianco, sylvaner del país, kerner, pero también han llegado otras, como riesling, pinot grigio, sauvignon blanc y chardonnay a estos viñedos.
En cuanto a las uvas tintas, las locales, como lagrein, teroldego rotaliano y schiava son las más cultivadas, lo cual no significa que otras grandes variedades no se vinifiquen, entre ellas cabernet sauvignon, pinot nero (pinot noir o blauburgunder) y merlot, que resultan en tintos diferentes, etéreos, elegantes y aromáticos.
Por todas estas cualidades, James Suckling y su equipo, junto con el director James Orr, se dieron a la tarea de captar la dinámica de la vinicultura extrema y la belleza de esta región en un documental de 23 minutos ―el primero en su tipo en la zona montañosa de la vid―, que se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Sonoma.
Aquí el trailer del documental:
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