Hecho en L.A.
Los Ángeles se está consolidando como un escenario dinámico para el diseño.
POR: Mario Ballesteros
En inglés, estar en la-la land significa andar en la luna, o como dice el diccionario, “un estado mental eufórico, onírico; indiferente a las realidades más duras de la vida”. No me parece un mal apodo para Los Ángeles. El lalalandismo de L.A. —como le dice todo el mundo, borrando cualquier rastro de origen hispano— la convirtió en la primera capital de la industria creativa. Desde principios del siglo XX, Los Ángeles fue imán de cineastas, guionistas, divas en potencia, músicos y dibujantes. La construcción de fantasías como motor de crecimiento también atrajo a productores, ingenieros, constructores, montajistas, animadores y todo tipo de artesanos calificados. Atrajo diseño.
El lado oscuro del lalalandismo es que también tiende a omitir, desplazar o borrar lo antiestético. Como decía Orson Welles, L.A. es un lugar brillante y culposo. En The History of Forgetting, Norman Klein aborda el hábito malsano de Los Ángeles de querer rediseñarse a partir del olvido colectivo selectivo: una ciudad que felizmente cancela su legado histórico cuando se vuelve incómodo, como la bendita amnesia tras una buena borrachera. El diseño ha consentido y facilitado esta obsesión de Los Ángeles por ser siempre nueva, joven, fresca.
La tendencia angelina a cancelar lo oscuro con sonrisas luminosas y atardeceres perfectos se puede observar mientras transcurre en tiempo real en DTLA, el nuevo nombre de Downtown, porque L.A. ya no tiene centro. Aquí se destruyeron cientos de casonas victorianas para construir los primeros rascacielos de la ciudad en Bunker Hill. Aquí se junta una de las poblaciones de personas sin hogar más grande de Estados Unidos con las fachadas pulidas de instituciones de vanguardia como el Broad, un museo privado diseñado por Diller Scofidio + Renfro que aloja una impresionante colección de arte americano de la posguerra y contemporáneo. DTLA es un buen punto de partida para empezar a entender las muchas maneras en que el diseño está cambiando a Los Ángeles, para bien y para mal.
A finales de los noventa, una ordenanza de “reuso adaptativo” abrió las puertas a que antiguos edificios industriales del DTLA pudieran convertirse en viviendas, hoteles y restaurantes. El Grand Central Market —donde Frank Lloyd Wright tuvo su oficina mientras trabajaba en sus icónicas casas angelinas, como la Ennis House o la Hollyhock House, hoy Patrimonio de la Humanidad por la unesco— se transformó en un mercado gourmet con departamentos. Se reacondicionaron grandes edificios art déco, como la torre Eastern Columbia, y llegaron los hoteles cool, como el Ace Hotel, que ocupa la torre neogótica de los años veinte que en su momento fue sede de los estudios/teatro de United Artists. Hoy ofrece habitaciones minimalistas con guiños a la Bauhaus y un rooftopespectacular.
Además de atraer turismo, una de las ambiciones del nuevo DTLA fue crear una comunidad creativa fuerte. Aquí aterrizaron Jessie Young y Emiliana González cuando se mudaron de Montevideo a Los Ángeles en 2014. Poco después fundaron Estudio Persona. Sus muebles combinan una estética depuradísima con la calidez y la honestidad de los materiales de su natal Uruguay: cuero, madera, vidrio. “Diseñar juntas fue nuestra manera de conocer Los Ángeles.” Su talante las ha llevado a colaborar con despachos locales consolidados, como Atelier de Troupe o Stahl+Band, y participar en Intro/LA, una selección curada de lo más interesante del diseño local emergente durante LA Design Week. Estudio Persona sería un perfecto caso de éxito de atracción de talento a DTLA, si no fuera porque se mudaron hace poco. “Estábamos en Downtown, pero era medio raro. Como que decíamos, ¿estamos en L.A.? ¿Estamos en Nueva York? Pensábamos en un principio que el Downtown iba ser más ciudad, pero tampoco es así.” Sin embargo, los desarrolladores siguen empeñados. Hace un par de años decidieron inaugurar aquí un nuevo distrito de diseño: ROW DTLA.
Ocupando la carcasa de lo que alguna vez fue un antiguo mercado de abasto, este complejo de tiendas, talleres y restaurantes abarca una superficie de 120 000 m2. Antes de ROW se encontraba aquí la fábrica de American Apparel: un proyecto de diseño que quiso hacer frente al fast fashion con una línea de básicos cool para las masas, apostándole a la manufactura local sin explotación típica de la maquila en los rincones sudorosos del Tercer Mundo, y falló. La sombra de ese optimismo dosmilero sigue rondando por aquí, con su fachada rosa y su frase de Legalize LA. Hoy esa frase se siente tan inocente y fuera de lugar como el amor desbordado que le tenía a esta ciudad el crítico de arquitectura británico Reyner Banham, prendido por la cultura de los gadgets y el à go-go. Contra sus detractores, a Banham le gustaba afirmar con una sonrisa contundente: ¡Los Ángeles funciona! Hoy resulta difícil —en la época MAGA, con las políticas antimigrantes y la emergencia climática— ser tan optimista sin sonar como un ignorante. Pero L.A. no deja de intentarlo.
ROW DTLA sigue pareciendo un set de pueblo fantasma de diseño.
En ROW DTLA el sol deslumbra, las vitrinas relucen perfectas, los muros de acento están pintados con grecas de colores estridentes. Los aires acondicionados perfumados se entremezclan con el olor a pan recién horneado de The Manufactory, una sucursal de la famosísima Tartine Bakery de San Francisco, y a café recién molido de Go Get Em Tiger, la cadena más modernilla de coffeebars de la ciudad. Los útiles y la papelería se organizan por colores con obsesión compulsiva en el project space de Poketo y las luminarias escandinavas parecen bailar con sus formas simples y seductoras en A+R. En ROW DTLA el equilibrio entre el grit —el filo, la mugre— y el paisajismo manicurado está cuidadosamente planeado, y los desarrolladores pretenden “incrustar creativos” ofreciéndoles espacios de trabajo diáfanos, clases de yoga en la azotea y estacionamiento gratuito. Sin embargo, ni siquiera esta perfección estimulante (a veces intimidante) parece haber atraído a suficientes personas como para quitarle a ROW DTLA la sensación de desalmado. Hoy sigue pareciendo un set de pueblo fantasma de diseño.
Una versión más suave, más amable y más prometedora del rediseño de Los Ángeles se percibe en el noreste, en Los Feliz, Silver Lake y Echo Park y, sobre todo, en los rincones creativos emergentes de East Hollywood (a donde se mudó Estudio Persona), Frogtown, Atwater Village y Highland Park. Aquí las barreras entre clase trabajadora y clase creativa son más porosas, las marcas de lujo son mal vistas y la gente a veces camina por las banquetas. Se siente una vibra distinta a los design districts ideados por inmobiliarias, como ROW DTLA o el insípido Pacific Design Center, o incluso los clichés de corredor turístico de diseño de la avenida Melrose. Nadie viene hasta aquí para sacarse una selfie frente a una pared pintada de rosa.
“Dios mío, Vogue ya descubrió Highland Park”, se lamentaba hace poco un articulista en un blog local. Este es el típico quejido de los que creen que son los primeros en verle potencial a un lugar antes de echarlo a perder. Nos pasó a varios con la colonia Roma por ahí de 2003, que entonces, como Highland Park hoy, estaba en su punto. Sobre North Figueroa St. las trocas lowrider y los puestos de tacos callejeros se entremezclan con barberías estilizadas (como Rudy’s, la célebre peluquería originaria de Portland), bares cucos que sirven cocteles de tepache (Café Birdie), boliches de los años veinte reacondicionados (Highland Park Bowling, el primer boliche de la ciudad) y farmacias convertidas en hubs creativos, como el reluciente Owl Bureau.
La agencia de branding (las nuevas fábricas de sueños) Chandelier Creative y su fundador, Richard Christiansen, están detrás de este espacio dedicado al placer del papel y las ediciones raras. El enorme letrero azul y naranja original de la difunta Owl Drug Company descansa en paz sobre la entrada, con ese encanto particular de la señalización pop que tanto carácter le imprimió a L.A.: el letrero de Hollywood, el LAX del aeropuerto, la señal de la cafetería Norms de La Ciénega, que el mismo Ruscha retrató. Al fondo, una puerta redonda esculpida con un simpático búho gigante recibe a clientes y curiosos. Junto con las repisas repletas de portadas relucientes y jugosas, el espacio está amueblado con una barra de lectura elíptica, sillas altas sinuosas y sillones de piel verde, todo diseñado por Waka Waka, un estudio de carpintería local con influencia japonesa. La lectura nunca había parecido tan sexy.
Además de oficinas y libros, Owl Bureau aloja talleres, presentaciones, exposiciones y residencias para creativos. Uno de ellos es Alex Reed, quien hace poco se mudó con todo y su taller de cerámica. Alex es parte del éxodo de diseñadores neoyorquinos que han escapado del hacinamiento y la competencia despiadada de la Gran Manzana para respirar más tranquilo y traer nuevos aires a la escena de diseño en Los Ángeles. “Me mudé a L.A. hace seis años, para trabajar como diseñador en Heath Ceramics (un famoso taller de cerámica originario de San Francisco). Siempre he procurado enfocarme en mi propia investigación, pero desde hace más de un año trabajo exclusivamente en mis proyectos independientes.”
El hambre de libertad creativa y la autonomía individualista han sido parte del mito californiano desde que se empezó a consagrar. En diseño se ha traducido en una legión de creadores y productores independientes, que trabajan en proyectos a pequeña escala en sus talleres individuales. Algo parecido sucedió aquí mismo, en Highland Park, a principios de 1900, cuando una variante local del movimiento Arts & Crafts, el Arroyo Guild, quiso rescatar oficios tradicionales y diseñar “cosas útiles de excelencia y belleza superlativas”. Ese ideal no se siente tan lejos del boom actual de las cerámicas de autor impulsado por talentosos diseñadores/artesanos, como Bari Ziperstein, Ben Medansky, y el mismo Reed.
Hay mesas de superficies chorreadas y patas de flotadores de alberca. Hay todo lo que uno esperaría encontrar de un diseño Hecho en L.A.
A unos 30-40 minutos de Highland Park en Uber se encuentra Atwater Village. Nadie diría que este es un barrio “de diseño”, con sus bungalows y casitas modestas tipo tract house. En una de estas casitas vive y trabaja Leah Ring, del estudio experimental de diseño Another Human. Leah me recibe con una camiseta oversize color verde neón que hace juego con su rubio platinado, pero que palidece en comparación con el arcoíris chirriante de su sala/comedor/bodega. Hay banquitos de acrílico rellenos de piedritas de acuario de colores. Hay mesas de superficies chorreadas y patas de flotadores de alberca. Hay todo lo que uno esperaría encontrar de un diseño Hecho en L.A.
“Me gusta diseñar en L.A. La gente en Nueva York puede que tenga mejor gusto, pero todo allá es muy homogéneo. Me gusta que en L.A. nadie le tiene miedo a ser hortera. Toman riesgos, hacen lo que quieren, tienen un estilo audaz. Se ve también en la arquitectura: cada casa es tan extraña y diferente de la otra, puedes manejar por cualquier barrio y de un lado tienes una Tudor, de otro una estilo hacienda de otro una cabaña de brujas. Los Ángeles es un batidillo arquitectónico. Eso a mí me va muy bien.”
La heterodoxia estilística es el mantra del diseño local. Cruzando el LA River, en un conjunto de bodegas industriales convertido en espacio para talleres, estudios y oficinas, se encuentra Block Shop, un estudio de diseño textil fundado por las hermanas Hopie y Lily Stockman. “La tensión entre el brillo y el grit genera una energía creativa que sentimos en cuanto llegamos, la dicotomía entre la informalidad y el ajetreo que sientes en L.A. Hay muchos diseñadores pequeños e independientes que en su mayoría se autofinancian y trabajan esparcidos por East L.A. Sin la presión del respaldo corporativo o el financiamiento institucional, existe una tremenda sensación de libertad creativa.”
En Block Shop esa energía se contagia a través de sus vibrantes tejidos estampados; alfombras, tapices, cojines, manteles y bufandas con contrastes de colores y patrones que podrían haber salido de una pintura de Sol LeWitt, de las abstracciones de Josef y Anni Albers, o los lúdicos experimentos visuales de Alexander Girard y los Eames. Su propio taller/estudio tiene algo del encanto doméstico, íntimo pero generoso, de la casa de Charles y Ray Eames en Pacific Palisades. “Nuestro showroom lo llamamos la sala familiar. Se siente como una habitación de casa, amueblado con el trabajo de esta vibrante y extremadamente solidaria familia de diseñadores a quienes amamos aquí en Los Ángeles.”
Junto con el automóvil, la casa siempre ha sido y sigue siendo el epicentro de la vida cultural (y del diseño) en Los Ángeles. Durante la Guerra Fría, los americanos huyeron de la congestión física y espiritual de las ciudades, para refugiarse en su backyard. Los Ángeles es el paradigma de ese urbanismo centrado en la casa y el coche. Un puñado de casas muestra construidas con los materiales y la sensibilidad estética de la época capturaron perfectamente ese espíritu: las Case Study Houses. Varias de éstas se pueden visitar en tours privados que se agotan con meses de anticipación. La más importante de todas es la casa de los Eames, construida enteramente con materiales estándar, prefabricados y encargados por catálogo. Los Eames fueron gurús delMid Century Modern californiano, productores de muebles e imágenes de idilios cotidianos, anfitriones obsesivos, artistas de lo doméstico como eje vital de su tiempo.
La obsesión por la casa todavía persiste en Los Ángeles y sigue siendo el foco de atención de la mayoría de los diseñadores. Todos en L.A. sueñan con la casa perfecta: piscina, jardín, espacio, luz y vistas. Unos cuantos logran acercarse a ello. Casa Perfect es mitad residencia privada mitad galería habitable. Fundada por David Alhadeff como offshoot de su galería de diseño neoyorquina, The Future Perfect, Casa Perfect se sitúa en el exclusivo complejo privado de Trousdale Estates y perteneció a Elvis Presley. “Yo ni sabía que Elvis había vivido aquí cuando la vi por primera vez”. me cuenta David, sentados al lado de la alberca con unas vistas que dejarían sin aliento a cualquiera. “Tiene el sabor de vivir en L.A. que queríamos, eso fue lo que nos convenció.”
Es una casa Hollywood Regency, estilo que surgió en Los Ángeles como reacción al purismo modernista, cuando las personas quisieron darle a su vida un toque extra de glamour. “Es un Frankenstein arquitectónico, con sus plafones artesonados y sus tragaluces oculares. Pero también es una arquitectura que conocemos todos, gracias al cine y la televisión. No es buena arquitectura como tal, pero es una forma muy cómoda y familiar de percibir el espacio, de pensar en la buena vida. El hecho de que haya pertenecido a un ícono es la cereza en el pastel. Mejor, imposible.”
Pero la selección de objetos y mobiliario lo hacen todavía mejor. Sillas de resina epóxica que parecen figuras de globo de payaso recién infladas, mesas ultrabarrocas de cerámica coronadas por lámparas neón, muebles espejo que deforman y amplifican las vistas y la luz, armarios multicolor con escenas amazónicas esculpidas en latón, sillas de mimbre antropomorfas con trasero y extremidades que te abrazan cuando te sientas en ellas. Casa Perfect aloja un auténtico tesoro escondido de talento de diseño local. Muchos de los diseñadores que viven y trabajan en East L.A. venden aquí, en el West, donde está el dinero en serio. En lugares como Casa Perfect, algunos de los extremos de Los Ángeles se encuentran y generan un auténtico ensueño. Una casa en la luna.
¿Vale la pena viajar a Los Ángeles para ver diseño?, le pregunto a David. “L.A. es una ciudad difícil de entender o categorizar. Pero esa dificultad es parte de su atractivo. Si te interesa el diseño y sólo estás de visita, no va a ser fácil. Aquí no tenemos la estructura de ciudades como Nueva York, donde es fácil encontrar lo que te interesa. En L.A. tienes que rascarle un poco más. Hay poco diseño contemporáneo en Los Ángeles accesible al público. Nosotros recibimos visitas, pero tienes que hacer cita, tienes que demostrar interés, hacer tu tarea.”
Beachwood Canyon es una versión menos pretenciosa de la zona alta, con vistas igual de alucinantes, rodeada de las omnipresentes palmeras, pinos, encinos, jacarandas. “Los árboles son lo mejor. Julius Shulman decía que la razón por la que sus fotos se ven tan bien y la arquitectura en Los Ángeles se ve tan bien es por los árboles”, me cuenta Jonathan Olivares, uno de los diseñadores contemporáneos más prolíficos y menos engreídos no sólo de Los Ángeles, sino de cualquier parte. “La verdad no me llevo con diseñadores, no conozco a mucha gente aquí, no me considero un diseñador californiano. Mi único amigo diseñador en Los Ángeles es Don Chadwick, y tiene 82 años.”
Chadwick diseñó la famosa silla Aeron para Herman Miller y convenció a Jonathan de mudarse a L.A. “Para mí Los Ángeles siempre fue un lugar para ejercer diseño. Hay una base fuerte de manufactura, relacionada con la industria del entretenimiento. Es un buen sitio porque hay mucha producción, pero también por la actitud optimista, de que cualquier cosa es posible. Acá los productores son más abiertos, están dispuestos a probar cosas distintas, se puede pedir fuera de menú: quiero esto, pero me gustaría combinarlo con esto y probarlo con esta otra cosa.” Diseño de menú secreto, animal style.
Quizás Olivares sea más diseñador californiano de lo que le gusta admitir. Para un libro reciente sacó todos sus muebles a un estacionamiento para fotografiarlos al aire libre, como hacía Charles Eames. Está diseñando una nueva línea de muebles de fibra de vidrio con un fabricante de tablas de surf. Pero sobre todo, es creyente y practicante del optimismo reluciente del diseño angelino. Olivares se declara fanático del skate, un negocio millonario, casi más grande que la industria mueblera en Los Ángeles. “Es una actitud espiritual, una comunidad de personas que tienen una postura sobre la adaptación, la interpretación, la inventiva y la diversión; con probar tus habilidades.
Hay un término de patinetos que es NBD, Never Been Done, lo que nunca se ha hecho. Un amigo mío, que es skater profesional, dice que todo lo que hago es diseño NBD. Mi obsesión con el skate es como lo que Charles Eames veía en el circo. Eames amaba el circo por colorido, porque era arte. Pero también era ingeniería, y requería mucha práctica y dedicación. El skateboard es una industria que surgió de un grupo de chavos merodeando y patinando de manera ilegal, pero también tomándoselo muy en serio, trabajando y practicando. Obsesionados con el trabajo. Así soy yo como diseñador: es todo lo que hago y pienso todo el día. Mi ego vive de lo que estoy haciendo ahorita, de qué tan bueno es lo que estoy haciendo ahorita. Para mí eso es Los Ángeles.”
En portada: Casa Perfect. Foto: Pia Riverola
¿Quieres leer más de Travesías? Suscríbete a nuestro newsletter semanal aquí y síguenos en Twitter, Instagram y Facebook
Especiales del mundo
Travesías Recomienda
También podría interesarte.