Prototipo americano
Detroit es un ejemplo de cómo el diseño puede construir un presente más amable e imaginar un futuro mejor.
POR: Redacción Travesías
Como sus propios habitantes suelen decir, si quieres saber cómo se ve el futuro, ven a Detroit. Pero sólo hasta que llegues descubrirás si se trata de una invitación o de una amenaza. Algunas ciudades te seducen con sus rascacielos, otras te enganchan con su belleza natural, otras te inspiran con su oferta cultural. Detroit tiene todas esas cosas, pero Detroit no se trata de ti, se trata de Detroit. Cuando vengas, te encontrarás con una ciudad orgullosa de ser lo que es hoy por hoy, al mismo tiempo que trabaja sin descanso para dirigirse hacia lo que sea que le depare el futuro. No es un lugar para consumir perezosamente: es un lugar que te transforma. Sea lo que sea que termines haciendo aquí, como residente o visitante, dice más de ti que de Detroit.
El devenir ha sido parte del espíritu de este lugar desde antes de que se llamara Detroit. Los anishinaabe utilizaban la orilla del río para cazar y recolectar alimentos. Los colonos franceses se asentaron aquí a principios del siglo XVIII por su ubicación estratégica para el comercio de pieles, en el medio de los Grandes Lagos. Dos siglos más tarde, como epicentro de la industria, Detroit fue un ejemplo para otras ciudades. Como hogar de la clase media afroamericana, fue un modelo que trajo esperanza a millones de personas. Y como símbolo del colapso económico, se convirtió en una advertencia, el punto más bajo de la escala con la que se midieron todas las otras urbes. Y ahora Detroit es un prototipo.
Pensar en Detroit como un prototipo es adoptar el término de Matthew Angelo Harrison, uno de los artistas locales contemporáneos más importantes. Su trabajo explora temas de colonialismo en África, a menudo usando figuras de artesanía o huesos de animales que disecciona con mucho cuidado para después moldearlos y transformarlos en esculturas minimalistas sorprendentes. Harrison utiliza el término “prototipo” para describir el “estado intermedio” de objetos que pueden ser “tanto una realidad como una posibilidad”, es decir, que son al mismo tiempo un objeto real en el mundo y una indicación de lo que el mundo puede llegar a ser en el futuro. Como prototipo, la realidad de Detroit es la posibilidad. Aunque el colapso financiero le costó un ojo de la cara a Detroit, el otro lado de esta catástrofe fue la oportunidad de imaginar una nueva realidad donde prevalece la comunidad creativa —en una ciudad que previamente había sido impulsada por la industria.
En su momento álgido, aquí vivían más de dos millones de personas. Eventualmente dos tercios se marcharon, algunos a los suburbios cercanos, otros más lejos, en busca de mejores trabajos y una vida más fácil. Los políticos hablan de repoblar Detroit, de hacerla crecer de nuevo, pero los creadores haciendo el trabajo de campo nos demuestran una mejor idea. Una analogía sencilla: la mejor parte de la fiesta siempre es en la cocina, ¿verdad? Eso sucede porque es más sencillo que una habitación pequeña se sienta a reventar. La vibra de una buena fiesta depende más de la densidad que del número de personas. Si la sensación es que la fiesta está a tope, todo está bien; si no, todos se rajan. Así que mientras los políticos tratan de llenar la ciudad de cuerpos, la gente que está construyendo sobre el terreno se enfoca en crear nudos de densidad en los tejidos urbanos donde ya hay actividad y vida, aunque otras zonas sean más bucólicas.
El Eastern Market es un buen ejemplo de esto. Hace honor a su nombre, porque se encuentra justo al oriente del centro de la ciudad. Aquí se procesan, producen y venden alimentos, y hay un mercado de productores todos los sábados que ha operado de una forma u otra desde hace casi 200 años. La zona está atravesando un periodo de cambio en estos momentos, con gran temor de la palabra innombrable: gentrificación. Si caminas por el mercado temprano por las mañanas, tal vez veas (o por lo menos, huelas) el ganado que traen aquí para sacrificar, o la prodigiosa cosecha de productos frescos de Míchigan que se descarga y distribuye en los distintos puntos de la ciudad.
Muchas de las paredes del mercado están decoradas con murales de artistas locales y del mundo como parte del proyecto “Murals in the Market”. Gracias a la presencia del College for Creative Studies y la Cranbrook Academy of Art (a las afueras de Detroit), la ciudad tiene una población considerable de artistas y artesanos, algunos de los cuales han pintado estos murales. De hecho, hay tantos artistas que no todos pueden dedicarse a ello de tiempo completo. Pero esa energía creativa tiene que canalizarse de algún modo, y por eso en Detroit todo el mundo tiene un proyecto “aparte” en el que están trabajando, ya sea un mural o lo que sea. Ya sabes: el mesero que es artista conceptual, el abogado dueño de un gimnasio o el arquitecto que escribe para revistas de viaje mexicanas. Detroit es la ciudad de las chambitas “aparte”.
En estos momentos el espacio del mercado está empezando a expandirse también. En Division St. se encuentra un tosco edificio de ladrillo que hasta hace poco era un cascarón vacío, en desuso y olvidado. Hoy es el hogar de Floyd, una compañía de muebles que empezó como campaña de Kickstarter en 2014 y ahora vende mesas, camas y sofás (muy bonitos) que armas tú mismo. Floyd es la respuesta de Detroit a Ikea. Menos extravagante de lo que imaginabas y más durable de lo que sospechabas.
En Detroit, hasta los edificios tienen chambitas aparte: resguardado entre las dos alas de las oficinas de Floyd está el café Anthology, de Joshua y Annie Longsdorf. Aunado a lo que hacen, también tuestan y sirven sus propios granos, y han diseñado sus empaques para el café y los interiores del local. Y si te pones a platicar con los clientes,te das cuenta de que algunas personas en Detroit tienen tantos “apartes” que son más bien polígonos.
Floyd y Anthology son un soplo de aire fresco en un antiguo almacén de carne. Aunque no tengan ninguna conexión como negocios, juntos crean un primer intento de densificación que ayuda a que empiece la fiesta. El mismo espíritu de muégano continúa en el centro. Roslyn Karamoko creó la marca de ropa Détroit is the New Black en 2013, un negocio que empezó en la sala de su casa y evolucionó hasta convertirse en una boutique, donde no sólo vende sus diseños, sino también una selección curada de otras marcas, algunas tan experimentales que toda su línea se limita a unas pocas piezas. Lo que comenzó como un “trabajo aparte” se ha convertido en uno de los nuevos negocios más exitosos de Detroit.
La tienda se encuentra en la avenida Woodward, la arteria principal de la ciudad y la primera autopista pavimentada en América (prototipo por derecho propio, es también ejemplo de cuando la posibilidad abruma a la realidad). En Detroit, como en la mayoría de las metrópolis, sobran las autopistas. Las calles más interesantes de Detroit no son las avenidas, sino los callejones. Durante el auge industrial de la ciudad, estos callejones se utilizaban para dar servicio a los edificios (meter suministros, sacar basura), y como esa época coincidió con la Prohibición en América, es probable que también fluyera por ahí una cantidad nada desdeñable de alcohol ilícito.
Estos callejones estaban prácticamente abandonados hasta que Library Street Collective, una galería local de arte urbano, decidió renunciar a la calle perfecta hacia la cual mira su galería y abrir un bar en el callejón detrás de su espacio. Ese pequeño bar se convirtió en dos bares, y después en dos bares más un club subterráneo, y algo de arte público. Ahora la zona se conoce como The Belt (el cinturón), bautizada así porque al igual que un cinturón mantiene la ropa en su lugar, esta calle mantiene la vitalidad y el espíritu de comunidad durante las concurridas tardes. Los fines de semana The Belt es una de las zonas al aire libre con más densidad, aunque a una o dos cuadras esté totalmente desierto. Como en un buen reventón, no es el número de personas lo que cuenta, sino la concentración. Las megaciudades tienen que hacer malabarismos para controlar la densidad y que los habitantes puedan escapar y no sentirse aplastados, pero las pequeñas ciudades, como Detroit, hacen todo lo contrario. Nosotros tenemos que fabricar la sensación de que sí hay gente, y esto genera situaciones inesperadas como The Belt.
A pocos minutos en coche desde el centro está Core City Park, un espacio público al aire libre desarrollado por la iniciativa privada de Philip Kafka, un promotor y habitante de Detroit (ambas cosas de medio tiempo), que llegó hace unos años de Nueva York, donde había operado una compañía de espectaculares. ¿Qué les decía de las chambitas aparte? Si te fijas bien en el diseño de Core City Park, es una metáfora de la misma Detroit: una mezcla de materiales reciclados, cada uno testimonio de su pasado, partes de casas, negocios y muchas otras cosas valiosas, y al mismo tiempo un símbolo de las posibilidades de la recuperación. Estos pedazos de concreto, tiras de asfalto, ladrillos sueltos y piedras talladas también son un recordatorio de que cualquier futuro se construye sobre un pasado. Los edificios que rodean Core City Park son una extensión de esta metáfora. Dentro de lo que fueron una bodega, un taller de reparación de radiadores y una tienda de electrodomésticos al por mayor, hoy hay oficinas, un estudio de joyería y algunos de los restaurantes y cafés más interesantes de la ciudad. Actualmente, se están construyendo allí viviendas y comercios que pondrán más carnita en este nuevo desarrollo. En pocos años, Core City Park será un espacio abierto en el centro de un anillo relativamente denso de estructuras experimentales de varios tipos, arropado por los barrios arbolados de Woodbridge y el epónimo Core City, ambos residenciales.
Un par de kilómetros adelante, siguiendo el West Grand River, se encuentra el MBAD African Bead Museum. Aunque éste no es un museo-museo, como el Detroit Institute of Arts (DIA), es igualmente vital. Instituciones del siglo XX como el DIA son solemnes y se preocupan de la impresión que dan hacia el exterior. Un espacio como el MBAD se nutre no sólo de la primera impresión, sino de la producción y continuación de la cultura de persona a persona. El “museo” y su tienda son una y la misma cosa, todo está a la venta, y todo viene con una buena dosis de conversación e historias incluidas —un hilo metafórico que conecta las cuentas (beads) con su origen en otro continente—. En el DIA podrás admirar las obras maestras de Diego Rivera, sus murales industriales, en un patio interior al fondo del museo, pero Olayami Dabls, el propietario de MBAD, ubicó sus murales magistrales en el exterior de los modestos edificios que forman el pequeño campus de su museo. En una urbe tan extensa, imposible de experimentar a pie, te conviene que tu edificio sea imposible de pasar desapercibido desde el coche. El uso extensivo de los murales es una buena manera de disipar la atención del triste saldo que han tenido que pagar estos edificios después de años de falta de mantenimiento. MBAD ha logrado recaudar fondos y está empezando a reparar sus estructuras, pero esto es muy reciente. Los años duros aquí fueron muy complicados, como en gran parte de Detroit.
Las dificultades que sufrió Detroit, y que de alguna forma sigue experimentando, aquí se agudizan. Los habitantes tienen que luchar por derechos fundamentales como escuelas, seguridad pública y agua potable (la ciudad cercana de Flint sufrió en 2014 una falla catastrófica en la infraestructura hidráulica debido a la negligencia de la administración). Detroit ha tenido que batallar durante mucho tiempo con presupuestos públicos cada vez más limitados (y episodios de corrupción); pero lo que falta en servicios públicos, sobra en sentido comunitario. Rosa Parks se vino a vivir aquí después de ayudar a iniciar el movimiento por los derechos civiles. Martin Luther King ensayó aquí su discurso “I have a dream” ante un público de más de 125 000 personas. Líderes sindicales como Grace Lee Boggs o el sindicato de trabajadores del automóvil utilizaron a Detroit como plataforma para hablar de los derechos de los trabajadores de todo el mundo. Detroit es una ciudad de asociaciones vecinales, de gente cuidándose mutuamente, de iglesias y centros comunitarios. Puedes visitar Detroit, pero hasta que no conoces a la gente, no has llegado aún, así que sonríe y saluda cuando te cruces con un extraño en la calle.
Lafayette Park es un buen lugar para probar este experimento. Los vecinos están acostumbrados a ver extraños porque aquí se encuentra un gran conjunto de edificios del famoso arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe. Conocido por sus muebles de lujo y sus exquisitas villas privadas, Mies van der Rohe diseñó los edificios y rascacielos de Lafayette Park como viviendas de clase media. El conjunto se extiende alrededor de un espacio compartido lleno de árboles, donde niños “de libre pastoreo” juegan en los jardines sin sus padres rondando cerca, algo inusual en la América del siglo XXI, y una clara señal del sentido de comunidad que se palpa aquí nada más paseando como visitante.
Poco después de que fuera construido, a finales de 1950 y principios de 1960, se convirtió en un modelo de vivienda cooperativa, lo cual es una situación muy rara en América (y por eso muy importante). Mientras que la mayoría de los habitantes agonizaban para sobrevivir el colapso financiero, y ahí están sus cicatrices para demostrarlo, la naturaleza colectiva de Lafayette Park ayudó a que siguiera prosperando como paisaje, como ejemplo de arquitectura prístina y como una comunidad de vecinos llena de energía. Este lugar es también un prototipo. El modelo de cooperativa no es para todo el mundo, pero a los que viven aquí les une la idea de compartir posibilidades. Las cooperativas representan una forma de pensar la vivienda distinta al modelo comercial que predomina en todas partes. Esto es importante en un momento en el que Detroit y casi todas las ciudades americanas tienen que batallar con el elevado costo de vida. Pero hay otra razón más profunda por la que es importante encontrar alternativas para crear tejido social: necesitamos comunidades integradas y diversas para lidiar con las complejidades de nuestro propio pasado.
La realidad de Lafayette Park es que se levanta sobre un terreno que en su momento fue el corazón de la vida afroamericana en Detroit, antes de que un programa federal lo declarara un barrio marginal, procediera a arrasar con todo lo que había ahí y a sustituirlo por los edificios de Mies van der Rohe y una autopista. Ninguna cantidad de elogios ni lugares comunes acerca de la significancia arquitectónica de esta zona de ingreso mixto y diversidad demográfica puede encubrir este hecho, que se encuentra literalmente en el piso bajo nuestros pies.
Las casas se pueden quedar sin muebles, los barrios sin habitantes, pero las historias se quedan para siempre en el lugar. De la misma forma, aunque los edificios y los espacios públicos se han preservado y eventualmente se vuelven a habitar de (esperemos) nuevas maneras, los artistas y activistas de Detroit excavan el pasado para proteger las muchas historias que componen la ciudad, para que las lecciones del pasado ayuden a dar forma al futuro. En Lafayette Park y en cada esquina, una de las cosas que hacen tan especial a Detroit es que todo el tiempo escuchas estas historias sin edulcorar. Puede que termines analizando el racismo de la vigilancia policiaca mientras esperas en la fila a que salgan tus costillas asadas; tal vez oigas hablar de las políticas de exclusión en viviendas mientras paseas junto al río. Algunas historias tal vez no sean agradables o incluso te hagan sentir vergüenza, pero vas a ser una mejor persona si las escuchas, y me atrevo a sugerir que todos seremos mejores seres humanos si decides unirte a la conversación.
Una advertencia: si quieres molestar a la gente de aquí, pregúntales si Detroit “está de regreso”. Una partida de cartas se colapsa cuando la gente se retira, pero una ciudad no funciona así. Detroit con menos personas sigue siendo Detroit. Puede que sea la ciudad más grande de América en declararse en bancarrota, pero también es una capital asentada en el mero centro del 20% de todas las reservas de agua dulce del planeta. Es el lugar que dio el automóvil al mundo y también la cadena de producción fordiana. Es el hogar del Motown y el tecno americano (seguramente cuando vengas escuches ambos tipos de música como banda sonora). Detroit es todos estos lugares al mismo tiempo: una comunidad extraordinaria de gente tenaz, un prototipo de la ciudad americana y una prueba decisiva que separa a los optimistas de los turistas.
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En portada: parque Lafayette y murales de Diego Rivera en el Detroit Institute of Art. Fotos: Corine Vermeulen
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