El objetivo de mi primera visita a Chicago no fue conocer la ciudad. Si ustedes tienen un amigo (o incluso un conocido) corredor, seguramente saben de qué les estoy hablando: el famoso maratón. Fue en octubre de 2021, y no tenía idea de lo que me esperaba. Es complicadísimo dimensionar lo que representan 42 kilómetros corriendo y, aún más, cuando lo haces en un lugar donde nunca has estado. Y aunque a lo largo de este trayecto teóricamente recorrí la ciudad, estaba más preocupada por lo que decía mi reloj acerca de mi ritmo de carrera que de ver los edificios y las calles que me rodeaban.
¿La primera vez?
El taxista del aeropuerto, mi primer contacto con alguien local, se convirtió en uno de los mejores guías turísticos que he tenido en mi vida. Nos dio detalles de cada uno de los rincones que pasábamos de camino al hotel, como si pagáramos por ello. También nos explicó la relevancia que tienen el arte, la cultura y la historia para la ciudad. Gracias a él aprendí también que tienen su propia bandera: las dos líneas azules representan el lago Míchigan y el Chicago, el blanco representa la tierra y los cuatro puntos cardinales, y las estrellas rojas son los sucesos importantes que ha vivido la ciudad. Pero, más allá del significado literal de esa bandera, me di cuenta de cómo a los residentes de Chicago genuinamente les apasiona su historia y aman vivir ahí.
Después de un largo recorrido entre el aeropuerto O’Hare y mi hotel en Michigan Avenue (una de las principales avenidas de la ciudad), visité por primera vez The Bean, pues se encontraba cruzando la calle, y ahí entendí el sentido de pertenencia que una pieza de arte le puede dar a una ciudad tan grande, como nos lo explicó mi guía turístico/taxista.
Me encantaría decirles que aquel primer viaje comenzó con una cena en uno de los mejores lugares de Chicago, pero, al ser principiantes, olvidamos reservar mesa y naturalmente todos estaban llenísimos, así que nos metimos al primero donde nos aceptaron y tuvimos una cena muy básica, pero que cumplía con los requerimientos de nuestra carga de carbohidratos premaratón: pollo y pasta.
Mi segundo día en la ciudad, como ya se podrán imaginar, se trató del maratón. Así que caminé rumbo al Centro de Convenciones para recoger mi número. Mientras lo hacía, me maravilló la limpieza de las calles, el silencio y el orden. Creo que, cuando hablamos de “grandes ciudades”, tenemos un imaginario colectivo de sitios sucios, desastrosos y a veces llenos de basura. Pero Chicago parece que toma distancia de todo eso y brilla por ser justo lo contrario.
Al día siguiente llegó lo que tanto esperaba: la mañana en que correría mi primer maratón. La salida está en el Loop de Grant Park, al igual que la meta. Desde que empiezas a correr, Chicago te atrapa. Recorres sus diferentes barrios y, más que sus calles, árboles, estilo arquitectónico o casas, recuerdo la vibra de las porras, los buenos ánimos y la buena onda de todos los que salen a la calle para apoyar a los corredores, especialmente en la zona donde se juntan todos los latinos, con gritos, mariachis, porras que te hacen morir de la risa, y uno que otro atrevido que ofrece tequila.
Cuando vas en el kilómetro 41, lo único que quieres… es morirte. Por suerte, en cuanto entras a Michigan Avenue te espera una de las vistas panorámicas más bonitas del centro de Chicago, como un imán que te motiva a acercarte y finalmente llegar a la meta. Cuando recibí mi medalla, por primera vez sentí lo que es creer en mí y comprobé en carne propia de lo que es capaz la mente cuando no dejas que te domine. Es un sentimiento que jamás voy a olvidar, y menos las lágrimas que acompañaron ese sentimiento mientras descansaba en los jardines de Grant Park viendo los edificios de fondo.
Aunque muchos creerían que ese día no tienes energía para nada más que respirar, visitar el rooftop de London House es uno de los regalos más grandes por haber conseguido esa medalla. La vista desde esa terraza es única, pues puedes ver de cerca los edificios más icónicos que rodean el río. Eso sí, si vas en otoño o invierno, prepárate, porque el aire es helado.
En aquel viaje no conocí nada, pero, al mismo tiempo, conocí todo.
Volver, volver, volver
Cuando me enteré de que iría este año en octubre, no pude estar más emocionada al respecto. Sentí como si fuera la primera vez que viajaba a Chicago.
Llegué un día después del maratón, así que pude ver a mis amigos que lo corrieron y disfrutamos un par de aperols en mi ya querida y conocida terraza de London House. La vibra de todos los corredores aún se siente y hasta puedes ver a personas caminar con su medalla colgada, presumiendo al mundo el gran logro que alcanzaron.
Ahora cambié la caminata para recoger mi número del maratón por caminatas nocturnas a lo largo del Riverwalk, donde el aire frío del otoño te congela los cachetes y los edificios iluminados te hacen querer tomar fotografías cada cinco segundos, pero te percatas de que, en realidad, no vale la pena, pues se ve mil veces mejor en vivo. Para mi sorpresa, fue una nueva travesía llena de “primeras veces” y la cual compartí con personas que, espero, serán mis amigos a partir de ahora. ¿Ubican ese sentimiento, cuando simplemente saben que va a ser un buen día o algo bueno va a pasar? Así lo sentí y creo que Chicago tiene ese encanto. Basta con voltear para ver sus edificios a lo largo del río, sus árboles que poco a poco cambian sus colores verdosos por amarillos y rojos, pedirle a un desconocido que te tome una foto y te dirija para que salga lo mejor posible, o imaginarte comiendo las clásicas palomitas de Chicago, las Garrett sabor caramelo y queso, para que se te olviden tus pendientes y quieras cambiar todos tus planes para quedarte a vivir en la Ciudad de los Vientos.
En esta (segunda) primera vez probé, por ejemplo, el típico deep dish de Giordano’s. El grosor y la cantidad de relleno me hicieron dudar. Pero cuando finalmente me entregué a la pizza, que para mí es más bien como una tarta, todo valió la pena.
También fue mi primera vez para encontrar una milanesa extraordinaria fuera de la Cantina del Bosque (mi amor eterno). Esto sucedió en Gibson’s, un steakhouse italiano ubicado en el barrio de West Loop, inaugurado en octubre de 2017 y que desde entonces se ha convertido en un clásico de Chicago gracias a la vista del lago que tiene. Acompañada de papas a la francesa y con el crunch perfecto de empanizado, la milanesa de ternera inmediatamente ganó un lugar en mi corazón.
Pude hacer check con mi primer paseo arquitectónico por el río, aunque no contaba con que llovería ese día, así que fue un tour un poco híbrido, pues algunas partes pude disfrutarlas al aire libre y otras tuvieron que ser bajo el techo de mi embarcación. Recorrer la ciudad por el río es conocer otro Chicago. Cuando caminas por sus calles, es como si formaras parte de lo que esconden sus rascacielos y ver todos los edificios desde el agua es simplemente admirar la enormidad y belleza que el ser humano ha construido en medio de un río.
Hay varios recorridos: yo tomé el First Lady Cruise, un recorrido de dos horas y que cuenta con un minibar en el barco. A lo largo del tour se pueden ver edificios emblemáticos, sin embargo, tengo cuatro favoritos. Primero, el Wrigley Building, de Charles Beersman, por el reloj que tiene en la parte superior; la Willis Tower, de Skidmore, Owings y Merrill, donde horas antes estuve en su piso más alto y me parece impresionante el sistema de sus antenas, las cuales le dan señal a una gran parte del territorio alrededor de los lagos y protegen la ciudad de los rayos que caen durante tormentas eléctricas; el Marina City, de Bertrand Goldberg, ya que me recuerda un elote, y el Aqua Tower, de Jeanne Gang, pues su fachada hace referencia al movimiento del agua.
Fue la primera vez que el vértigo por las alturas se me olvidó por completo, ya que por la mañana desayuné con la vista de todo Chicago desde el Sky Deck, en la Willis Tower, y disfruté un atardecer de luna llena con un vino blanco en la mano desde el 360 Chicago. Las vistas son similares: puedes ver el norte, sur, este y oeste de la ciudad. Curiosamente, por la mañana tuve la suerte de apreciar dos climas típicos de Chicago: uno lleno de nubes y neblina, en el cual casi no se veían los edificios, y, por la tarde, casi todo soleado. Me impresionó la rapidez con la que van las nubes gracias al fuerte viento y lo impredecible que puede llegar a ser el clima.
Y en este viaje de primeras veces visitamos el Art Institute Museum, uno de los museos y también una de las escuelas de arte más antiguos de Estados Unidos, en un tour privado que me permitió ver Monets, Van Goghs y Picassos juntos sin tener que esquivar a personas y con el privilegio de analizar una obra por el tiempo que yo quisiera, sin presión. El Art Institute of Chicago fue fundado en 1879 y originalmente fue llamado Chicago Academy of Fine Arts, cuya misión fue promover el arte y la educación artística en la ciudad. En 1893, el museo se trasladó a su edificio actual en Michigan Avenue, diseñado para la Exposición Mundial Colombina de ese año. Desde entonces ha ampliado su colección y sus instalaciones, incluyendo la adición de un ala moderna diseñada por Renzo Piano en 2009. Hoy, el Art Institute es casa de una de las colecciones de arte más importantes del mundo. Me llamó mucho la atención el silencio que puedes percibir en un lugar como éste, pues es realmente imponente. Aunque no pudimos recorrer cada una de las salas, puedo decir que es una experiencia que siempre voy a recordar…, sobre todo la próxima vez que vuelva a un museo y ya no lo tenga para mí sola.
Y así me di cuenta de que en ciudades tan ricas como Chicago puede haber cientos de primeras veces. Y yo estoy lista para mi siguiente primera vez.