Llevo viajando alrededor del mundo más de 16 años y, cuando empecé a hacerlo, al decir que era de Colombia, la mayoría de las veces me venían con comentarios negativos de mi país y lo asociaban con lo que veían en las películas, las series y los medios. Luego, esto fue cambiando y empezaron a hablar de Shakira, Maluma, nuestro futbol, Karol G, nuestro café. Pero hace un par de años las cosas empezaron a cambiar de verdad. El país entró en un proceso de paz y nuestras fronteras invisibles se empezaron a abrir para nosotros y para el mundo entero. Y entonces pudimos conocer el país como lo que realmente es: el más biodiverso del mundo por kilómetro cuadrado y el que más especies de aves tiene. El que guarda tesoros poderosos, mágicos y uno a la vuelta de la esquina.
Y así fue que yo también me reencontré con Colombia; con dos de mis destinos favoritos, que antes no podía visitar, pero en los que ahora se puede conectar con paisajes, animales y personas que parecen sacados de una película.
Caño Cristales
Un río cristalino que se disfraza de rojo cinco meses al año.
Desde pequeño, mi papá me hablaba de un río totalmente transparente que se veía rojo en los llanos orientales. Para mí era algo impensable. En 2011 me puse la tarea de conocer las áreas más remotas y vírgenes de mi país.
La travesía a este destino empezaba en aquel entonces con un DC3, uno de los aviones más viejos del mundo que aún sigue volando. Uno se sentaba en sillas pegadas a las paredes del avión y en el centro iba la carga: gallinas y motos. Desde el avión se podía apreciar la inmensidad de la llanura colombiana y al mismo tiempo charlar con los pilotos que viajaban con las ventanas abiertas. Después de 35 minutos de vuelo aterrizamos en La Macarena, en Meta, un municipio que anteriormente fue parte de la zona de distensión de las farc (una zona que el gobierno le otorgó a la guerrilla y toda presencia militar estatal se fue ahí durante meses). Una carreta jalada por un burro recogió nuestra maleta y nos montamos en una canoa por todo el río Guayabero para descubrir el famoso río de varios colores.
Hacía calor, algo de humedad. Seis guacamayas nos rebasaron cantando a todo pulmón por la Orinoquia colombiana. Las miré y sonreí. La caminata para llegar al sitio es única; muchos de los exguerrilleros se convirtieron en guías y conocen esta zona como la palma de su mano. Ellos empezaron a ver en el turismo una alternativa de trabajo muy interesante. Me enseñaron sobre las plantas y los animales locales, mientras el río empezaba a sonar a la distancia. Se escuchaban las caídas de agua, así que empecé a apretar el paso hasta llegar a una zona llamada Los Ochos. Los rayos del sol pasaban a través del agua cristalina y el rojo del fondo se veía más lindo de lo que imaginaba. Las plantas iban y venían mientras el río se movía.
Respiré profundamente y agradecí estar ahí, con una belleza natural como ésa al frente.
¿Por qué se ve rojo el río?
Hay una planta (Macarenia clavigera) que se aferra, con todas sus fuerzas, a la piedra cuando el río crece y entonces se pinta de rojo. Esta planta se encarga de tupir el fondo de este río transparente como si fuera un tapete natural. Cuando uno mira para abajo, se ve la alfombra roja más linda del mundo, con peces y tortugas disfrutando y desfilando encima, y, si se mira hacia arriba, se ven loros y águilas volando, acompañados de los cantos de los monos aulladores a lo lejos.
Esta zona tiene varios recorridos y da para quedarse un par de días descubriendo sus diferentes cascadas y escondites. Las cascadas tienen una energía especial: es importante meter los pies descalzos en el agua y sentir que toda la mala energía se la lleva la corriente. Descubrir estos sitios, que fueron un secreto para algunos durante muchos años, da una felicidad y satisfacción únicas.
¿Cómo llegar?
Hoy ya hay vuelos directos desde Bogotá en aviones comerciales y hoteles de otro planeta en medio de la manigua.
¿Cuándo ir?
De julio a octubre.
¿Dónde dormir?
En La Manigua Lodge.
Chocó
Tierra selvática en el mar Pacífico
No hay carreteras para llegar por su tupida selva. Sólo se puede llegar en aviones pequeños o en barco. Aterrizamos en Nuquí, un municipio de fuerte influencia africana, donde suena el tambor y la marimba. Es el sitio donde las ballenas jorobadas deciden dar a luz después de migrar más de 8,000 kilómetros desde la Antártida año tras año.
Colombia tiene más de 60 parques nacionales y acá queda un par. Uno de ellos es Ensenada de Utría, cuna para los ballenatos recién nacidos y un sinnúmero de especies marinas. Para los amantes del buceo, este sitio es perfecto para ver animales grandes y oír a las ballenas cantar mientras uno bucea; dan escalofríos submarinos cuando se sienten estas vibraciones de amor pasar por el cuerpo.
Delfines, escualos, tortugas y tiburones ballena son algunos de los animales que se pueden ver debajo del agua. Por encima, tucanes, varias especies de monos, jaguares si uno tiene suerte y ranitas venenosas que le dan color a la selva. Hay caminatas espectaculares para ver a las ranas en su estado natural y entender la relación que tienen con una de las comunidades indígenas de la zona, los embera, quienes poseen un conocimiento ancestral de la zona único. Sus saberes acerca de remedios a base de plantas y su forma de conectar con la naturaleza son parte primordial de una visita a este territorio. Anteriormente se utilizaba el veneno de las ranas como aliado en su caza. Le aplicaban un poco del veneno a sus flechas y de esa manera eran mucho más efectivas.
Ésta es una zona donde la selva se une con el mar, donde se pueden ver tucanes volando mientras caminas por la playa oscura y virgen, y pasas de bañarte en el mar a estar debajo de una cascada en uno de los sitios más húmedos y diversos del mundo.
¿Cuándo ir?
En temporada de ballenas: de junio a octubre.
¿Dónde dormir?
En el hotel Punta Brava.