Cali: la ciudad colombiana para el arte subterráneo
La salsa, el cine, la gastronomía, el Petronio Álvarez, la feria…, lo ya conocido de Cali se entremezcla con los procesos de jóvenes artistas que están gestando un circuito de las artes movido por el voz a voz.
POR: Redacción Travesías
Cali, la de la salsa acá y allá “que todo el mundo te cante / que todo el mundo te mire”, la de la exquisita gastronomía influenciada por sabores del Pacífico, la de los siete ríos, las ceibas, los samanes y la feria decembrina, resurgió culturalmente luego del estallido social de abril de 2021 que tuvo entre sus imágenes más difundidas la escultura de un puño de 12 metros de altura sosteniendo un cartel con la palabra “Resiste”.
Las artes tan vivas de entonces son hoy miradas anhelantes de conexión, de diálogo, de calidez. Los nuevos espacios de enunciación y sus procesos están tejiendo puntos de encuentro entre pares con el fin de seguir dinamizando una ciudad que, como los artistas locales cuentan, es más que salsa y espectáculo.
Treinta y tres grados, sin brisas, hacen de la ciudad una caldera. Es mediodía. En una casa ubicada en una de las calles empinadas del tradicional barrio de San Antonio se imprime el futuro. Al menos eso dicen Sara y Ser, artistas fundadores de Casa Futura, un estudio de risografía que recién imprimió a una sola tinta (rosa) el libro Rosáceo, de la artista Ana María Lozano, sobre su viaje a la capital del valle del Cauca, en el suroccidente de Colombia.
“El estallido social movilizó mucho el espíritu de los artistas para hacer arte y hablar de lo que les pasa. El arte caleño es resistencia, más que cualquier otra cosa”, menciona Sara. “Fue un estallido cultural. Cali más que espacios tiene procesos porque, a diferencia de otras ciudades, es fácil encontrarse con la gente y la gente, cuando se encuentra, hace cosas. En eso estamos”, añade Ser, con un interés particular por las experiencias de las vidas trans y los cuerpos racializados en una ciudad que define como “muy queer y muy negra”.
Al ser conscientes de que los habitantes de Cali tienden a aquello que ocasiona proyectos efímeros, inconstantes o presos de una agenda, artistas caleños menores de 35 años están estrechando la relación entre ellos, el público local y extranjero, la ciudad y la región. ¿Un circuito de las artes? Es muy apresurado decirlo, pero ya se está viendo en los barrios –San Antonio, Granada, El Peñón– circundantes al río Cali y su bulevar, en los que es más fácil moverse a pie y a los que llegan más turistas, y en zonas periféricas como Siloé, donde se popularizaron los recorridos de murales.
“Casa Futura es un lugar para pensar las formas de movernos hacia el futuro, rompiendo la cotidianidad, quebrando el tiempo y el espacio, y abriéndonos a otros”, comenta Sara, quien hace énfasis en cómo el lenguaje de la riso, la máquina de puntos y píxeles con la que han publicado Rosáceo, La edad del goce y pronto un manifiesto de la dominicana Johan Mijail, es símbolo de la diversidad que existe en Cali, producto de sus migraciones.
A ocho calles de Casa Futura está otra casa, Ternario, que opera como agencia de diseño, mercado gráfico y residencias artísticas. Allí, la diseñadora gráfica y gestora cultural Patricia Prado se convirtió en una de las líderes más visibles del movimiento de las artes gráficas en la ciudad. Rescató, por ejemplo, el taller de impresión tipográfica La Linterna –en funcionamiento desde los años treinta y en poder de máquinas que datan de 1870 y 1890– con la formación de nuevos públicos, varias residencias artísticas y el encuentro de artistas con maestros del grabado y la impresión antigua. Carteles coloridos de salseros como Jairo Varela, Celia Cruz y Johnny Pacheco, o mensajes de la cultura popular y de los pueblos originarios como “Soy porque somos”, “Vivas nos queremos”, “Todo el poder para la gente”, “Viche y arrechón: del Pacífico con amor”, no sólo revisten la fachada de La Linterna, sino que se venden como piezas de colección.
“La gráfica es la posibilidad de traducir. Ya no es efímera en las calles de Cali, tiene un proceso, hay una imprenta activa, reúne voces, es disruptiva”, dice Patricia, partícipe del Encuentro Latinoamericano de Gráfica Feminista y quien forma parte de Circuito Gráfico, que realiza turismo cultural, creativo y sostenible para difundir la gráfica local a pie o en bicicleta. “Cali venía siendo narrada por una élite durante mucho tiempo. El estallido social ayudó a que haya nuevos relatos de Cali, otras formas de contarla. Ahora hay un circuito más underground, más alternativo, que propone agenda constantemente. Un circuito subterráneo que sigue estando en otra capa, pero está”.
Además de Casa Futura, Ternario y La Linterna, la movida artística en San Antonio la complementan Casa Mixtura y Sonora, dos centros culturales en los que prima la música en vivo, las ferias de emprendimientos locales y los talleres de bienestar.
Hacia el oeste, en la Avenida del Río, se lee en una pared “Museo La Tertulia”. Una escultura de parachoques se alza sobre las escaleras de la plazoleta. Es Flor, de Feliza Bursztyn, hecha en 1975 con hierro y acero soldado. A la derecha, un enorme samán les da sombra a jóvenes que tensan una cuerda sobre una de sus ramas para hacer equilibrio. Algún mantel de pícnic se atraviesa. Y es justo ahí, en los tupidos jardines, donde todos los sábados, a las cuatro de la tarde, comienza “A orillas de La Tertulia”, una caminata guiada por el pasado de la ciudad, el río y lo que rodea uno de los íconos de las artes plásticas del país, con 67 años de historia y un acervo de 2,000 obras.
Sin embargo, Casa Obeso Mejía –una mansión de estilo español californiano de la década de los cuarenta, extensión del museo desde 2015 y conectada con él por un puente de hierro– es la plataforma para las propuestas de las nuevas generaciones de artistas que se exhiben en las cocinas, los baños, los cuartos, los jardines, la piscina. “La casa tiene una dinámica distinta a la del museo. Hemos venido trabajando principalmente con formadores, artistas emergentes y espacios como Lugar a Dudas y La Linterna, que hacen intervenciones in situ”, explica Luis Díaz, del equipo de educación de La Tertulia.
Al otro lado de la avenida, cerca de la heladería Ventolini y la afamada escultura Gato, de Hernando Tejada, abrió Street Lab, un laboratorio pedagógico de arte urbano y tecnología dedicado a la producción de obras de arte. “Aquí se viene a rayar” se escucha de fondo. “Street Lab nace con la intención de profesionalizar el arte urbano y explorarlo con corte láser, impresión 3D, tufting gun, grabado. El espacio es muy orgánico. La idea es que, quien lo necesite, pueda usarlo, que el artista lo nutra con programación y la actividad cultural próxima al río se siga fortaleciendo. El movimiento genera movimiento”, expresa Andrés Pedroza, artífice del proyecto junto con Iván Salazar y su Fundación Culata. Tras unos cuantos pasos, el taller abierto Andradecosas, del artista Carlos Andrade, programa exposiciones de artistas locales.
A 10 minutos en coche, el doble de tiempo si uno camina y un poco más si se distrae con la escultura sonora de las trompetas del Grupo Niche, en la Plazoleta Jairo Varela, se llega a Granada, el barrio que en cualquier viaje tiene una parada por sus restaurantes fusión. Es ahí donde el artista plástico Jesús López trabaja como coordinador del centro de documentación de Lugar a Dudas, el espacio independiente de creación artística contemporánea de Óscar Muñoz y Sally Mizrachi, crucial en procesos de investigación y memoria, programas de residencias, diálogos expansivos y otras lecturas críticas sobre el entorno.
Lugar a Dudas alberga 7,000 libros de teoría y de artistas, catálogos individuales y colectivos, revistas de arte, cine y fotografía para consulta interna. Hoy, después de una pausa obligada a causa de la pandemia y una reapertura basada en un ritmo diferente, se habla de clínicas artísticas, cátedras y nuevos programas. “Estamos apostando mucho por la pedagogía porque nos dimos cuenta de un aspecto en común: Lugar a Dudas como una escuela. Nuestra premisa es la escucha activa. Con ‘Oídos en los talones’ tendremos actividades interdisciplinarias acerca de cómo a partir del cuerpo podemos escuchar y entender al otro desde distintas perspectivas”, afirma Jesús, quien recibe diariamente a investigadores, estudiantes y profesores universitarios.
Más lejos, en un sector legendario que lleva un siglo como pista de baile, “si va al barrio Obrero / se vuelve rumbero”, la reja salmón de una bodega que antes almacenaba plástico anuncia la llegada a Zahav Gallery. Esta galería, enfocada en el arte emergente local, la escultura y la pintura, despierta la curiosidad de los vecinos. “Realizamos talleres, performances, actividades vinculadas con el sonido”, dice su curadora, la historiadora del arte Laura Sánchez. “Lo que yo estoy intentando es que venga otro público, que no sea el que ya conoce qué es un dibujo o un collage. Los espacios en Cali mueren porque siempre van los mismos”.
Muchos, cuando la visitan, persiguen a la Cali rebelde de los años sesenta y setenta, la de Andrés Caicedo, Luis Ospina, Carlos Mayolo, la pachanguera del Grupo Niche. Pero Cali también es la que están creando, a veces en secreto, los que aquí hablan.
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