Argentina

Una guía de Argentina para viajeros principiantes

Argentina es amplio y diverso, con algo para todos, pero también puede ser un reto explorarlo. Por eso proponemos esta guía para empezar.

POR: Iker Jáuregui

Lobos marinos y cormoranes (apodados falsos pingüinos por los locales) que pueden verse en el trayecto hacia la isla Martillo, donde habitan los pingüinos de Magallanes. (Foto: Monica Orduña).

Visto con cuidado, un mapamundi nos podría decir todo lo que hay que saber antes de un viaje por Argentina. Sus grandes concentraciones urbanas son evidentes entre las decenas de nombres encimados a lo largo del Río de la Plata. Por el contrario, la desolación de La Pampa se intuye en el vacío de información y simbología que hay justo en el centro. El relieve sugiere la dimensión de los Andes, que imponentes recorren la frontera con Chile, y con colores nos muestra sus ríos ilustres o sus regiones heladas. El mapa incluso nos propone una ruta de viaje, marcando todos los caminos que siempre parecen llegar o salir de la inevitable Buenos Aires.

La cartografía, sin sesgos, filias ni fobias, no deja espacio para discusiones. Sin embargo, hablamos de Argentina. La tierra del River contra el Boca; del peronismo, el macrismo, el kirchnerismo y tantos otros ismos encontrados; de unas largas y acaloradas sobremesas, donde no hay nada que no pueda –y que no deba– ser sometido a discusión. Ahí es donde las cosas empiezan a volverse complicadas para el viajero.

Busca una buena pizzería en Buenos Aires y tendrás una recomendación distinta por cada porteño al que le preguntes. ¿Una sugerencia de vino? Dependerá de si lo sirve un mendocino o un salteño. Ni hablar de sondear por el mejor corte para un asado. ¿Qué consejo seguir en un lugar donde todo el mundo tiene una opinión y nadie nunca parece ponerse de acuerdo sobre nada?

Entonces, para asomarse a Argentina por primera vez, habría que empezar guiándonos por las pocas certezas quetenemos. Esas escasas verdades en las que al menos una mayoría coincide. Primero, saber que no se puede recorrer el segundo país más grande de Sudamérica en un solo viaje. Segundo, que vale la pena ir tan lejos como sea posible, porque aquí incluso se puede llegar al fin del mundo. Tercero, que no hay que dejar de probar nada, sobre todo cuando se trata de producto local –cosas del famoso orgullo argentino–. Cuarto, que el famoso orgullo argentino podría parecerle exagerado a algunos, pero de ninguna forma está infundado.

Primera parada, Buenos Aires

Hablando de certezas, está Buenos Aires. Ya nos mostró el mapa cómo todos los caminos en Argentina llevan a su capital. También nos lo deja claro la demografía. Así son las ciencias exactas. El Área Metropolitana de Buenos Aires, una de las 20 megalópolis más pobladas del mundo, concentra casi 40% de la población nacional. Naturalmente, también aquí vive una buena parte de la inmensa cultura argentina, de su siempre innovadora gastronomía, muchas de sus historias, sus películas, y el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, donde llegan al país vuelos directos desde lugares como Ciudad de México. Por estas y muchas otras razones tiene que ser el punto de partida lógico para cualquier viajero.

De Buenos Aires ya se han escrito bibliotecas enteras y cualquier espacio en una guía para principiantes muy seguramente nos quedará corto. Pero, de alguna forma, hay que entrarle a esta gigantesca metrópoli. La primera recomendación sería ubicarse bien entre sus barrios, lo cual no es muy difícil, pues todos están bien definidos por identidades claras, como si fueran pequeñas naciones independientes. El sur y el norte se caracterizan por ser más bien residenciales, con excepciones como el barrio de La Boca, una de los paradas que se incluyen en todas las listas, pero que en algún momento se llenó de tiendas de souvenirs y photo opportunities con falsas tangueras y estatuas de Maradona. Eso sí, es una peregrinación obligada entre los aficionados al futbol, para ver La Bombonera.

Fito Páez ya dijo que no sabía si su ciudad era “Baires o Madrid”, y es cierto que el centro está hecho a imagen y semejanza de cualquier capital europea. Entre edificios como el Palacio Barolo o el Teatro Colón, ésa suele ser la primera impresión sobre Buenos Aires. Aun así, en un paseo a pie por sus barrios más famosos, como Recoleta, Microcentro, Palermo o Chacarita, quedará suficientemente claro que, más bien, tiene alma latina. Son ese tipo de contradicciones lo que la hace una ciudad única. No en todo el mundo podemos encontrar un mural de Siqueiros, conservado dentro del Museo Casa Rosada, un ejemplar tan preciso de la arquitectura brutalista como la Biblioteca Nacional o un centro financiero con rascacielos modernos en Puerto Madero, todo a cuadras de distancia.

Algunos aplauden que muchos barrios tradicionales se han modernizado, otros dirán que esta parte de la ciudad se está gentrificando. Chacarita, Villa Crespo, Abasto, Rojas, Belgrano eran zonas que solían respirar la típica vida porteña, pero que últimamente se han puesto de moda para ser sede de innovadores proyectos jóvenes de gastronomía, arte y diseño. Todo ha resultado en un nuevo contraste entre dos facetas de la ciudad que conviven pared con pared. La vida barrial sobrevive en los bodegones, esos restaurantes imperdibles con toda la tradición, como El Banderín o El Obrero, donde se puede comer enormes milanesas con papas fritas y tomar vino de la casa a precios muy accesibles –yo los explico como una versión argentina de las cantinas–. A unas pocas calles también se encuentran algunos de los lugares de moda, como Julia, la propuesta fine dining del chef Julio Báez, o La Fuerza, una vermutería local a la que no sólo hay que ir a tomar algo, sino a comprar varias botellas para traer a casa.

Hablando de tragos, hay que decir que los argentinos se han vuelto unos excelentes mixólogos. No le tienen miedo a nada, ni a mezclar el fernet con cola, lo que en Italia podría ser un pecado serio, pero que aquí han hecho su bebida definitiva. También tienen una peculiar fijación por los speakeasies. Varias de las mejores barras porteñas se esconden en negocios fachada, como La Uat, detrás de una rosticería, o La Florería Atlántico, dentro de… una florería. Otra tendencia muy particular es la de los bares con nombres frutales, como Naranjo, excelente por su enorme selección de vinos locales, o El Limón, que siempre tiene casa llena, y será por algo.

Mucha de la vida nocturna de la ciudad se concentra en Palermo, un barrio a su vez dividido en otros barrios internos, como Palermo Soho, Palermo Hollywood o Palermo Viejo. También la mayoría de los mejores restaurantes de Buenos Aires, como Preferido, Don Julio o Niño Gordo, la nueva sensación asiática, se encuentran a la redonda. Además, aquí está el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), uno de los puntos neurálgicos para la cultura argentina e incluso de toda América, con una colección que incluye obra de Frida Kahlo, Antonio Berni y Tarsila do Amaral. Nada más.

Por opciones culturales no paramos en la capital argentina. Empezando por la impresionante cantidad de librerías que parecen surgir en cada esquina, como Falena, Eterna Cadencia, La Librería de Ávila y, sobre todo, la famosa El Ateneo Grand Splendid, un antiguo teatro que ahora está inundado con libros. La Galería Patio del Liceo, un colegio convertido en multiespacio cultural, reúne disquerías, galerías de arte y boutiques de diseño de creativos locales. Y para asomarse a la escena musical emergente, que no cesa de darnos grandes talentos, nada como un concierto en Ciudad Cultural Konex.

Segunda parada, el noroeste

Siguiendo con los contrastes argentinos, nuestra segunda parada nos llevará del centro de todo lo que sucede en el país a uno de sus rincones más enigmáticos y quizá menos explorados por turistas primerizos. Craso error, porque, aunque desértico y remoto, el noroeste de Argentina es una región que cambia radicalmente el panorama natural y, sobre todo, cultural. Ésta es de las pocas regiones donde aún se resguarda el patrimonio de los pueblos originarios que habitaron el territorio antes de la conquista española. Salta, Tucumán y Jujuy, las provincias más importantes de la región, son perfectas para explorar esta faceta prehispánica.

Aquí se conservan varios de los asentamientos arqueológicos más grandes del país, como las ruinas de Quilmes, en Tucumán, o Pucará de Tilcara, en Jujuy. El legado cultural permanece vivo sobre todo gracias a su gente. En la región todavía hay muchos habitantes quechuas, kollas o atacamas, que sostienen las tradiciones y costumbres de sus grupos étnicos a pesar del avance de la modernidad. Festividades como el Carnaval de Humahuaca, que ocurre todos los febreros en Jujuy, son un ejemplo del arraigo que aún existe en estas comunidades.

La región desde luego tiene sus capitales, grandes y modernas ciudades desde las que normalmente se llega a este alejado rincón del país. Pero, para asomarse a ese legado, hay que ir a los pueblos del desierto, como Purmamarca, que justo frente al impresionante cerro de los Siete Colores parece haberse quedado atrapado en el tiempo, como sacado de una película del Viejo Oeste, o Iruya, el pueblo salteño que “cuelga de la montaña”, ubicado a 2,780 metros sobre el nivel del mar, justo en las laderas de la sierra de Santa Victoria.

Es que, además del profundo legado cultural que sobrevive en la región, lo que más atrae a la mayoría de los visitantes hasta el noroeste argentino son sus paisajes. Entre las montañas y el desierto naranja se forman unos recorridos naturales imperdibles en lugares como Talampaya, Valles Calchaquíes o Quebrada Don Eduardo. Para sumergirse de lleno en el paisaje, nada como el Tren a las Nubes que, en una franca locura de la ingeniería, implica un viaje en tren a nada más y nada menos que 4,220 metros de altitud. Justo entre Jujuy y Salta también se han formado Salinas Grandes, que, como su nombre lo explica, es un enorme salar extendido por más de 200 kilómetros cuadrados para formar otro de los paisajes más dramáticos del viaje.

El suelo salado también ha contribuido para que aquí tenga lugar una de las regiones vitivinícolas más especiales de Argentina. Aunque si bien no es la zona que les ha dado fama internacional a los vinos locales (de eso ya hablaremos en nuestra próxima parada), hay varias bodegas que siguen creciendo alrededor del poblado de Cafayate, en Salta, como Colomé, El Esteco o Finca Las Nubes.

Tercera parada, Mendoza

Ya tuvimos una pequeña probada de lo que son los vinos argentinos, aunque para descubrir sus mejores versiones hay que viajar hasta su epicentro. También al oeste del territorio argentino, justo en la frontera con Chile, pero bajando un poco más al sur, la provincia de Mendoza históricamente siempre ha sido un lugar dedicado a la agricultura. Aunque desértico y árido en grandes porciones, los productores aprovechan las grandes caídas de agua que bajan desde la cordillera de los Andes y forman unos oasis donde se puede dar la mejor uva del país.

En Mendoza, todo gira alrededor del vino. Se calcula que las más de 1,200 bodegas que hay en la región representan 70% de la producción vitivinícola total en Argentina. La mayoría abre sus puertas a visitantes para recorridos entre las viñas y catas de sus mejores etiquetas. El plan aquí es simple, tomar un auto e ir de viñedo en viñedo, aunque un buen consejo es reservar con tiempo, incluso con meses de anticipación, para no tener imprevistos en el itinerario. Si bien los viñedos se reparten por toda la provincia, hay zonas dentro de Mendoza que se han hecho de fama mundial por sus vinos multipremiados. Específicamente en el área del valle de Uco, al norte del río Tunuyán, se pueden visitar varias bodegas importantes, como Kaiken o Alpasión. En los alrededores de la capital homónima de la provincia también hay viñedos de muchísima tradición, como Ruca Malén y Navarro Correas.

Moderna y multifacética, Mendoza capital es una de las ciudades más importantes de Argentina. Y aunque todo el mundo llega acá sobre todo por sus vinos, no está de más dedicarle algo de tiempo a sus calles. Hay que hacer un recorrido partiendo desde su núcleo, la Plaza de la Independencia, y dar una vuelta por el resto del centro entre sus banquetas llenas de árboles y el Parque General San Martín. Por la noche, el eje de la ciudad se mueve hacía la calle Arístides Villanueva, donde se ha concentrado la vida nocturna de Mendoza.

Con la producción vitivinícola como pretexto, la provincia se ha vuelto uno de los destinos más sofisticados de Argentina. Sólo quizá con excepción de Buenos Aires, en ninguna otra parte del país se pueden encontrar tantos hoteles de lujo como en Mendoza. Empezando por el Cavas Wine Lodge, parte de la asociación hotelera Relais & Châteaux, una finca de 22 hectáreas que pone a sus huéspedes en el centro de la ruta del vino mendocino, con habitaciones coloniales que dan justo a los viñedos. Más enfocado en una oferta de bienestar, también está el hotel boutique Entre Cielos y, si lo que buscas es sumergirte en la naturaleza de la región, nada como Estancia Rancho ‘e Cuero, 3,000 hectáreas de praderas y graneros entre los Andes.

El viaje sólo puede completarse con la excelente oferta gastronómica que ha crecido paralela al buen vino de la región. No por nada, la Guía Michelin ha escogido Mendoza como su único destino en Argentina, además de Buenos Aires. Chefs de todo el país, como Francis Mallmann, que abrió aquí su restaurante 1884, han aprovechado la benevolencia de esta tierra, que no sólo se limita a la producción de uva, para crear opciones de alta cocina basadas en productos de temporada. Es el caso de Azafrán, del chef Sebastián Weigandt, quien, aliado con una extensa red de productores locales y tras sumergirse en un amplio trabajo de investigación, logra una experiencia de auténtica gastronomía mendocina. Otro imperdible para cualquier visitante es Siete Cocinas de Argentina, donde el chef Pablo del Río aprovecha el producto de Mendoza para desplegar un viaje por la cocina de diferentes partes del país.

Cuarta parada, Bariloche

La ruta 40 es una legendaria carretera que recorre Argentina de punta a punta, persiguiendo la cordillera de los Andes, desde el cabo Vírgenes en la Patagonia hasta el límite con Bolivia. Quizá sea uno de los mejores roadtrips que se pueden hacer en todo el mundo, pero recorrer sus 5,200 kilómetros es un viaje en sus propios términos, al que habría que dedicarle al menos un mes. En su lugar, el Camino de los Siete Lagos es una buena alternativa que cabe en cualquier itinerario.

Foto: Monica Orduña.

Esta porción de la ruta 40 recorre la distancia entre Bariloche y San Martín de los Andes, pasando, como su nombre lo indica, por siete lagos: Corrientoso, Espejo Grande, Escondido, Villarino, Fuentes, Hermoso y Lacar. Cada uno más impresionante que el anterior. El viaje en auto sirve para entrar de lleno en una región famosa sobre todo por la práctica de deportes de invierno en montañas como Cerro Catedral, el centro de esquí más desarrollado de Sudamérica. Por su parte, el verano es la única época del año en la que los viajeros pueden aprovechar las playas que se forman en cada lago y sumergirse en aguas que en otras temporadas están congeladas.

El panorama desértico que acompaña a los viajeros en el norte empieza a volverse más verde, entre los espesos bosques de arrayanes. Es la señal inequívoca de que estamos entrando a la Patagonia. Entre árboles, lagos y montañas, no es ningún misterio que tantas generaciones de migrantes europeos hayan escogido esta parte de Argentina para hacerla su casa lejos de casa. La influencia de comunidades suizas, italianas y alemanas es palpable en la arquitectura predominante de pintorescas casitas de madera, pero también en la gastronomía típica de la región. Especialidades locales como fondue, trucha, salmón y carne de ciervo comparten el menú con la cocina típica del resto de Argentina, en restaurantes de mucha tradición como La Fondue de Betty, en San Martín de los Andes, o incluso en propuestas más modernas, como Alto El Fuego, en Bariloche.

Precisamente en Bariloche, la ciudad más poblada de la provincia de Río Negro, se concentra buena parte de la oferta turística de la región. Después de completar el Camino de los Siete Lagos conviene regresar para pasar al menos una noche y explorar los caminos que suben hacia las montañas desde el lago Nahuel Huapi. Siguiendo el Circuito Chico, una carretera escénica que serpentea alrededor del lago por 60 kilómetros, se puede alcanzar unos miradores que despliegan toda la belleza del pueblo, mezclando en un vistazo las montañas nevadas, la inmensidad del lago y la nostalgia de los edificios de madera del centro de Bariloche.

Hay que parar en el kilómetro 33 para tomar una cerveza en la sede de Cervecería Patagonia, donde, más que una simple cervecería, han creado todo un centro ecoturístico con actividades para que los visitantes puedan acercarse a la labor detrás de la cerveza favorita de la región. Más tarde, la vida nocturna se activa en el centro de la ciudad, en lugares como Nené Bar, que además de una amplia selección de vinos de pequeños productores y buena coctelería siempre tiene música en vivo de bandas y artistas que llegan desde otras partes de Argentina.

Quinta parada, Patagonia

En Bariloche apenas hemos entrado a la Patagonia como para podernos dar una idea de los paisajes que nos esperan cuando descendamos hasta el sur de Argentina y demos con el “fin del mundo”, donde acaba el continente americano. Llegar a este punto de la Patagonia significa entrar de lleno en uno de los ecosistemas más salvajes del planeta, donde muy pocos han llegado antes y las temperaturas durante el invierno descienden hasta por debajo de los cero grados, enfriados por los vientos que viajan desde la cercana Antártida.

Desde luego, no es precisamente fácil llegar acá. Un vuelo de Buenos Aires toma cerca de cuatro horas hasta El Calafate, una de las ciudades más grandes de la Patagonia que, además de ser la puerta de entrada a la región desde otros lugares de Argentina, también es el acceso al Parque Nacional Los Glaciares. El trayecto vale la pena porque en El Calafate encontraremos uno de los mayores espectáculos naturales del planeta, el cual, según la ciencia, además tiene una fecha de caducidad por el avance del calentamiento global. En el parque, de aproximadamente 724,000 hectáreas, se han contabilizado 356 glaciares, incluyendo el más famoso, Perito Moreno, que tiene un frente de cinco kilómetros de longitud y unos 60 metros de altura. El glaciar puede explorarse desde los miradores que lo rodean, en barco o en kayak desde el lago Argentino, o incluso en excursiones a pie sobre la superficie de hielo.

Foto: Monica Orduña.

A menos de cuatro horas en coche, por un camino que rodea el lago Argentino y el lago Viedma, hay que aprovechar el viaje y también ir a Chaltén, la autonombrada “capital argentina del trekking”. Como todo en el resto de la Patagonia, la visita se centra en la profunda naturaleza virgen. Por aquí se llega al monte Fitz Roy, que, aunque no es uno de los picos más altos de los Andes, es famoso porque implica una de sus excursiones más difíciles. Para quien busca algo más sencillo, el entorno natural de Chaltén ofrece otras excursiones imperdibles, como una caminata a la laguna de los Tres o hasta el cerro Torre.

Por si aún no te sientes lo suficientemente lejos de la civilización, entonces hay que tomar un vuelo a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, la última frontera antes de entregarse por completo a la naturaleza en su forma más cruda. Un viaje a Ushuaia sirve para atestiguar de primera mano la capacidad de la supervivencia humana, con la formación de una ciudad imposible que desafía cualquier regla de la naturaleza. Este lugar, donde habita una población itinerante de más o menos 80,000 personas, se puede recorrer en 10 minutos paseándose entre casitas de madera y el puerto, donde se concentra la mayoría de la actividad. Cerca de ahí está el Museo Marítimo de Ushuaia, el cual, dentro de una antigua cárcel, despliega la historia de la ciudad y el resto de la enigmática región de Tierra del Fuego.

Para el resto de la estancia en Ushuaia, desde luego la naturaleza recupera el protagonismo, con excursiones a lo largo del canal Beagle, un ferry a isla Martillo para ver a los pingüinos que llegan hasta esta parte del continente o caminatas para llegar a la famosa laguna Esmeralda o el glaciar Martial. El Parque Nacional Tierra del Fuego, justo a un costado de Ushuaia, es una extraña combinación de bosque, mar y montaña que difícilmente puede encontrarse en otro lugar de Argentina. Hasta allá se puede llegar a bordo del Tren del Fin del Mundo, un nombre muy ad hoc para los paisajes blancos que va atravesando durante el trayecto.

 
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