Existen pocos hitos arqueológicos tan importantes para la historia como la Piedra de Rosetta. Su descubrimiento y estudios posteriores sentaron las bases para los procesos de investigación idiomática que permitieron la reconstrucción de otros notables documentos. Pero, antes que nada, sirvió para la comprensión más exacta del antiguo Egipto, como un pilar fundamental de su cultura que, sin embargo, hoy descansa lejos de casa.
Entre guerras, ocupaciones y colonialismo, la Piedra de Rosetta terminó fuera de Egipto y llegó hasta el Museo Británico en Londres, donde ha estado exhibida desde 1802. Sin embargo, hay un grupo de arqueólogos egipcios que quieren revertir esto y regresar esta pieza tan importante a su tierra de origen y donde, para ellos, pertenece.
¿Por qué es tan importante la Piedra de Rosetta?
Para entender la razón de una disputa por su destino, primero hay que dejar clara la importancia de la Piedra Rosetta para Egipto. De forma muy básica, hablamos de un monumento construido en Menfis, la ciudad capital del antiguo Egipto. Más precisamente, del fragmento de una piedra monolítica, de poco más de un metro de altura y 75 centímetros de ancho, tallada alrededor del año 196 a.C.
Pero, su antigua utilidad y su interés moderno no tienen nada que ver con la piedra en sí, más bien con el texto inscrito en su superficie. En el pasado, cuando la Piedra de Rosetta formaba parte de un todo, servía para instruir a los habitantes de la ciudad sobre un decreto que establecía el culto divino al faraón Ptolomeo V. El contenido aparece en la piedra en tres diferentes escrituras.
Esta medida plurilingüe se explica al fondo del mismo decreto, que ordena su publicación en cada templo, inscrito en el “lenguaje de los dioses” o jeroglíficos, “el lenguaje de los documentos” o demótico y “el lenguaje de los griegos” asumido como oficial por el gobierno en turno. Lo que pudo haber sido una redundancia en el pasado, se convirtió en una herramienta imprescindible para que las sociedades modernas tradujeran el significado de los jeroglíficos egipcios que, hasta antes del descubrimiento de la Piedra de Rosetta, habían sido ininteligibles.
El conocimiento de la escritura jeroglífica tenía el potencial de ayudar a descifrar muchos de los misterios que aún rodeaban al antiguo Egipto. Varias de las inscripciones que hubieras servido para un mejor entendimiento de la cultura, los dibujos en los restos de tumbas y templos, que por entonces se desenterraban con velocidad, aún eran un enigma para los tiempos modernos.
Comparando los tres textos tallados en la piedra, que esencialmente tienen el mismo contenido, los investigadores pudieron acercarse al significado de cada ideograma, hasta que en 1822 el historiador francés Jean-François Champollion confirmó con éxito la traducción completa del texto escrito con jeroglíficos en la piedra.
Con el tiempo, esta primera interpretación de la Piedra de Rosetta también sirvió para decodificar otros documentos y comprender mejor la antigüedad en Egipto. La certeza del significado de algunos ideogramas facilitó que los investigadores descifraran el resto del sistema de signos e hicieran posible su lectura. Sin embargo, todo ese conocimiento vino con un precio que Egipto tuvo que pagar.
La salida de la Piedra de Rosetta de Egipto
A finales del siglo XVIII, en 1798, el ejército francés liderado por Napoleón emprendió una campaña para conquistar los territorios otomanos de Egipto y Siria. El objetivo era aumentar su actividad comercial en el Medio Oriente y, por consecuencia, contrarrestar el poderío que Reino Unido, importante enemigo del gobierno revolucionario francés, tenía en la región.
Además del interés comercial y estratégico en la zona, muchos expertos franceses habían señalado su potencial arqueológico y científico, por lo que la expedición tomó un doble propósito y, además de la batallas, terminó por convertirse en una prolífica misión cultural. Entre las huellas de la guerra y el trabajo de algunos civiles expertos que acompañaron al ejército francés, Egipto empezó a revelar sus secretos.
De hecho, la Piedra de Rosetta fue encontrada en pleno frente de guerra, cuando el ejército francés excavaba para reforzar un fuente en la ciudad de Rashid o Rosetta, al noroeste de Egipto, justo en la rivera del Nilo.
Después de dos años de batallas entre fuerzas napoleónicas y el ejército local, aliado a los británicos, Francia terminó por aceptar su rendición y se firmó la Capitulación de Alejandría. En dicho documento no sólo se formalizaba la victoria de Reino Unido, sino que también establecía que todos los artículos hallados por arqueólogos franceses durante la campaña pasaría a posesión británica, incluyendo la Piedra de Rosetta que tanta curiosidad había despertado en los investigadores.
Así, después de un largo viaje, la piedra llegó al puerto inglés de Portsmouth en 1802, para después ser transportada al Museo Británico de Londres donde permanece en exhibición desde entonces.
¿De regreso a casa?
Después de que la Piedra de Rosetta ha permanecido por más de dos siglos en Londres, un grupo de importantes arqueólogos han iniciado una petición al gobierno inglés para llevarla devuelta a Egipto.
De acuerdo con el propio Museo Británico, no se trata de una solicitud formal, levantada por el gobierno egipcio. Sin embargo, encabezada por arqueólogos de la talla de Zahi Hawass y Monica Hanna, ya ha juntado miles de firmas y está en proceso de formalizarse.
El argumento principal detrás de la demanda sugiere que la permanencia de la Piedra de Rosetta fuera de Egipto es un símbolo de violencia cultural y del saqueo del Imperialismo europeo. Además, insisten en la importancia de objetos históricos y de valor arqueológico para el turismo en Egipto, algo que incluso algunas autoridades del país han respaldado, como parte de sus renovados esfuerzos para atraer visitantes.
Además de la Piedra de Rosetta, el grupo de arqueólogos está peleando por el retorno de otros importantes objetos a Egipto, como el busto de Nefertiti, que actualmente se encuentra en Berlín, y el zodiaco de Dendera, que se puede ver en una visita al Museo del Louvre en París.