Siempre que un descubrimiento es desenterrado de las arenas de Egipto, merece la atención completa del mundo arqueológico. No es para menos, el suelo de este territorio guarda secretos sobre una de las civilizaciones más antiguas de la historia y todos sirven como testimonios directos del pasado de la humanidad. Por eso, cuando hace unos meses se desenterró lo que podría ser la momia más antigua de Egipto, el descubrimiento no podía pasar desapercibido.
Se trata de una tumba de aproximadamente 4,300 años de antigüedad, que fue encontrada durante los trabajos de exploración en una zona de interés arqueológico recientemente descubierta en Saqqara, la necrópolis principal de la ciudad de Menfis, capital del antiguo Egipto.
El grupo de investigadores, que lleva varios meses trabajando en esta zona cerca del Cairo, tuvo que excavar cerca de 15 metros de profundidad para encontrar esta tumba. Además, de este sarcófago, los arqueólogos encontraron otras tumbas, así como valiosos objetos históricos como estatuas y herramientas correspondientes a la Quinta y Sexta Dinastía de Egipto.
¿Qué significa este descubrimiento?
Algunos detalles encontrados alrededor de la tumba, así como inscripciones en el sarcófago y su disposición en torno a la necrópolis, les han permitido a los investigadores acercarse a la identidad de quien descansa ahí y, al mismo tiempo, conocer más sobre las costumbres y la sociedad egipcia.
De acuerdo con Zahi Hawass, célebre arqueólogo egipcio y director del equipo que trabaja en Saqqara, esta momia en particular podría ser la más antigua encontrada hasta la fecha en Egipto. La información sugiere que los restos datan de al menos cuatro milenios atrás y lo más importante es que, como el sarcófago permaneció completamente sellado durante todo ese tiempo, se encontraron prácticamente intactos, en un “emocionante” estado de conservación para su estudio.
Al interior del sarcófago de piedra caliza, el equipo de arqueólogos descubrió una momia cubierta de hojas de oro, con la intención de crear la ilusión de que el difunto tenía piel de oro, como muestra de las cualidades divinas que adquiriría después de la muerte.
La locación del entierro, fuera de una pirámide y entre la necrópolis de Saqqara, sugiere que la tumba pertenece a un civil común de la época y no a alguien de la realeza egipcia, aunque ciertamente alguien importante dentro de la antigua sociedad. De acuerdo con lo que se ha podido interpretar en las inscripciones del sarcófago, se trata de un hombre llamado Hekashepes.
Gracias a la conservación de su cuerpo, vendrán estudios científicos y arqueológicos posteriores que podrán asistir a los investigadores para acercarse aún más al significado de estos ritos, clarificar las costumbres y el día a día del antiguo Egipto.