Era la medianoche del 9 de noviembre de 1989 cuando, oficialmente, el Muro de Berlín colapsó; familias enteras se encontraron después de décadas separadas, viejos amigos se vieron, incluso desconocidos se abrazaron para celebrar que, por fin, eran habitantes de una sola ciudad. Horas antes de que el rumor de la unificación se volviera realidad, los ciudadanos de ambos lados habían destruído esa muralla con la ayuda de martillos, picos y cinceles.
A tres décadas de la caída del muro
Esta inmensa pared separó por 28 años a la República Federal de Alemania (Berlín Oeste) de la República Democrática Alemana (Berlín Este). Sin embargo, el llamado Muro de la Vergüenza también fue la barrera física que dividió al mundo en dos sistemas sociales en plena Guerra Fría: el capitalismo y el comunismo.
Varios trozos se han conservado para que no olvidemos lo peligrosos que son los muros y cómo al final siempre terminan por caer. Según la Fundación para la Reflexión sobre la Dictadura en Alemania Oriental, actualmente existen 241 pedazos de esta antigua frontera de concreto, los cuales se encuentran distribuidos en 146 memoriales en más de 70 países. Entre ellos el Museo de Memoria y Tolerancia en la Ciudad de México.
El pedazo de la Ciudad de México
Sin duda es un buen momento para ver de cerca una parte de esta construcción de más de 155 kilómetros; este 2019 se cumplen 30 años desde la caída del muro que, más que una pared derrumbada, representó el inicio del fin de la Unión Soviética.
En el museo de la Ciudad de México se encuentra el Fragmento No. 266. Se trata de un bloque rectangular construido en 1976 a base de concreto armado con peralte y base, lo que lo hace muy resistente a impactos. Sus dimensiones son de 3.62 metros de altura, 1.8 de ancho y 2.20 de grosor.
Restaurar el muro
Esta pieza, que forma parte de la exhibición permanente del recinto, fue restaurada por primera vez en su historia. Esto no fue tarea fácil ya que a lo largo del tiempo ha sufrido varias alteraciones. Un grupo de expresiones artísticas (hechas por los locales) que se han ido decolorando a lo largo de los años y que por sus condiciones coyunturales no recibieron tratamiento para proteger sus pigmentos.
Además, también están los daños causados por los martillazos que derribaron el muro, los cuales arruinaron los colores de los murales y dejaron expuesta parte de su estructura e incluso su esqueleto metálico. Sin embargo, tanto los golpes como las pinturas forman parte de la historia de esta construcción, lo que hizo difícil determinar qué restaurar y qué no.
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