Existe un lugar donde la imponencia del desierto y la estepa patagónica encuentran la inmensidad del mar. No es el fin del mundo sino el principio, donde el agua conquistó la tierra dejando esta región impregnada de magia.
Es una vuelta a lo esencial. Se llama Puerto Madryn y aquí se pueden admirar ballenas, lobos marinos, elefantes de mar y pingüinos, mientras se disfruta de la gastronomía regional y los vinos (para digerir tantas emociones fuertes).
1. Avistamiento de ballenas: encuentro con el gigante
Imposible resistir a la histeria, dejar de señalar con el dedo, a gritos y con la boca abierta, la enorme ballena franca austral que surge a un metro de la embarcación. No hay distinción entre niños y adultos o un viajero que lo haya visto todo, la magia opera y conmueve por igual.
Cada avistamiento es único, según el humor y el momento del ciclo del animal. No es la misma energía cuando llegan en septiembre y copulan, que cuando nadan con los bebés recién nacidos en noviembre. Pero el ritual es siempre idéntico: se cortan los motores y el capitán recuerda: “Las ballenas se acercan a nosotros, no nosotros a ellas”.
Por suerte, son muy sociables y siempre vienen a la cita. En época de parto, los ballenatos pueden llegar a apoyarse contra las lanchas y explorar, curiosos. Nos tocó ver un bebé jugar sobre la panza de su madre, ella boca arriba, a algunos metros del barco.
Los bebés engordan un promedio de 100 kilos por día tomando leche, no tienen tanta capacidad pulmonar y regalan a los visitantes muchas apariciones cuando salen a respirar. Con los ojos clavados en el agua, uno se pierde en el juego de adivinar por dónde saldrá, un juego que se vuelve hechizo.
Desde la costa, las gaviotas son una buena pista de la posición de las ballenas, a las que vigilan para robarles pedazos de grasa. Sensibles, los gigantes se arquean por completo para deshacerse de su único enemigo.
Cuando no están a la vista, están en boca de todos. Cada guía y cada local tiene su anécdota. “Ronronea como un gato, su piel es suave como un vidrio húmedo”, dice el guía Rubén Mariezcurrena al contar con los ojos brillantes cómo se acercó al cetáceo de unas 40 toneladas cuando tenía ocho años , después de tirarse del muelle, quedándose con este recuerdo de bicho enorme ronroneando.
Curiosamente no evoca el miedo. “No se conoce ningún caso de accidente con ballenas”, contesta Rubén. A pesar de sus dimensiones, tienen una precisión milimétrica: si quieren rozar la lancha sin tocarla, mueven sus enormes cuerpos con minuciosidad.
A veces por la noche, desde las casas junto a la playa, uno despierta con el canto tan característico de estos gigantes, un canto ultrasónico que parece tener el poder de nublar la frontera entre la alucinación y el sueño.
El tip: No dejes esta actividad para el último día, pues los tours están sujetos a las condiciones climáticas. Para más información visita la página southernspirit.com.ar para el avistamiento clásico (75 dólares) y en yellowsubmarinearg.com para el semisumergible (149 dólares).
2. Aprender con los esqueletos: la ballena y el dinosaurio más grande del mundo
Son dos museos que valen la pena por dos esqueletos excepcionales: uno de ballena, al aire libre, y otro de dinosaurio, el más grande del mundo, recién encontrado en una estancia local. El primero, el Ecocentro, es muy sensorial, con ruidos y vibraciones que imitan a las ballenas. El segundo, el Museo Paleontológico Egidio Feruglio, es reconocido internacionalmente.
El tip: Se puede encontrar más información de cada espacio respectivamente en mef.org.ar.
3. Elefantes marinos: piedras con trompas
Si las rocas amontonadas de las playas espectaculares de la Península Valdés empiezan a ladrar como perros, es que son elefantes de Mar del Sur, los únicos que se pueden observar en apostaderos continentales sin tener que ir hasta islas distantes.
Parecidos a enormes piedras, de hasta 3 mil kilos en el caso de los machos, los más grandes de todas las focas se mueven solamente si lo necesitan, pero este momento vale la pena. Cuando despliegan su trompa la visión es sobrenatural, entre el documental prehistórico y la película hollywoodiense de ciencia ficción.
Cada septiembre los machos salen de su estado de letargo y comienzan una serie de agresivas peleas para defender su territorio. Pocos días después del fin de las hostilidades llegan las damas, de tan sólo 600 kilos, muy parecidas a los lobos pero sin trompa.
Cómodamente instaladas alrededor de piscinas naturales, entre los acantilados y el mar, vienen a la playa para reproducirse, parir y cambiar de piel. Un proceso poco glamuroso donde pedazos enormes de piel caen, a veces arrancados con la ayuda de las piedras. Tampoco son tan románticos como los pingüinos pues tienen harenes de más de 100 hembras. Muy raras veces, el espectáculo puede volverse sanguinario, cuando las orcas causan estragos entre las crías.
El tip: Para tomar la Excursión Península Valdés reserva en cuyunco.com.ar. Puedes ir a la reserva en tu propio vehículo, pagar la entrada y tener acceso a los elefantes marinos acompañado con el guía del faro.
Hay que evitar la marea baja, y si no, llevar binoculares. Sólo se puede entrar a la zona con un guía. El acceso es por una escalera muy larga, no apta para personas mayores.
4. El cordero patagónico
El cordero patagónico tiene una reputación internacional, pero no hay nada mejor que comerlo al asador en una estancia de la península Valdés, (a un lado de los elefantes marinos) donde es aún más rico gracias a la leña del lugar y a la particular vegetación con la que se alimenta el animal.
Raúl Larosa, que sabe de lo que habla ya que frecuentemente cocina hasta 16 corderos a la vez, parece salido de una película gauchesca, con su chaira para afilar el cuchillo y su boina. “Los que saben comer cordero comen la paleta, la mejor parte de la espalda, tiene más carne que las clásicas costillas. Y los que saben comer la paleta, la devuelven con el hueso pelado y la comen con las manos, así honras al asador”, declara solemne.
El tip: En el restaurante del hotel Faro de Punta Delgada, el cordero es muy sabroso pero no hay que esperar maravillas del resto del menú. Uno viene a comer el mejor cordero y punto. Más información en puntadelgada.com
5. Pingüinos: entre las trincheras y las playas
El momento poético en su versión reducida tiene lugar en Punta Tombo, tierra de los pingüinos. Únicos monógamos de la región (lejos del harén de 100 hembras del elefante marino), los pingüinos pueden estar 16 años con la misma pareja.
Como pegados del pico, parecen ocupados en un beso eterno. En realidad, no siempre se trata de un cortejo, también se pasan alimentos o se limpian las pulgas.
A lo largo de tres kilómetros, el visitante comparte el camino con los pingüinos que se parecen, según los momentos, a unos señores gordos que apenas se sostienen en sus piernas, o a unos bebés trabados que están aprendiendo a caminar.
Tiernos y cómicos, aunque siempre parecen medio perdidos, andan decididos en el camino hacia el mar. De hecho, tienen prioridad peatonal como lo recuerdan los carteles: “Ceder el paso al pingüino”.
A menudo asociados al hielo, es, sin embargo, en pleno verano (de enero a marzo) cuando se encuentra la mayor cantidad de pingüinos, ¡hasta 800 mil! Para escapar al calor y proteger sus huevos, y luego a sus pichones, excavan agujeros en la tierra.
Salen de sus trincheras protegidas por arbustos con espinas, con la brisa del Mar del Sur que sopla por la tarde y hace caer la temperatura varios grados. Nada los detiene entonces para lanzarse al agua.
Como torpedos, son de una agilidad asombrosa en el mar transparente donde se pone a prueba la permeabilidad de sus plumas. Nunca dejan de ser graciosos: salen todos del mar al mismo tiempo, por puro impulso paranoico, sin que haya un ave a la vista para perseguirlos.
El tip: Para reservar la excursión visita la página cuyunco.com.ar. En este caso también se puede llegar en un vehículo particular y sólo pagar el costo de la entrada. Lo mejor es hacer la visita por la tarde, pues hay menos gente.
6. Safari prehistórico
Puerto Madryn es famoso por los tesoros de su mar, pero también en su tierra viven animales que hacen detener el coche y enternecer al que iba, decidido, únicamente a ver ballenas.
En esta ruta, de la Caleta Valdés pasando por las salinas que lucen una variedad espectacular del color rosa, uno puede lanzarse en un mini safari prehistórico improvisado. En las excursiones que van hacia Punta Tombo, donde hay pingüinos o elefantes marinos, el chofer suele parar en la carretera para poder observar a los animales.
Así se descubre el pelado, un animal acorazado a quien parece la evolución nunca visitó. Su armadura, constituida por pequeñas placas óseas le da un aire de bicho de ciencia ficción, con una capa/escudo.
Los ñandúes, aves incapaces de volar, y los petreles, similares al albatros, son otras especies que se pueden admirar. Pero la estrella es el guanaco, “la llama salvaje”, presente en Patagonia antes que cualquier explorador, más escasa que la alpaca, elegante y grácil.
El tip: Recordar al chofer de las excursiones con pingüinos y elefantes marinos su interés por ver guanacos, para que haga una parada por aquí.
7. Snorkeling con los lobos marinos
El snorkeling con los lobos es tal vez la actividad más “exclusiva”, ya que sólo una decena de personas puede subirse a la lancha para ir a bucear. Es una excursión muy controlada en la reserva Punta Loma.
No tienen el tamaño de las ballenas pero la emoción es la misma, ya que el contacto no podría ser más directo: los lobos son curiosos y se tiran al agua para recibir a sus visitantes, que son mordisqueados, tironeados, besados y seducidos por los cachorros.
La posibilidad de observar a los animales desde el agua misma, a su altura y en su entorno cambia totalmente la percepción. Se borra la sensación de ser espectador.
En la playa, en medio de ruidos similares a los de un cordero, la vida es intensa. Flotando sin esfuerzo gracias al traje de neopreno, el visitante contempla tanto a una madre que parece retar a su hijo inquieto, como a machos en plan de lucha.
El tip: Reservar con antelación, pues el cupo es muy limitado. Para apartar un lugar hay que enviar un correo a [email protected] o consulta la página de Scuba Duba en Facebook. La duración de la excursión es de tres horas.
8. El té de Lady Di y el lado galés de la península
A la hora del té, uno puede viajar 70 kilómetros en dirección sur hasta la ciudad galesa de Gaiman, que queda en camino a la ruta de los pingüinos. Hace 20 años, Lady Di se quedó un par de horas degustando una tarta de frambuesa en la casa de té Ty Te Caerdydd, donde se sigue sirviendo de la misma manera y hasta se conservó detrás de una vitrina la taza, el plato, el mantel y la cuchara utilizados por la princesa fallecida.
Uno no necesita cenar después del abundante plato de scones, tartas y otras delicias galesas, algunas con dulce de leche, el toque local. Si bien la merienda está muy rica, el interés de esta parada es más cultural que gourmet.
El ambiente acogedor invita a indagar sobre la verdadera razón detrás de la elección de Diana por esta casa de té (y molestar un poco al dueño Miguel Ángel Mirantes que no quiere decir más que “fue una invitación nuestra a través de un conocido en común, había una relación”) y así un poco más sobre la colonización sin conquista.
Esta paz entre los tehuelches (pueblos originarios) y los galeses se forjó gracias al primer bebé nacido en Patagonia, pocos días después del desembarco en 1865 de María Humphreys. Cuando los indios aparecieron por primera vez, su madre lo puso en los brazos de la mujer del Cacique, como prenda de amistad. Las historias son muchas y el chalet es ideal para empaparse del lado galés de la Patagonia, con un fondo de música típica.
El tip: La abundancia de pasteles, galletas y dulces hace de esta una comida completa.
9. Unamesa: la gastronomía local con referencias internacionales
Se llama Unamesa y es una increíble sorpresa gastronómica, a precio súper accesible y además uno de esos lugares íntimos “como en casa”, de los cuales los argentinos conservan la mística. Juan Pablo Lucero se inspiró del savoir-faire de los chefs Bras.
De entrada un pulpo colorado de buceo que se pescó amorosamente a mano por amigos. La combinación perfecta de los platos con varias flores cuidosamente elegidas y cultivadas en la huerta del patio tampoco fue al azar. El chef cuenta cómo buscó específicamente unos oxalis y finalmente los encontró en una feria municipal de productores donde una señora boliviana usaba la planta para cortar su leche y hacer un queso.
La pasión por los detalles —indicio de las grandes mesas— se nota incluso sin haber pedido el plato. Para el apéritif: el chutney de la huerta y sus hierbas frescas con varios tipos de pequeños panes, las chips de camote, los frijoles negros refritos, panceta y cebolla o los salicornias frescas y crocantes, hacen subir la apuesta.
Aunque se forjaron en dos de los cinco mejores restaurantes del mundo, Mugartiz para Juan Pablo y El Celler de Can Roca para Julia Domínguez, la repostera, sus hits parten de ideas sencillas y caseras.
No hay que perderse el cordero, cocinado a fuego lento durante seis horas y acompañado del típico plato francés de los Bras, el aligot (puré con queso) con un twist de calabaza al horno.
En el mismo espíritu, Julia, cuyo éxito como repostera es notable ya que algunos gourmets vienen sólo para tomar el postre, cuenta la historia de su exquisito Limón, limón, limón: “Cuando empezamos, no teníamos plata, teníamos que usar todas las partes del limón para hacer el postre. Nunca pude usar las semillas, pero usé todo el resto. Hago una bretona de limón, helado de limón y también uso la parte más blanca en compota”.
El tip: Sólo están abiertos viernes y sábado. Más información en unamesaelblog.wordpress.com, T. + 54 (2 80) 4 47 4479
10. Vinos y productos locales en El descorche
Se aconseja dar una vuelta de noche por el pintoresco El Descorche para una degustación de vinos patagónicos, quesos de Sarmiento (Chubut) y deliciosos aceites de oliva, todo regional y de primerísima calidad.
Cuidado, el sommelier que atiende no es avaro en palabras, y es fácil quedarse un par de horas sosegado entre la plática del experto y los dulces efluvios de los vinos, la mayoría de ellos hechos por el enólogo referente de la zona, Marcelo Miras.
La bodega también es boutique y un buen producto para llevarse es el NyC, un vino de la casa que hace referencia a “nacido y criado” en Puerto Madryn (Malbec) con uvas del Alto Valle de Río Negro, zona pionera de la vitivinicultura patagónica.
El tip: El lugar está abierto hasta las 22:30.