El cardenal y el escarabajo maquech: dos románticas leyendas mayas que se siguen contando en Yucatán
La historias de Nicté-Ha y la de la princesa Cuzán son leyendas mayas que, generación tras generación han sido contadas en Yucatán.
POR: Redacción Travesías
En los mercados del centro de Mérida, aún hoy en día es posible ver algunos puestos vendiendo escarabajos vivos (popularmente conocidos como maquech) cuyo lomo ha sido decorado con cristales y piezas de bisutería. Del mismo modo, las flores blancas de loto son un componente común de los cenotes, y aunque puedan parecer dos cosas totalmente diferentes, el origen mítico de ambos elementos puede encontrarse en dos leyendas mayas de amor que por generaciones se han contado en Yucatán.
El ‘Maquech’
Hace cientos de años, existió un reino maya que era gobernado por Ahnú Dtundtunxcaán (el Gran Señor que se sumerge en los cielos). De entre las hijas que tuvo, la preferida de Dtundtunxcaán era Cuzán, quien aparte de poseer una incomparable belleza, era también alegre y bondadosa. Dado que era una princesa, el matrimonio de Cuzán era un tema completamente político, y su padre decidió prometer su mano al príncipe Ek Chapt, hijo del gobernante de la ciudad de Nan Chan, desde que Cuzán era muy pequeña.
Sin embargo, cuenta la leyenda que, un día, poco antes de su boda, Cuzán conoció a un joven llamado Chalpol. Chalpol no sólo era uno de los mejores guerreros de su padre, sino que también era sumamente apuesto, y en cuanto su mirada se cruzó con la de Cuzán, ambos quedaron prendados el uno del otro.
Dado que Cuzán ya estaba comprometida, su relación con Chalpol era imposible. De este modo, los dos jóvenes sólo podían verse en las noches, cuando acordaban encontrarse debajo de una gran ceiba, donde profesaban su amor y se prometían que no se separarían jamás. Sin embargo, Dtundtunxcaán los descubrió y, furioso con ambos, ordenó que el guerrero fuese sacrificado.
Cuzán, desesperada, lloró y suplicó a su padre que reconsiderase su decisión, y aunque un poco intransigente al principio, Dtundtunxcaán aceptó, haciéndole prometer a la princesa que nunca jamás volvería a ver a Chalpol. Cuzán aceptó. Al poco tiempo, la doncella fue llamada al templo, y ahí, el hechicero se le acercó. Le informó que, aunque había decidido perdonarle la vida, el rey aún deseaba castigar al joven guerrero por haber tenido la osadía de amar a su hija. El hechicero, que en sus manos sostenía un escarabajo, le dijo entonces a Cuzán: ‘aquí tienes a tu amado’; y le entregó el insecto. Desconsolada, la princesa decidió decorar al escarabajo (Maquech en maya) con joyas y piedras preciosas. Amarró una de sus patas con una fina cadena de oro y la sujetó a su vestido, del lado izquierdo, para que siempre estuviera cerca de su corazón, y así poder cumplir la promesa que se habían hecho de no separarse nunca.
Nicté-Ha: el cardenal y el loto
En uno de los reinos más ricos y poderosas del Mayab, vivía el príncipe Chacdziedzib. Por su posición y privilegios, se esperaba que Chacdziedzib contrajera matrimonio con una princesa, pero lo que los miembros de la corte no sabían, es que el joven se encontraba profundamente enamorado de la hija del guardián del cenote sagrado: una hermosa doncella llamada Nicté-Ha.
Todas las noches, Chacdziedzib y Nicté-Ha se reunían en las inmediaciones de este cenote, donde permanecían juntos amándose hasta que los primeros rayos del alba se asomaban en el horizonte. Sin embargo, el romance entre los dos jóvenes fue descubierto, y el sacerdote principal del reino determinó que la muchacha debía de ser sacrificada. La decisión llegó a los oídos del príncipe, que apurado, mandó a su nana a buscar a Nicté-Ha. No obstante, la nana fue asesinada y no pudo entregar su mensaje, de manera tal que Chacdziedzib se dirigió en persona al cenote a buscar a su amada.
Al llegar, y ver que Nicté-Ha se encontraba sana y salva, Chacdziedzib corrió a abrazarla, pero mientras la sujetaba entre sus brazos, una flecha se clavó en el pecho de la doncella, matándola al instante. Desconsolado, y viendo cómo el cuerpo de su amada se hundía en las aguas del cenote, el joven príncipe imploró y suplicó a los dioses por piedad. Compadecidos, los dioses convirtieron a Nicté-Ha en una flor que emergió del agua y cuyos pétalos eran tan blancos como los vestidos que solía usar. Chacdziedzib por su parte, fue transformado en un ave para que pudiera huir.
Desde ese momento, y hasta nuestros días, se puede ver, durante el amanecer, a un cardenal llegando a posarse y cantar sobre los pétalos de las flores de loto que crecen sobre los cenotes, tal y como Chacdziedzib y Nicté-Ha lo solían hacer.
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