Esta no pretende ser la guía definitiva: sería imposible, tomando en cuenta que el Museo Nacional de Arte (Munal) posee un acervo de mil ciento y tantas obras de diversos autores mexicanos -y españoles de la época colonial- que cubre los periodos del arte novohispano a los más recientes movimientos artísticos de hasta mediados del siglo XX. Lo que sí busca esta mini guía es guiar tus pasos, vista y reflexiones por algunas obras cuya historia, red de significados o incluso circunstancias de creación cuenta una parte valiosa de la historia del arte en México.
Valle de México desde el cerro de Santa Isabel, José María Velasco
Velasco son un ícono del paisajismo en México, pasión heredada por las prácticas a las que los llevaba su maestro de la Academia de San Carlos, Eugenio Landesio. En su obra abundan imágenes de los alrededores del Valle de México, escenas de la vida del siglo XIX en lugares hoy hiper urbanizados como la Alameda Central o edificios del entonces pueblo de Oaxaca. Muchas de sus pinturas nacieron como colaboraciones de divulgadores de historia y ciencias y de ahí el detalle perfecto de los elementos botánicos, geográficos y zoológicos que se pueden apreciar en sus lienzos.
En el Valle de México desde el cerro Santa Isabel (1875) se puede apreciar cómo ese conocimiento profundo de la naturaleza del Valle de México es aplicado a la creación de una obra que pone en valor la incipiente identidad mexicana de los inicios de la etapa independentista, marcando el inicio de una etapa más personal en la producción de Velasco.
Erupción del Paricutín, Gerardo Murillo (Dr Atl)
Aunque el excéntrico y brillante Gerardo Murillo, más conocido como Dr Atl tenía una explícita fascinación por los volcanes: tan sólo basta ver sus obras El volcán y la noche estrellada y el fascinante retrato del nacimiento del volcán Paricutín, el cual decidió atestiguar, pese a los problemas de salud que le causó. En su libro Cómo nace y crece un volcán. El Paricutín cuenta la experiencia de ver en primera persona un evento geológico tan fascinante como lo fue este, en 1943. Para alguien que se dedicó gran parte de su vida (y obra) a estudiar, ilustrar y escalar volcanes, el acontecimiento dio lugar a una serie de pinturas en las que busca expresar la incandescencia, el poder y la belleza destructora de la tierra.
El brindis, Rufino Tamayo
Nada más indisociable del nombre de Tamayo que sus emblemáticas sandías, obras tardías que hablan de sus memorias de juventud y cierta nostalgia por su natal Oaxaca, tras mudarse a la Ciudad de México, donde trabajó vendiendo frutas en el mercado de La Merced. El Brindis (litografía sobre papel, 1957) es una obra que caracteriza la esencia de su trabajo: trata de situaciones cotidianas de México combinando la herencia prehispánica (en los colores y figuras) con elementos del surrealismo y del cubismo.
Retrato de Juleen Compton, Diego Rivera
Esta obra de Rivera, donada en 2019 al Munal por la mujer retratada en ella (la actriz, modelo y cineasta norteamericana Juleen Compton, resulta fascinante porque se aleja del realismo social, el futurismo y el postimpresionismo que influenciaron su estilo en muchas de sus obras y se inclina más hacia el art déco, escuela que también se inmiscuyó en su estilo. Este óleo sobre tela también resulta interesante por el hecho de formar parte de las últimas pinturas que realizó Rivera: fechado en 1956, un año antes de su muerte, posee al reverso un boceto de la obra Suburbios de Moscú. Y es que diagnosticado con cáncer, en 1955 Diego Rivera pasó una temporada en un hospital de esa ciudad para tratarse la enfermedad. El Retrato de Juleen Compton nació de una estancia en casa de Dolores Olmedo en Acapulco durante la que el pintor y muralista realizó la mayor parte de sus obras del final de su vida.
Andamios exteriores, Fermín Revueltas
Esta acuarela del pintor que formó parte de una de las vanguardias multidisciplinarias más interesantes (y quizás menos recordadas) del siglo XX, el estridentismo, data de 1923. Una suerte de paisajismo urbano en el que los cables no sólo forman parte de la escena sino que constituyen su estructura y sostienen la modernidad al igual que los andamios de tablas sobrepuestos ante un edificio. Esta pieza es también una respuesta al libro de poemas Andamios interiores, de Maples Arce, considerado primera obra del movimiento estridentista. En uno de estos poemas se lee:
El insomnio, lo mismo que una enredadera,
Se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
Y mientras que los ruidos descerrajan las puertas,
La noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.