La escena gastronómica en Moscú refleja el apetito de su sociedad por apegarse a las tendencias internacionales. La cocina, la moda y la música son las expresiones en las que más claramente se perciben los variados tonos que trajo la globalización tras la caída de la Cortina de Hierro. Si bien en Moscú tienen presencia ciertas cocinas autóctonas de las ex repúblicas soviéticas, la impresión que deja la oferta gastronómica de la ciudad es la de un diálogo entre lo local y lo universal.
Si el universo de la comida rápida rusa se concentra en un conjunto de cadenas con restaurantes esparcidos por toda la ciudad, una nueva ola de propuestas inspiradas en ‘street food’ internacional tiene su lugar en parques, mercados y festivales gastronómicos.
A la cabeza están cocineros y emprendedores jóvenes sumados a la tendencia global de convertir a la comida de calle en productos sanos, frescos y atractivos con un entorno de hipsters y millennials.
El parque Gorki, uno de los espacios de ocio favoritos en la ciudad, es hoy una vitrina de las variadas influencias extranjeras que se han instalado dentro de los gustos de los moscovitas, y es un destino frecuentado por turistas con curiosidades culinarias. En los caminos interiores que separan hermosas fuentes, lagos, espacios verdes y áreas deportivas, se encuentran foodtrucks de hamburguesas y pequeños coches que ofrecen maíz dulce y algodón de azúcar; kioscos de salchichas alemanas, piadinas italianas, churros españoles, limonadas artesanales y pays caseros.
También hay bares, cantinas y restaurantes estilizados con diversos conceptos y diversos menús (sándwiches similares a los de la cadena Subway, comida de bistró con alma francesa, snacks rusos con énfasis en carne de pavo), y la mayoría de ellos, aunque funcionen dentro de un perímetro fortificado, explota la etiqueta de una street food de alto vuelo.
Escenas gastronómicas similares a las del parque Gorki, con kioscos y restaurantes que componen áreas de comidas armonizadas con el moderno ornato público, se encuentran también en el parque de la Victoria, el parque VDNKh, el jardín Bauman y el jardín Hermitage. Durante el verano, además, las principales calles peatonales de las zonas más concurridas del centro, como las de los alrededores del teatro Bolshói, son el escenario de festivales temáticos, como el del helado.
En coches y casetas adornadas con colores pasteles y alegorías que aluden al universo fantástico de los cuentos de hadas se ofrecen helados industriales y también artesanales que se preparan en el momento. La existencia de un festival del helado y la gran cantidad de gente que los consume en las calles evocan una vieja costumbre guardada en la memoria nacional. “La única comida verdaderamente de calle que recuerdo de la época soviética son los helados”, dice Aliona Ermakova, miembro de la empresa Stay Hungry y del restaurante Iskra Café.
También por temporadas durante el verano, en zonas concurridas como la explanada adyacente a la Plaza Roja, se organizan ferias de atracciones que incluyen lo que puede ser asumido, durante el tiempo que está disponible, como verdadera comida de calle. Junto a una infaltable rueda moscovita en la que los niños se divierten bajo el intenso sol de media tarde, en enormes parrillas de forma circular se cuecen al carbón los populares shashliks, usualmente de pollo, cerdo y cordero (tres o cuatro trozos contundentes por porción), que se sirven con pan blanco y vegetales asados (pimientos, tomates, maíz).
La comida se completa con cerveza rubia o con kvas, la bebida fermentada a base de pan de centeno. La gente come de pie o en mesas de madera rústica que son parte del mobiliario de la feria. El humo que se levanta de las parrillas choca con los rayos perpendiculares del sol y en el ambiente se forma una nube translúcida.
Oscar Wilde decía que se puede juzgar el estado de una nación por lo que se encuentra en el plato de la cena. Aun a riesgo de resultar parcial, podría pensarse que Moscú atraviesa un momento apetitoso.